28 junio 2020

PRIMERO EL AMOR DE DIOS, PARA QUE SE PUEDA AMAR.





DÉCIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO.
PRIMERO EL AMOR DE DIOS, PARA QUE SE PUEDA AMAR.

Nos encontramos en el décimo tercer domingo ordinario, en el caminar con el evangelio Jesús va formando a sus discípulo. Hoy san Mateo nos presenta un pasaje de exigencia por parte de Jesús a sus discípulos.
"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí".

¿Qué podemos entender ante estas palabras de Jesús? ¿A caso hay que renunciar completamente a los seres queridos, dejar a aquellos que nos dieron la vida, o a aquellos que se han engendrado? ¿A caso Jesús está faltando al cuarto mandamiento de la ley de Dios: Honrarás a tu padre y a tu madre?

Jesús nos está diciendo que para que todo lo demás tenga sentido, para que los demás puedan ser amados verdaderamente, se necesita amarlo primero a él y sentir su amor. Dios es la fuente del amor, un amor verdadero, generoso, inacabable, que no lastima, no daña, no mata, sino que engrandece, eleva, perfecciona y humaniza. Por eso Jesús dice muy claro, primero debe estar él, es decir la experiencia del amor con él, con Dios. Para que él nos enseña verdaderamente a amar, para que la experiencia con él nos descubra el significado verdadero del amor.

Solo desde la experiencia de Dios, solo partiendo del amor de Dios es como podremos amar a nuestros padres, hermanos, hijos, prójimos.
De lo contrario, y como está pasando en la actualidad, el amor se está confundiendo. Se está confundiendo con pasión, con deseo, con atracción, con tomar a la persona para "momentos" y luego desecharla. El amor se está confundiendo con ideologías, con sentimentalismos que lejos de engrandecer y valorar al ser humano lo están convirtiendo en mercancía para adquirir, en objeto para satisfacer deseos e intereses.

Hoy necesitamos tanto experimentar el amor de Dios.  Un amor que libera, que no da miedo, que no esclaviza, no lastima, no mata. Necesitamos el amor de Dios para poder amarnos personalmente y poder amar verdaderamente a los otros.
Sólo desde el amor de Dios el hombre será capaz de amarse y amar a otros.

Sólo cuando el amor de Dios esté en el corazón del hombre, entonces éste se convertirá en discípulo. Un discípulo que anuncia con fidelidad el evangelio. Y el evangelio que no solo es arrepentirse de los pecados y rezar. Sino a esto agregarle la caridad, la familiaridad, la alegría, la fraternidad. Quien vive el amor verdadero de Dios lo anuncia, y lo anuncia con un testimonio de vida.
A quien de un vaso de agua a un discípulo no quedará sin recompensa. A quien comparta la vida, porque el agua es vida, con los demás no quedará sin recompensa.  

Hoy estamos llamados a ser discípulos. Discípulos que tengamos primeramente el amor de Dios en nosotros. Y solo así podremos amar a los demás verdaderamente.
El mundo nos necesita hoy, cristianos para mostremos el amor de Dios que actúa verdaderamente en nosotros.
Paz Y bien.

Fray Alonso OFM.  

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