En su Carta a
los Romanos, san Pablo nos dejó una de las mejores explicaciones de por qué
salvación y esperanza cristianas se entrelazan: nuestra salvación está
relacionada con la esperanza. En efecto, si esperamos algo que se ve, eso no es
esperanza, pues, ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero si esperamos
lo que no vemos, hemos de aguardar con paciencia (Rm 8, 24-25). ¿Qué podeos
deducir de esta expresión? En primer lugar, que la salvación que predica la fe
cristiana tiene su “correlato” en la esperanza. Pero no cualquier esperanza,
sino aquella que experimentamos al sabernos y reconocernos como hijos adoptivos
de Dios. Esperanza que, además, nos invita a la acción transformadora y no a la
pasividad nefasta y absurda.
Pablo
también quiere hacernos entender que la salvación que ha de esperarse
activamente no es algo “ya conocido”. Si fuera así, qué esperanza guardaríamos
en nuestro interior. Más bien, es algo que sobrepasa nuestro imaginario humano
y nuestro lenguaje. Ya desde
Wittgenstein y su Tractatus Logico-Philosophicus ha quedado claro que
los límites de nuestro lenguaje humano son los límites de nuestro mundo. En
efecto, no podemos hablar de algo que no conocemos, que no hemos experimentado,
que no hemos saboreado o sentido. Es aquí donde la fe cristiana tiene un gran
reto por afrontar: ¿cómo hablar de una salvación en la esperanza si es
algo que, en sentido estricto, no conocemos, no hemos experimentado y no hemos
saboreado o sentido en su “totalidad”?
Quedarnos callados en algo tan
fundamental en nuestro ser cristianos como lo es la salvación sería negar
nuestra esperanza en Jesús, el Cristo. Cierto es que como seres humanos está
limitado nuestro lenguaje por nuestro mundo, pero esto no significa
que como hombres de fe no podamos decir algo respecto de esta salvación en
la esperanza. Para poder hacerlo, se ha de recurrir, como indica Juan Alfaro,
a los signos anticipadores que ya están en el presente del «último» por venir, que en sí mismo
está escondido. Se trata, pues, de asumir un lenguaje escatológico presentado
como el lenguaje de la esperanza, donde los principales signos se han de buscar
y encontrar en el hombre mismo, destinatario de la gracia absoluta de la
salvación venidera.[1]
Este lenguaje de la esperanza es,
como indica el mismo Alfaro, un lenguaje «de la fe que espera y de la esperanza
que cree, y, en último término, del amor que cree y espera».[2] Por eso, el lenguaje que
expresa e interconecta salvación y esperanza ha de ser traducido en una
relación interpersonal doble: «yo-tú» y «yo-Tú». Aunque son dos relaciones,
están interconectadas, pues una puede llevar a la otra, y juntas adelantarnos,
en las limitantes de nuestro mundo humano, el conocimiento, la experiencia y el
sabor de la salvación en la esperanza a la que Dios, por mediación de
Jesús, el Cristo, nos llama.
Si no nos experimentamos los seres
humanos como hermanos (relación «yo-tú») no podemos experimentarnos como hijos
de nuestro Abbá (relación «yo-Tú»). Sin esta doble relación, la persona
humana está expuesta al hundimiento en la nada; con esta doble relación, el
cristiano está invitado desde ya, en su propio mundo histórico, a experimentar
una vida nueva. La misma revelación divina, atestiguada en la Escritura, demuestra
que la historia humana siempre es trascendida por acontecimientos salvíficos y
liberadores de Yahvé, el Abbá de Jesús. Pensemos, por ejemplo, en el
Éxodo, en la Alianza y en el mismo Jesucristo, plena revelación salvadora de
Dios. En este sentido, Alfaro afirma que «el lenguaje anticipador de la
esperanza… ha mostrado además que la historia, en cada momento de su devenir,
está abierta a la gracia de la venida de Dios como porvenir absoluto, y que por
consiguiente está abierta a la eventualidad de una irrupción de Dios en la
historia».[3]
En conclusión, aunque no podemos
hablar con exactitud y de manera definitiva de la salvación en la esperanza
que Dios nos participa, pues ésta trasciende toda realidad humana, sí podemos
decir algo de ella con el lenguaje de la esperanza, que se ve alimentado por la
acción salvadora de Dios en la historia humana, pero que se verá potenciada en
la venida definitiva de Dios y la plenitud venidera de la historia.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
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