El tiempo
de Adviento, con el que iniciamos un nuevo año litúrgico, es la oportunidad
perfecta para prepararnos no sólo para poner nuestros nacimientos en nuestras
casas, sino para hacernos conscientes de que la salvación viene hacia nosotros
en la figura de un niño que «está por nacer».
Esta
Salvación ya la hemos comenzado a experimentar desde el día de nuestro Bautismo.
Ese fue el momento en que nosotros, en la persona de nuestros padres y
padrinos, abrazamos la fe, que después ratificamos a título personal cuando
celebramos nuestra confirmación y cuando celebramos cada uno de los
sacramentos, en especial la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana.
Pues bien,
ahora, como nos dice san Pablo en su epístola a los Romanos, «la salvación está
más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe». En efecto, por la vivencia y
celebración de los sacramentos nos hemos ido configurando cada vez más con
Cristo por obra del Espíritu Santo y gracia de Dios.
Es decir,
si en el Bautismo ya «abrazamos la fe» y se nos abrió la puerta a la salvación,
en la Confirmación dimos un paso más al «ratificar esa fe» y fortalecer el
sentido de esa salvación. Pero, además, fe y salvación se siguen
intensificando, pues cada que nos acercamos a la Eucaristía «nutrimos la fe» y
saboreamos más de cerca la salvación. Con esta lógica, es evidente que ahora
estamos «más cerca de la salvación que cuando abrazamos la fe».
Si los Sacramentos son, pues, esa puerta que nos abre y amplía la entrada a la salvación, no podemos menos que practicar, vivir y celebrar esos símbolos de libertad. Esa será la mejor manera de irnos preparando para la llegada del Salvador hecho niño.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
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