29 junio 2024

Fe y vida, experiencias inseparables del seguimiento de Jesús || XIII Domingo Ordinario || Por Iván Ruiz Armenta


XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Fe y vida, experiencias inseparables del seguimiento de Jesús

Aclamación antes del evangelio Jn 12, 31-32

R. Aleluya, aleluya.

Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.

R. Aleluya, aleluya.

Evangelio

¡Óyeme, niña, levántate!

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 20-35

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.


Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.


Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?” Sus discípulos le contestaron: “Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’” Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.


Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas. Basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.


Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él. Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.


Palabra del Señor.

Reflexión:


Fe y vida, experiencias inseparables del seguimiento de Jesús.


     Este domingo el evangelio nos presenta un pasaje de un “doble milagro”. Uno de ellos es “querido” o “previsto” por el Maestro, mientras que el otro es “inesperado” por él. Ambos tienen cosas en común. Primero que nada, los dos milagros son en dos mujeres: una menor (niña) y una mayor (mujer); ambos milagros tienen que ver directamente con la vida: la niña agoniza (y termina muriendo según el relato), mientras que la mujer sufre de flujo de sangre, y es bien sabido que en el mundo judío la sangre es sinónimo de vida, si está perdiendo sangre, es como si estuviera perdiendo vida; el ultimo detalle que comparten mujer y niña es que la primera lleva doce años con el flujo de sangre, y la niña tiene doce años de edad.


     Me parece que lo principal que podemos decir de todo esto es que Jesús siempre fue (y seguirá siendo) fuente de vida inagotable para quien cree en él (Juan 11, 25-27). En efecto, como en muchos de los milagros que nos narran los evangelistas, para que la curación de la hemorroisa y la vuelta a la vida de la niña acontezcan, es necesaria la fe.


     En la mujer que sufre flujo de sangre su fe es tan grande que no necesita pedirle nada a Jesús de manera explícita o en voz alta; para ella solo basta con tocar su manto. En el caso de la niña y su regreso a la vida, el portador de la fe es Jairo, su papá y jefe de la sinagoga. Para participar de la vida que Jesús nos da, hay que creer en él. Pero no se trata de una fe proclamada con los labios y negada con las obras. Por el contrario, se trata de una fe confesada y practicada. No se puede confesar con la boca que Jesús es el Señor y negarlo con el actuar diario. Eso sería hipocresía y falso cristianismo.


     Dicho esto, caben algunas preguntas a nivel personal: ¿qué tipo de fe tengo? ¿confesada? ¿práctica? ¿ambas? ¿Mi fe están grande que soy capaz solo de confiar en “tocar el manto” de Jesús y quedar curado(a)? ¿Cómo conjugo mi fe con mi vida diaria? ¿me doy cuenta de la vida que me da la fe en el Hijo de Dios?


     Quiero ir cerrando esta breve reflexión poniendo atención en una disparidad evidente entre la niña y la mujer: su edad. Mientras que el relato nos habla de 12 años de la hija de Jairo, guarda silencio respecto de la edad de la hemorroisa, pero puede deducirse que ya es una mujer adulta. Para la vida que trae la fe en Jesús, el Cristo, no hay edades. Bien se hace presente en los primeros años de la vida, bien se hace presente en la vida adulta, o en el desenlace de ésta. Pidamos al Señor Jesús que sea el dueño de nuestra vida, de nuestra acciones y, por medio de nosotros, siga su misión de instaurar el reino de Dios.


     En conclusión, la fe en el Resucitado y la vida que de él se desprende habitan dentro de cada hombre que emprende el seguimiento de Jesús. Fe y vida, son pues, experiencias inseparables del cristiano.


Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta

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