La primera
vez que oí hablar de mi libro “infantil” favorito de una manera “nada infantil”
fue gracias a uno de los hermanos que más ha influido en mi pensamiento teológico,
a saber, Fr. Manuel Anaut Espinosa, OFM. Fue en una conferencia dictada en el Instituto
Franciscano de Filosofía y Teología. Centrado básicamente en el Capítulo XXI de
la célebre obra El principito de Antoine de Saint-Exupéry, Fr. Manuel
enfatizó en el famoso término «domesticar» para hablar sobre el gran don que
representa la fraternidad para la espiritualidad franciscana. También resaltaba
aquella “advertencia” de la misma obra literaria: Uno corre el riesgo de
llorar un poco cuando se ha dejado domesticar… Cuánta razón guarda esta
frase y con cuánta lucidez Fr. Manuel hizo que la releyéramos desde la
espiritualidad franciscana. Y hoy, una vez más, hago esa relectura.
Quien
conoció de una manera cercana a Fr. Manuel sabe que su porte y personalidad, en
ocasiones sería y estricta, guardaba en su interior una calidad humana
tremenda. Eso sí, para no hacerlo enojar “de gratis” había que entregarle
aportes de clase bien hechos, actas de sesión casi perfectas y exposiciones
impecables; de lo contrario, el celo académico invadía a tan gran teólogo y se
complicaba la cosa. Estos datos se pasaban de generación en generación en el
IFFT para ya ir “midiéndole el agua a los tamales” en las clases de Fr. Manuel
cuando sabíamos que nos tocaría clase con él en el semestre venidero. No había
más, con él, uno estudiaba o estudiaba. Quizá en su momento a muchos nos costó trabajo
elaborar aportes y actas precisas como él las quería; sin embargo, su calidez humana
le permitía valorar el crecimiento personal de cada uno de sus alumnos a lo
largo del curso académico y sobre eso poner la nota final. Con ello, estoy
seguro de que a más de uno (me incluyo yo mismo) nos hizo crecer no sólo en lo académico,
sino también en lo humano y en lo espiritual. Los hermanos que tengo por
compañeros en la Universidad Pontificia dicen que sus clases eran tan profundas
que por momentos parecían retiros espirituales donde nos “cacheteaba a diestra
y siniestra”.
Dentro
del aula era un teólogo extraordinario, excepcional y original. Fuera de ella, era
un ser humano fraterno, amigable y hasta bromista. Nadie me va a dejar mentir
que a veces tenía cada puntada que arrancaba de quienes lo oían una gran
carcajada. Y si no me creen, pregúntenos a los alumnos de Teología Dogmática de
la UPM. Tuve la fortuna de convivir con un Manuel profesor, amigo y hermano. En
cada una de sus facetas un extraordinario hombre que, como todos, también
trabajaba personalmente por su crecimiento humano, espiritual, cristiano y
franciscano.
Ahora
que nos ha tocado despedirlo, querido Fr. Manuel, no dejo de recordar aquella
ponencia. Dentro y fuera del aula siempre conté con un amigo y hermano en usted.
Hoy me ha tocado cubrir la parte no siempre bonita del domesticar: la del
llorar su partida. Deja un gran vacío, no sólo en mí, sino en todos los que lo
conocimos y lo logramos domesticar (o quizá usted nos domesticó). Lo despido
con lagrimas en los ojos, pero con la certeza de la resurrección final y de que
ya vive en plenitud lo que tantos años enseñó dentro de las aulas. Gracias Fray
por tan notable presencia dentro y fuera de la Provincia del Santo Evangelio de
México. Gracias por dejar sumamente claro que Dios da su paz, pero no deja en
paz. Gracias por tantos consejos que llevaré en mi corazón y que más que nunca
me motivan a ser cada día un mejor teólogo y una mejor persona. Gracias por ser
tan humano y enseñarme que lo único que quiere Dios de nosotros es que seamos
felices y que estemos plenos y realizados. Atesoraré todo lo que aprendí de usted
y lo llevaré a la práctica. Descansa en paz, Hermano Manuel, tu legado teológico,
fraterno, cristiano y espiritual será continuado por tus hermanos sin importar donde
nos encontremos.
Para concluir estas palabras en memoria de Fray Manuel, quiero compartir también el sentir de uno de mis compañeros y alumnos de fray Manuel, el Padre Juan Armando Vargas Bueno:
ELOGIO A DIOS POR EL MAESTRO CRISTIANO. Gregorio el taumaturgo, en su discurso de agradecimiento a Orígenes, nos dice: conviene comenzar agradeciendo a Dios, porque Él es el principio de todos nuestros bienes. Por tanto, es necesario que comencemos por Él nuestras acciones de gracias, himnos y alabanzas. Por el maestro de Cristiano (fray Manuel Anaut), ya que Dios desde lo alto de sus moradas a regado los montes de su Iglesia por medio de la ciencia y la sabiduría de fray Manuel, saciando la tierra del fruto de sus obras. Elevemos pues, nuestras alabanzas al Dios por el don de la vida, de la fe y de la caridad que a otorgado a la Iglesia en la persona de fray Manuel. Pues Dios, en su providencia envía su palabra a la tierra, como la lluvia y la nieve, y esta no retorna a él sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come. Así como fray Manuel, que en su misión evangélica a permitido a la Palabra de Dios a dar fruto y a saciar la boca de sus fieles.
Hasta
siempre Fr. Manuel Anaut Espinosa, OFM.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
Gracias, Iván.
ResponderEliminarDescansé en Paz Fray Manuel
ResponderEliminarQ. E. P. D. Fr. Manuel Anaut E. OFM.
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