30 enero 2021

Los cristianos somos salvados en la esperanza | Por: Iván Ruiz Armenta

En su Carta a los Romanos, san Pablo nos dejó una de las mejores explicaciones de por qué salvación y esperanza cristianas se entrelazan: nuestra salvación está relacionada con la esperanza. En efecto, si esperamos algo que se ve, eso no es esperanza, pues, ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero si esperamos lo que no vemos, hemos de aguardar con paciencia (Rm 8, 24-25). ¿Qué podeos deducir de esta expresión? En primer lugar, que la salvación que predica la fe cristiana tiene su “correlato” en la esperanza. Pero no cualquier esperanza, sino aquella que experimentamos al sabernos y reconocernos como hijos adoptivos de Dios. Esperanza que, además, nos invita a la acción transformadora y no a la pasividad nefasta y absurda.

Pablo también quiere hacernos entender que la salvación que ha de esperarse activamente no es algo “ya conocido”. Si fuera así, qué esperanza guardaríamos en nuestro interior. Más bien, es algo que sobrepasa nuestro imaginario humano y nuestro lenguaje. Ya desde Wittgenstein y su Tractatus Logico-Philosophicus ha quedado claro que los límites de nuestro lenguaje humano son los límites de nuestro mundo. En efecto, no podemos hablar de algo que no conocemos, que no hemos experimentado, que no hemos saboreado o sentido. Es aquí donde la fe cristiana tiene un gran reto por afrontar: ¿cómo hablar de una salvación en la esperanza si es algo que, en sentido estricto, no conocemos, no hemos experimentado y no hemos saboreado o sentido en su “totalidad”?

Quedarnos callados en algo tan fundamental en nuestro ser cristianos como lo es la salvación sería negar nuestra esperanza en Jesús, el Cristo. Cierto es que como seres humanos está limitado nuestro lenguaje por nuestro mundo, pero esto no significa que como hombres de fe no podamos decir algo respecto de esta salvación en la esperanza. Para poder hacerlo, se ha de recurrir, como indica Juan Alfaro, a los signos anticipadores que ya están en el presente del «último» por venir, que en sí mismo está escondido. Se trata, pues, de asumir un lenguaje escatológico presentado como el lenguaje de la esperanza, donde los principales signos se han de buscar y encontrar en el hombre mismo, destinatario de la gracia absoluta de la salvación venidera.[1]

Este lenguaje de la esperanza es, como indica el mismo Alfaro, un lenguaje «de la fe que espera y de la esperanza que cree, y, en último término, del amor que cree y espera».[2] Por eso, el lenguaje que expresa e interconecta salvación y esperanza ha de ser traducido en una relación interpersonal doble: «yo-tú» y «yo-Tú». Aunque son dos relaciones, están interconectadas, pues una puede llevar a la otra, y juntas adelantarnos, en las limitantes de nuestro mundo humano, el conocimiento, la experiencia y el sabor de la salvación en la esperanza a la que Dios, por mediación de Jesús, el Cristo, nos llama.

Si no nos experimentamos los seres humanos como hermanos (relación «yo-tú») no podemos experimentarnos como hijos de nuestro Abbá (relación «yo-Tú»). Sin esta doble relación, la persona humana está expuesta al hundimiento en la nada; con esta doble relación, el cristiano está invitado desde ya, en su propio mundo histórico, a experimentar una vida nueva. La misma revelación divina, atestiguada en la Escritura, demuestra que la historia humana siempre es trascendida por acontecimientos salvíficos y liberadores de Yahvé, el Abbá de Jesús. Pensemos, por ejemplo, en el Éxodo, en la Alianza y en el mismo Jesucristo, plena revelación salvadora de Dios. En este sentido, Alfaro afirma que «el lenguaje anticipador de la esperanza… ha mostrado además que la historia, en cada momento de su devenir, está abierta a la gracia de la venida de Dios como porvenir absoluto, y que por consiguiente está abierta a la eventualidad de una irrupción de Dios en la historia».[3]

En conclusión, aunque no podemos hablar con exactitud y de manera definitiva de la salvación en la esperanza que Dios nos participa, pues ésta trasciende toda realidad humana, sí podemos decir algo de ella con el lenguaje de la esperanza, que se ve alimentado por la acción salvadora de Dios en la historia humana, pero que se verá potenciada en la venida definitiva de Dios y la plenitud venidera de la historia.

Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!


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[1][1] Cf. J. Alfaro, «Escatología, hermenéutica y lenguaje», en Salmaticensis 27 (1980), 235.

[2] Ibid., 234.

[3] Ibid., 238-239.

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