05 enero 2021

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR | Por: Pbro. Omar Alfredo Sáenz Aguirre

“Luego entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y arrodillándose, lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra” Mt. 2, 11.


Etimológicamente, la palabra "Epifanía" significa "manifestación" y referida al Señor corresponde a los momentos en que Jesús se manifiesta o se revela al mundo. Es una celebración litúrgica celebrada el siguiente domingo a la Sagrada Familia o el día 06 de enero donde se conmemora la adoración de los magos venidos de oriente al niño Jesús. La celebración de la epifanía tiene su fundamento escriturístico en Mt. 2, 1-12, donde se narra la llegada de los magos de Oriente a Judea, los cuales son guiados por la estrella que se posa en el lugar donde se encontraban José, María y el Niño. Y una vez ahí hacen un gesto de adoración y ofrecen sus regalos al recién nacido. 


Ante esto nos podemos preguntar ¿qué sentido tiene para nosotros celebrar la Epifanía del Señor? De entrada, es importante destacar que la misma palabra “Epifanía”, es decir, “manifestación” tiene una relevancia significativa para nuestra vida cristiana, ya que la Encarnación del Verbo no es un hecho en el cual está involucrado únicamente el pueblo judío, sino que es un acontecimiento que abarca a todos los pueblos y a todas las naciones. El simple hecho de que los magos procedan del Oriente, es decir, de otra región, de otra cultura, de otra filosofía incluso, quiere decir que Dios se ha manifestado a todos los hombres, sin importar raza, lengua, color, religión. Por lo tanto, celebrar la Epifanía es reconocer la presencia de Dios que se sigue manifestando en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, más aún, se sigue manifestando en nuestras vidas, en nuestros ambientes, en nuestros contextos: familiares, laborales, académicos, con nuestros amigos e incluso con el pobre que camina a nuestro lado. 


Así pues, la Epifanía del Señor nos tiene que llevar a hacer conciencia sobre nuestra vida, sobre todo para descubrir si somos capaces de reconocer a Dios que se sigue manifestando en nuestra vida y delante de nosotros. Como decía san Agustín “temo al Señor que pasa”, ¿a qué temor se refiere san Agustín? Al temor de no reconocer al Señor que día a día pasa frente a nosotros, ya sea en el hermano o en nosotros mismo, no olvidemos que también nosotros somos medios de la presencia de Dios para los demás.




Con lo dicho anteriormente, podemos resaltar tres elementos que nos ofrece Mateo y nos pueden ayudar para vivir con mayor fe esta celebración litúrgica:


La estrella. No nos detendremos en si fue un fenómeno real, si es una herramienta literaria utilizada por Mateo o si en realidad es un elemento teológico. Lo que aquí importa es reconocer que es una estrella que se alza en la oscura noche y guía a los magos al encuentro del niño Jesús. Así como esa estrella guía a los magos, en nuestra vida cristiana se levantan estrellas en medio de la oscura noche por las que podamos estar pasando: problemas familiares, problemas de salud, problemas con un buen amigo, etc., todos de alguna manera pasamos por noches oscuras en nuestra fe y es importante encontrar estrellas que nos iluminen, pero sobre todo que nos conduzcan al encuentro del Señor. Es por que podemos preguntarnos ¿qué estrellas hay en mi vida para llegar a Dios? 


Estas estrellas pueden ser muchas y muy variadas: mi mamá, mi papá, mi hermano, mi amigo, el sacerdote de la comunidad, el coordinador o coordinadora del ministerio, la religiosa que nos da catequesis, un hermano pobre que nos encontramos en el camino, etc. Todos, absolutamente todos, tenemos estrellas que nos guían, pero más aún, tenemos que caer en la cuenta de que yo también puedo ser una estrella para alguien más que la está pasando verdaderamente mal. Sean pues guías de sus hermanos para el encuentro del Señor. 


Los magos al encontrar al niño Jesús se postran y lo adoran. No existe mayor gesto de amor y reverencia a Dios que la postración profunda en un acto de adoración. La Epifanía nos enseña que nadie puede ser más grande que Dios y que ante Él lo único que nos toca hacer es postrarnos en tierra y guardar silencio, sólo contemplar su gran amor y divinidad, eso es adorar: callar, contemplar y a la vez dejarse contemplar por el misterio de Dios. Es necesario por ello bajarnos de nuestro egoísmo, de nuestros intereses, de nuestros proyectos y dejar a Dios ser Dios en nuestra vida, ser humildes y sencillos y estar a sus pies.


Ofrecen sus regalos: oro, incienso y mirra. Por último, los magos de Oriente ofrecen sus regalos o dones a Jesús: oro, incienso y mirra. Oro para el Rey de reyes, incienso para el verdadero Dios que se nos ha revelado y manifestado, y mirra para el verdadero hombre que se ofrecerá para la salvación de la humanidad. Por lo tanto, si aplicamos esto a nuestra vida cristiana ¿qué regalo puedo ofrecer al niño Jesús? De manera personal me atrevo a decir que lo único que podemos ofrecer a Dios es nuestro corazón, nuestro amor y gratitud ante su presencia en nuestra vida.


Celebremos con gozo y fe la Epifanía del Señor y dejemos que el niño Jesús se manifieste también nuestra vida. 


Pbro. Omar Alfredo Sáenz Aguirre.



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