IV DOMINGO DE CUARESMA
«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que
todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna»
Jn 3,14-21.
Uno de los elementos más sobresalientes en nuestra
cultura actual es la publicidad; encontramos anunciaos publicitarios en todos
los espacios: en los medios de comunicación (televisión, radio, prensa
escrita), en las redes sociales, en el internet, donde se nos ofrecen
automóviles, espacios habitacionales, ropa, alimentos, entretenimiento, lujos y
comodidades; y más aún en estos días de campañas políticas, pues todos los
espacios públicos se ven llenos de anuncios: spots publicitarios, anuncios espectaculares,
panfletos, lonas, de todos los colores, llenos de slogans, logotipos, rostros,
nombres, promesas, discursos, todo para intentar convencernos de que, quien en
ellos se anuncia, es la mejor opción y en consecuencia vale la pena darles
nuestro voto. En el mundo de la demanda
y de la necesidad es crucial poner bien en alto la oferta, de una manera
atractiva, para que todos la vean y caigan seducidos ante ella.
Y ante este mundo de la oferta, nos puede surgir la
pregunta: y Dios ¿Cómo se anuncia? ¿Cómo nos ofrece su proyecto salvador? ¿De
qué manera pretende convencernos de que Él es la mejor opción para nuestra
vida? Porque es claro que no hay espectaculares, ni spots, ni posts en las
redes sociales en las que Dios nos diga: ven que yo te amo y te daré la vida
eterna. Dios ha decidido mostrarnos su oferta de amor de una manera única y
exclusiva, de una forma novedosa, provocadora cierto, pero quizá poco atrayente:
en su Hijo Jesús Crucificado.
Esto nos puede parecer escandaloso, una oferta así,
¿quién la querrá comprar?; Jesús recurre a un ejemplo del pasado para darnos
respuesta: así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, así
los hombres lo elevarán a Él en la cruz, para que el Padre pueda dar a conocer
su amor y ofrecer su salvación a todos los hombres; en la historia de Moisés la
serpiente estaba puesta en alto para que quienes tuvieran la necesidad de ser
curados de la mordedura de las serpientes venenosas pudieran verla desde
cualquier punto del campamento y así recuperar la salud; en la historia de
Jesús, Él está puesto en la cruz para que todos aquellos que han sido heridos
por el pecado, propio o ajeno, puedan levantar la mirada desde cualquier
espacio existencial y mirándolo puedan encontrar la mayor prueba de amor del
Padre, y así encontrar en Él consuelo y salvación para sus heridas mortales, y
más aún la vida eterna.
Así que la oferta de Dios puede pasar desapercibida
para un mundo adormecido por el veneno del pecado, porque un Dios que muestra
su amor en el dolor de la cruz no resulta atrayente para mentes dopadas por el
hedonismo que ofrece placer a cualquier costo; ni el hombre desnudo en el
madero resulta atrayente para ojos sedados por el consumismo que ofrece
plusvalía de la imagen en cuerpos estilizados y revestidos a la última moda;
mucho menos la generosidad del crucificado despojado de todo y que aún así
entrega lo último que le queda, su madre y su Espíritu, a quienes son más
pobres que Él, resulta lo suficientemente impactante para corazones
anestesiados por el egocentrismo que exige un auto referencialismo en el que se
excluye a los que les rodean y que solo viven para satisfacer sus necesidades.
Para que el anuncio de Dios pueda resultar atrayente
al hombre este debe en primer lugar reconocerse necesitado de salvación, para
así acercarse a Él y encontrar así salud y vida eterna; luego entonces, solo
quien se reconoce enfermo, herido y pecador, puede acoger con gratitud el don
Salvador de Dios que es su Hijo Jesucristo.
Este reconocimiento no tiene carácter denigrante y
mucho menos doloroso, por el contrario, es un reconocimiento inmerso en la
esperanza; Jesús mismo realza esta idea central en el misterio de la revelación
de Dios: la ofrenda de la vida que ha hecho el Hijo en la cruz no ha sido
motivada por el pecado sino por el amor: TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE LE DIO A
SU HIJO ÚNICO; por momentos tenemos la tentación de hacerlo a la inversa,
pensar mas en el pecado, el carácter expiatorio, en el saldar la deuda
contraída con Dios a través de la sangre del Hijo, ¿no sería darle demasiado
valor al pecado? y se nos olvida que en primer lugar esta el amor, ¿no es más
valioso y grande el amor de Dios que el pecado? ese amor maravilloso y profundo
de Dios, que no mira el pecado si no al pecador, que no mira el objeto hiriente
sino al herido, y piensa más en la salvación que en el castigo.
Cuando invertimos los valores, la vida también cambia,
vivimos como auténticos hijos amados, pecadores perdonados y no solo como
simples pecadores en busca de perdón, obsesionados con sus culpas y olvidados
del amor; cuando abrazamos el amor gratuito y maravilloso de Dios tienen
sentido las palabras de Jesús: EL HIJO NO VINO A CONDENAR AL MUNDO SINO A
SALVARLO. Y entonces ya no vivimos obsesionados pensando en el pecado sino en
el amor, y como consecuencia nos alejamos de nuestros pecados por amor a Dios,
no pecamos más porque amamos a quien mucho nos ha amado y perdonado.
Finalmente, frente a nosotros esta la opción de
elegir, la libertad puede jugar a nuestro favor o en nuestra contra, pues
podemos elegir entre seguir a la luz o a las tinieblas, como lo hacemos en la
vida ordinaria frente a las opciones publicitarias debemos elegir, y podemos
entonces acertar o equivocarnos, pero sea cual sea nuestra decisión tenemos una
garantía enorme: DIOS NUNCA DEJARÁ DE AMARNOS, y siempre tendremos la opción de
levantar la mirada hacia la cruz para recordar ese amor inmenso y decidir acudir
a la fuente de nuestra salvación. La vida eterna ya es nuestra, así como lo es
la decisión de aceptarla o rechazarla, de salvarnos o condenarnos.
Llegamos a la mitad de la cuaresma, en la que hemos
emprendido un camino de purificación a través de nuestras practicas
penitenciales, quizá motivados por la conciencia cierta de nuestra condición
pecadora; ahora me gustaría invitarte a darle un nuevo matiz a nuestra
cuaresma, así como hoy la liturgia deja el color morado y toma el rosa como
signo de alegría, démosle un nuevo tono a la cuaresma, y sin dejar de sentirnos
pecadores asumámonos como amados por Dios, pecadores si, pero inmensamente
amados por Dios, y que nuestras practicas cuaresmales de penitencia y caridad
sean esos “anuncios publicitarios” que vayan por el mundo ofertando el amor de
Dios, que seamos como el asta de la serpiente de bronce en el desierto para que
todos puedan llegar a la salud, o seamos como la cruz del Señor, que lo
pongamos muy en alto con nuestras acciones para que todos puedan ver este signo
admirable de salvación y puedan experimentar la maravilla del amor de Dios,
pero para ello tendremos que grabar en toda nuestra persona esta maravillosa
verdad: YO SOY INMENSAMENTE AMADO POR DIOS.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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