VII DOMINGO DE PASCUA.
Solemnidad de la Ascensión del Señor
«Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo»
Mateo 28,20
Cada año la Iglesia celebra cuarenta días después del
gran domingo pascual la solemnidad de la Ascensión del Señor, una fiesta unida
íntimamente a la Resurrección, no porque sea un acontecimiento cronológico o
histórico, sino porque ambas celebraciones celebran el amor del Padre que
glorificó al Hijo no solo al sacarlo del sepulcro con el poder del Espíritu,
sino que además lo elevó en el lugar más alto en el universo.
La liturgia de la Palabra nos hace entrar entonces en
este misterio del Señor glorificado desde una perspectiva nueva: el Señor
asciende al cielo mientras sus discípulos permanecen en la tierra, no es la
conclusión de su misión sino el inicio de una nueva etapa en la misma, el Señor
continuará estando presente y actuante en la tierra ya no físicamente sino a
través de su Espíritu que alienta a los discípulos a realizar las mismas obras
que el maestro; la nueva forma de estar del Señor no será así para siempre,
algún día el volverá a reunirse con los suyos para hacerlos plenos como Él.
Contemplemos pues al Señor glorificado meditando en su Palabra.
1.
«Vayan por todo el mundo y prediquen el
Evangelio a toda creatura» Marcos 16,15-20
El evangelista marcos nos describe la escena de la
Ascensión en tres momentos distintos. Primeramente el Señor resucitado se
aparece a los once apóstoles y les encomienda una misión: predicar el Evangelio.
No es una misión nueva, pues ellos han participado en el ministerio de Jesús
desde el principio, simplemente se trata de una nueva perspectiva de la misión,
pues está tendrá que ser enriquecida con la experiencia pascual, el anuncio de
la salvación traída por la muerte y resurrección del Señor, por ello la
necesidad de aceptar el bautismo para la salvación; además, la misión se
amplía, pues durante el ministerio de Jesús los primeros destinatarios eran el
pueblo de Israel, ahora el mismo Señor los envía a todo el mundo, a toda
creatura que esté necesitada del Evangelio. Que Jesús no sea visible en la
nueva etapa de la misión no implica que no esté presente, el estará actuante en
sus discípulos, de ahí que les indique que podrán realizar las mismas obras que
Él ha hecho: curar enfermos, expulsar demonios, etc. Ellos, serán la nueva
forma en que Dios y su Reino se harán presentes en el mundo.
El segundo momento nos narra de forma escueta el
momento de la Ascensión: después de hablarles subió al cielo y está sentado a
la derecha de Dios. Marcos no es abundante en detalles como Lucas en el relato
que escuchamos en la primera lectura, su narración se asemeja más a una
profesión de fe, sus palabras se parecen a la forma litúrgica del credo que
recitamos cada domingo. Nuestra fe profesa que Jesús es el Hijo de Dios, que es
Dios mismo, y eso es lo que Marcos nos dice con estas palabras: Jesús sube al cielo
por propio poder, no es llevado por ángeles o arrebatado en una carroza de
fuego como otros personajes bíblicos, asciende por el poder que tiene en cuanto
Dios, y por propio derecho entra en la Gloria y se sienta a la derecha del
Padre, en condición de igualdad. Si Jesús sube al cielo no es para alejarse de
nosotros, sino para tomar el lugar que le corresponde, y para hacer participes
de esa Gloria a quienes creemos en Él, así como un día asumió nuestra humanidad
en la encarnación, así nos hace participar ahora de su divinidad.
El último momento de la narración nos describe una
acción continuada: los discípulos cumplen la misión encomendada por el maestro
y este a su vez actúa en ellos con su poder. Aquí es donde entra nuestra
participación en el misterio de la Ascensión.
2.
«¿Qué hacen parados allí mirando al cielo?»
Hechos de los Apóstoles 1,1-11.
Cómo hemos dicho, el relato de Lucas es más abundante
en datos, pero ahora solo me gustaría que pusiéramos la mirada en un par de
ellos. Primeramente Jesús también los envía a la misión, pero ellos lejos de
preguntar detalles a cerca de la misma se preocupan solo de la “soberanía de
Israel”, pues a pesar de ver al Señor resucitado pareciera que no es suficiente
para dejar de pensar en un mesianismo que los libere del poder de los
extranjeros; a la par de esta actitud, después de verlo ascender al cielo, ellos
se quedan paralizados mirando al cielo, no se ponen en marcha para emprender la
misión, de ahí que aquellos hombres misteriosos los apremien a emprender la
labor, pues esta debe estar cumplida cuando el maestro regrese.
