DÉCIMO
TERCER DOMINGO ORDINARIO.
PRIMERO
EL AMOR DE DIOS, PARA QUE SE PUEDA AMAR.
Nos
encontramos en el décimo tercer domingo ordinario, en el caminar con el
evangelio Jesús va formando a sus discípulo. Hoy san Mateo nos presenta un
pasaje de exigencia por parte de Jesús a sus discípulos.
"El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y
me sigue, no es digno de mí".
¿Qué
podemos entender ante estas palabras de Jesús? ¿A caso hay que renunciar
completamente a los seres queridos, dejar a aquellos que nos dieron la vida, o
a aquellos que se han engendrado? ¿A caso Jesús está faltando al cuarto
mandamiento de la ley de Dios: Honrarás a tu padre y a tu madre?
Jesús nos
está diciendo que para que todo lo demás tenga sentido, para que los demás
puedan ser amados verdaderamente, se necesita amarlo primero a él y sentir su
amor. Dios es la fuente del amor, un amor verdadero, generoso, inacabable, que
no lastima, no daña, no mata, sino que engrandece, eleva, perfecciona y
humaniza. Por eso Jesús dice muy claro, primero debe estar él, es decir la
experiencia del amor con él, con Dios. Para que él nos enseña verdaderamente a
amar, para que la experiencia con él nos descubra el significado verdadero del
amor.
Solo
desde la experiencia de Dios, solo partiendo del amor de Dios es como podremos
amar a nuestros padres, hermanos, hijos, prójimos.
De lo
contrario, y como está pasando en la actualidad, el amor se está confundiendo.
Se está confundiendo con pasión, con deseo, con atracción, con tomar a la
persona para "momentos" y luego desecharla. El amor se está
confundiendo con ideologías, con sentimentalismos que lejos de engrandecer y
valorar al ser humano lo están convirtiendo en mercancía para adquirir, en
objeto para satisfacer deseos e intereses.
Hoy
necesitamos tanto experimentar el amor de Dios.
Un amor que libera, que no da miedo, que no esclaviza, no lastima, no
mata. Necesitamos el amor de Dios para poder amarnos personalmente y poder amar
verdaderamente a los otros.
Sólo
desde el amor de Dios el hombre será capaz de amarse y amar a otros.
Sólo
cuando el amor de Dios esté en el corazón del hombre, entonces éste se convertirá
en discípulo. Un discípulo que anuncia con fidelidad el evangelio. Y el
evangelio que no solo es arrepentirse de los pecados y rezar. Sino a esto
agregarle la caridad, la familiaridad, la alegría, la fraternidad. Quien vive
el amor verdadero de Dios lo anuncia, y lo anuncia con un testimonio de vida.
A quien
de un vaso de agua a un discípulo no quedará sin recompensa. A quien comparta
la vida, porque el agua es vida, con los demás no quedará sin recompensa.
Hoy
estamos llamados a ser discípulos. Discípulos que tengamos primeramente el amor
de Dios en nosotros. Y solo así podremos amar a los demás verdaderamente.
El mundo
nos necesita hoy, cristianos para mostremos el amor de Dios que actúa
verdaderamente en nosotros.
Paz Y
bien.
Fray
Alonso OFM.
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