En esta cuaresma parece oportuno reflexionar en el
amor de Dios a sus creaturas predilectas, los seres humanos. Y es que no hay
otra razón más profunda y tan fuerte que el amor que Dios tiene a los seres
humanos para que él mismo enviara a su único Hijo a hacerse uno más de nosotros,
a fin de recordarnos la dignidad plena que tenemos. Si perdemos de vista
esto, me temo que perderemos también el sentido de toda la cuaresma y, más
grave aún, el sentido del triduo Pascual.
Este Hijo único de Dios nos pide que
el Templo esté vacío, como cuando lo pidió aquella ocasión con los vendedores
en Jerusalén. Dicho Templo es nuestra persona misma, para que Él habite en
nosotros. Y así solo podamos pensar en Él y en lo que quiere de nosotros.
Necesitamos vaciarnos de todo egoísmo.
En este tiempo de cuaresma
propongámonos no poner a Dios como pretexto para llegar a nuestros fines tan
mundanos. A eso lo llamaría “aprovecharse de la imagen de Dios”. No debemos
actuar en nombre de Dios para obtener un bien solamente propio y egoísta. Hay
que intentar ser justos y dar a cada cosa su tiempo y espacio: dar a
Dios lo que es de Dios. Si nosotros nos vaciamos de todo egoísmo, sólo para
que Dios habite en nosotros, será seguro que Dios y nosotros seremos uno mismo.
Porque recordemos que estamos hechos a imagen y semejanza suya.
San Francisco de Asís decía: Grandes
cosas hemos prometido, aún mayores se nos prometieron; guardemos estas y
suspiremos por aquellas. El deleite es breve la pena perpetua, el padecimiento
corto, la gloria infinita. Animémonos hermanos a dejar todos nuestros
egoísmos y rencores, todos nuestros miedos e ilusiones vanas. En pocas
palabras, dejemos todo lo que nos aleja de ser unos verdaderos SERES
HUMANOS.
Tal vez con esto podamos entender
aquellas palabras que el evangelista Mateo pone en la boca de Jesús: bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. La
pobreza de espíritu podemos entenderla como esa pobreza propia de todo
sentimiento negativo en nosotros para que podamos ser bienaventurados en
proporcionar a Dios un lugar en nuestro Templo, es decir en nuestra misma
persona.
Necesitamos salir de ese papel que le
toca jugar a Marta en el evangelio de Lucas, un papel en el que solo importa
estar de un lado para otro y olvidar por completo la presencia del mismo Jesús
en su hogar. Mejor tomemos el papel de María que tuvo la capacidad de hacer a
un lado sus preocupaciones para pasar un momento con el Salvador. Con esto no
digo que hay que dejar por completo de lado las tareas que nos competen a cada
uno. Más bien digo que hay que saber darle su tiempo y espacio a cada hecho de
nuestra vida.
En resumidas cuentas, me parece que
lo único que nos pide Dios en este tiempo de conversión llamado cuaresma es que
le reservemos un espacio en nosotros mismos, el cual generará una vida nueva
que nunca se acabará.
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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