04 julio 2020

“YO COMO SANTO TOMÁS, HASTA NO VER, NO CREER”



Por: Federico Cedillo Cruz OFM

Mentiríamos si afirmáramos que no hemos utilizado o escuchado por lo menos una vez esta frase que se ha vuelto parte del lenguaje popular utilizado frente a la incredulidad mostrada hacia alguien o algo. Es como si la incredulidad de Tomás no nos llevara a nada bueno. Hacemos bandera de esa frase para exigir de Dios lo que más nos urge, condicionamos su acción en nosotros para asegurar nuestro acto de fe hacia él (“Si tú me cumples esto o aquello creeré en ti, te seguiré, se amare”, etc. de lo contrario simplemente “no existes o no eres Dios”).  

Pasada la fiesta del Apóstol santo Tomás, causante hasta nuestros días de dicha locución (y por fallas técnicas) me permito presentarles una obra en la que el autor estrecha fuertemente la experiencia vivida por el apóstol, reflejando con un realismo enérgico lo que pudo haber sido el encuentro entre Maestro y discípulo, entre la Verdad y la incredulidad. Y no podía ser ni más ni menos que la obra pictórica de Caravaggio: “La incredulidad de Santo Tomás”.
  

Datos biográficos del autor:

Nació en Italia el año de 1571. Su nombre completo es Michelangelo Merisi da Caravaggio. Máximo representante del barroco, inspirador de grandes pintores como Velázquez. Su vida como péndulo se movía en un caos que lo llevó a convertirse en un gran pintor.

El renacimiento llegaba a su fin y un joven Caravaggio empezó a utilizar técnicas tenebristas, que seguramente se acercaban más a su personalidad oscura. Parece ser que vio el potencial expresivo de las sombras y buscó inspiración en la vida misma, por fea que esta pudiese parecer.

Muy joven todavía, decide irse a Roma, la ciudad en plena contrarreforma apreció su estilo teatral frente a la sobriedad protestante y Caravaggio pudo vivir holgadamente practicando la pintura religiosa[1]. Se distanció de los cánones establecidos en la pintura de su época para dar lugar a una nueva forma de crear arte. Se dice que utilizaba como modelos  a gente de la calle, inclusive a prostitutas para pintar a personajes religiosos y crear esta sensación realista. Se inicia así un realismo extremo.

Caravaggio capta perfectamente la fuerza psicológica de los personajes pintados, resaltando sus rostros con una intensa luz y envolviendo los fondos en tinieblas[2]. Murió en 1610 a la edad de 39 años.  Se considera creador del tenebrismo o «caravaggismo»[3].

Sobre la obra:

Es un óleo de 107x 146 com. De entrada resalta su técnica de claroscuro muy característica de él. Pareciera que la luz y las tinieblas se enfrentan a una batalla campal. Es una obra de tema religioso cristológico. En escena aparece Jesús envuelto en una especie de sábana resalta por la luminosidad que desprende, muestra signos de su pasión. Con la mano izquierda sujeta la mano de quien pudiera ser el protagonista de la obra; Santo Tomás, este se muestra inclinado hacia la llaga del costado de Jesús, destaca su actitud precipitada, pues no solo acerca su mano al costado de Jesús, como narra el evangelio de Juan, sino que, tiene la osadía de meter el dedo casi por completo y hurgar en la herida. Detrás de él aparecen otros dos personajes (discípulos) que muestran su sorpresa frente a lo que están contemplando.

A diferencia de otras pinturas, Caravaggio no presenta a sus personajes de manera sobria y tranquila refiriéndonos a temas religiosos, por el contrario, los representa de manera trágica y «tremendista»[4], busca a toda costa el mejor realismo posible, quedan atrás las representaciones piadosas o en éxtasis que guardan todo acto de pulcritud.  

Para reflexionar:

La resurrección de Jesús fue un acontecimiento que cimbró toda la vida de sus seguidores. No fue fácil aceptar en un primer momento el hecho de que Jesús estuviera vivo mucho menos después de que los discípulos presenciaron con sus mismos ojos su ejecución. Inclusive sabemos por los relatos evangélicos que varios de ellos salieron huyendo cuando su maestro fue apresado; Pedro lo negó tres veces, los demás salieron corriendo y únicamente el «discípulo amado» permaneció hasta el último momento.

Muy conocido es el pasaje del evangelio en el cual está inspirada dicha obra, y no solamente ésta, sino varias más que han tomado este pasaje de la «incredulidad» de Tomás y lo han hecho plasmar en hermosas expresiones pictóricas. El capítulo 20 versículos 24-29 del evangelio de Juan, es el escenario perfecto para reflexionar acerca de la fe. Qué mejor que apoyados por la obra de Caravaggio que pretende con su realismo transportarnos a una de las escenas bíblicas más llenas de amor, de confianza, de seguridad, de misericordia, no sin antes haber experimentado la duda, la incertidumbre, la desconfianza, la incredulidad. Pareciera que este último calificativo, el cual ha sido cargado por siglos sobre santo Tomás, no puede generar nada de bueno. Y es falso. 

Si nos detenemos a contemplar la obra de «La incredulidad de santo Tomás» podemos darnos cuenta de algo: santo Tomás, cuestiona, se pregunta, quiere razones para creer, y tal como vemos en la obra pictórica se abalanza sobre Jesús, no solamente para observar de lejos, o palpar a la ligera, sino que es un «atrevido», en ambos sentidos de la palabra. Mete su dedo en el costado de Jesús, es más, es Jesús quien lo invita a realizar dicha exploración a la prueba que él mismo había pedido como condición para creer que Jesús estaba vivo. Tomás necesita que sus sentidos vean para poder creer, pero Jesús lo traslada a otro ámbito, ya no el terrenal, sino el celestial, el divino. 

El creyente, debe ser aquel que es arriesgado, aquel que se cuestione su propia fe, que busque, que profundice, que no se quede únicamente en el ámbito exterior, solamente complaciendo sus sentidos, sino que se abra a la experiencia del encuentro íntimo con su Maestro.
Caravaggio sin pretenderlo, invita al creyente con su obra a ir a lo más profundo de las cosas y situaciones y dejarse sorprender por el Señor. A veces el Maestro nos reprochará nuestra falta de fe sin embargo sera la oportunidad para acercarnos a él con más confianza, nos tomará de la mano y nos mostrará su inmensa compasión y misericordia, entonces seremos dichosos pues habremos visto, experimentado y sentido. Y por ende, creído.

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