26 febrero 2021

TERCERA ESTACIÓN DEL VIACRUCIS: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ | Por. Fr. Alonso Piñon, OFM

 

“Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban. (Is 53, 4.5) La tercera estación del Camino de la Cruz: Jesús cae por primera vez. Una estación que surge de la piedad, del sentimiento de los fieles al contemplar la Pasión del Señor. Esta estación, como algunas más del Viacrucis, no aparece en los relatos evangélicos de la Pasión, sin embargo, debió haber ocurrido. 

 

Jesús debió haber caído bajo el peso de la cruz. Después de la Cena con sus discípulos, en la cual se vivieron diversos sentimientos y emociones, Jesús sale para el huerto de los Olivos para hacer oración. En el huerto, experimenta al abandono de sus discípulos, aunque físicamente están allí, se encuentran dormidos, comienza el miedo, la angustia, sentimientos que van cansando a Jesús. (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 39-46). Y mientras vive esta experiencia llega una turba acompañada por Judas Iscariote para aprenderlo, palabras, empujones, gritos, violencia, todo esto se vive en la aprensión de Jesús, (Mt 26, 47-56; Mc 14, 43-50; Lc 22, 47-54; Jn 18, 10-14) Luego, los evangelios nos relatan el ir y venir de Jesús ante los tribunales del sumo sacerdote, de Herodes y de Pilato. No bastando con todo este cansancio, abandono y soledad de Jesús se le da un castigo más: la flagelación, que en la cultura romana solía ser muy cruel,  (Mt 27, 27-31; Mc 15, 15-20; Lc 23, 23-25; Jn 19, 1-3, 16) Todo esto debilitó a Jesús, que ciertamente debió caer muchas veces bajo el peso de la cruz.

 

La piedad cristiana contempla al Señor caído y golpeado por el peso de la cruz, sentimientos de compasión, dolor y ternura debieron despertarse en aquellos primeros cristianos que quisieron meditar el camino de la cruz de Jesús. Pero hay algo muy profundo al contemplar esta estación de la primera caída de Jesús: Dios tomó enserio el encarnarse, el tomar la naturaleza humana con todo lo que ella es. Dios se ha caído como se cae el ser humano, pero Dios se ha levantado para enseñarle al ser humano que el suelo no es su lugar, que ha sido creado para cosas más excelsas, Dios se levanta para enseñarle al hombre caído a levantarse.

 

Jesús ha caído. Primero por el agotamiento físico, por la tortura y crueldad que han tenido con él los soldados romanos. Jesús ha caído por el desprecio, la burla, el abandono de las autoridades, de los discípulos, de una turba que contempla el dolor ajeno. Jesús ha caído quizá por empujones. Empujones que le debieron de dar hombres a los que la actitud y los sentimientos de Jesús les molestaban, les incomodaban. Jesús ha caído para que experimentar las caídas del hombre, del hombre que se cae por sí mismo cuando se denigra, y el hombre que es tirado por la ambición y desprecio de otros.

 

Pero Jesús se levanta. No se queda en el suelo. En medio de aquella turba embravecida, en medio de aquella guardia romana que lo lleva a crucificar, Jesús ve también rostros compasivos que sufren en silencio lo que le está pasando. Es el rostro de seguidores anónimos a los cuales, este hombre de Nazaret les cambió la vida, es el rostro de hombres y mujeres que no se alegran del dolor y de la tragedia del otro. Entre aquellos rostros perversos aparecen rostros bondadosos. Y por ellos, Jesús se levanta, no todos son iguales. Jesús se levanta por aquellos seres bondadosos que impedidos por la guardia romana para acercarse a él, lo siguen de lejos, pero muy cerca del corazón con los mismos sentimientos que él. Por esos hombres y mujeres buenos, que en medio de la oscuridad y la maldad muestran un rostro bondadoso y diferente, por ellos se levanta Jesús. Se levanta también por los mismos opresores, por la turba embravecida, por aquellos que ya no tienen sentimientos en el corazón, nadie merece tanto amor como aquellos que viven en el odio, también por ellos se levanta Jesús y recorre el camino, sabe que aún falta para llegar al culmen de su misión.

 


Contemplar esta tercera estación del Viacrucis, contemplar a Jesús caído bajo el peso de la cruz, pero también ver a Jesús que se levanta, nos debe de llevar a meditar:

 

            -Muchas veces me he caído por mí mismo, me he denigrado, me he convertido en objeto, en alguien que se presta a ser deshonesto, mentiroso. Me he caído porque he dejado que la decepción, el abandono, la traición me derribe, olvidándome de Dios que me levanta.

 

            -Otras veces me han tirado, los empujones de los injustos, de los opresores, de los que han dado escándalos, de los que no me han sabido conducir. He sido la burla y el entretenimiento de otros por vivir mi fe, mis valores y mi integridad.

 

            -Otras veces yo he empujado para que otros se caigan. Porque su recta manera de vivir me confronta, me echa en cara mi mal vivir. Yo también he sido causa de que otros se caigan por envidia, porque me estorban en mis propósitos.

 

Jesús en esta estación me invita: cuando me encuentre en el suelo, tirado bajo el peso de tantas cosas, recordar que ese no es mi lugar, que Dios se ha caído conmigo para levantarme y continuar el camino hasta el final.

Que debo de buscar en medio de mí caída esos rostros buenos que alumbran y sanan la vida y recurrir a ellos. Y sobre todo, en un mundo tan indiferente, donde la gente se complace ante la tragedia y el dolor ajeno, debo ser un rostro bondadoso que llene de ánimo y esperanza a aquel que se encuentra en el suelo.

 

Dios se ha caído conmigo para levantarme y decirme que el suelo no es mi lugar.

 

                                                            Fray Alonso Piñón OFM.

 

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