Para Lucas el motivo de estas actitudes de los
discípulos está en que aun no han sido investidos por el poder del Espíritu
Santo, por eso antes de emprender la misión deben regresar a Jerusalén para
esperar su llegada; cuando esto halla ocurrido, entonces sí podrán realizar la
misión de forma progresiva, comenzando en Jerusalén, siguiendo en Judea,
después en Samaria y finalmente el resto del mundo.
Ante este panorama nosotros debemos asumir nuestra
propia postura. Nosotros, somos discípulos del Señor Jesús, testigos de su
Pascua, de su resurrección y glorificación, nosotros estamos llamados a hacerlo
presente en el mundo continuando su misión con nuestras palabras y obras, hemos
sido investidos con el poder del Espíritu para anunciar la Buena Nueva.
Nosotros, como los discípulos de aquel momento somos la nueva manera de hacerse
presente del Señor.
¿Qué tanto estamos haciendo realidad el proyecto de
Dios? ¿Qué milagros y prodigios hemos realizado? ¿Qué tanto hemos completado la
misión para cuando el Señor vuelva a reunirse con nosotros? ¿Hemos salido a
realizar los prodigios del Señor o nos hemos quedado preguntándonos por
trivialidades o simplemente contemplando el cielo? Cada misa concluye con una
invitación: vayamos a hacer vida lo que aquí hemos vivido, nos dice el
sacerdote al enviarnos de regreso a casa, desde la cual debiéramos anunciar al
mundo que el Señor subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, así
como los discípulos lo hicieron de manera paulatina (Jerusalén, Judea, Samaria,
todos los pueblos) así nosotros comenzamos por nuestra vida, familia,
amistades, vecinos, la sociedad; así como los discípulos nosotros sanamos
enfermedades y expulsamos demonios: la apatía, la tristeza, el egoísmo, la
exclusión; anunciamos la palabra de Vida invitando a la solidaridad, a la paz,
al amor, a la apertura, a la misericordia; no permitimos que las serpientes y
escorpiones de las ideologías, las falsas esperanzas, la calumnias, las
insidias, nos hagan daño ni impidan nuestra misión; y así el Señor Jesús
confirma su presencia siempre constante entre nosotros.
3.
«Para que alcancemos en todas sus dimensiones la
plenitud de Cristo» Efesios 4,1-13
Parece una misión bastante difícil, una tarea digna de
ser ejecutada por ángeles y seres celestiales, sin embargo el Señor quiere que
la ejecutemos nosotros, ¿con que razón? San Pablo nos da la respuesta: para
estar con Cristo en su Gloria. Es cierto que la salvación es un don gratuito de
Dios, regalo de su infinito amor y misericordia, no es algo que se compre o se
gane de alguna manera, simplemente se recibe con fe, no necesitamos hacer nada
para conquistarla más que abrazarla con fe.
De la misma manera que Cristo, que sin tener necesidad
alguna, descendió del cielo, actuó y se entregó para salvarnos por puro amor,
así nosotros, sin tener necesidad alguna pues ya estamos salvados, nos ponemos
en marcha para anunciar la Buena Nueva esperando que otros abracen la
salvación, es un compromiso ético que nace de nuestra fe, un deber de
reciprocidad mas que una obligación de retribución. De igual forma que Cristo
fue glorificado por su entrega generosa en bien de sus hermanos, los creyentes
en Él recibirán la gloria como respuesta a su servicio amoroso en favor de los
demás miembros de la familia humana.
De esta manera, todo ese esfuerzo cobra un nuevo
sentido, tenemos una esperanza, podremos estar un día los miembros del cuerpo
unidos a la cabeza que es Cristo en su gloria, se cumplirá la promesa de volver
a estar reunidos con Él para la eternidad, gozando de la presencia amorosa del
Padre. Pero para que esto sea realidad es momento de ponernos en marcha bajo el
impulso del Espíritu Santo.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida Semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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