DOMINGO IV DE
PASCUA
DOMINGO DEL BUEN PASTOR
XLI Jornada Mundial de oración por las vocaciones
«Un solo rebaño y
un solo Pastor»
Juan 10, 11-18.
Todos los años la liturgia nos
propone el IV Domingo de Pascua la imagen del Buen Pastor, entrañable sin duda
para el cristianismo que se siente seguro bajo el cuidado de Jesús, dispuesto a
proveernos y defendernos hasta entregar su propia vida. Sin embargo, ser su
rebaño implica también una respuesta de nosotros, las ovejas tienen un compromiso
delante del Pastor. Dejemos, pues, que a la luz de la Palabra y la
contemplación de esta imagen, el Señor inflame en amor nuestros corazones.
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1.
«No
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos
salvarnos» Hechos de los Apóstoles 4, 8-12.
Pedro en su discurso ante las
autoridades del pueblo recalca la necesidad de la unidad; para el pueblo
saberse como el elegido de Dios para ser especial entre las naciones dependía
de una sola cosa: su fe en el ÚNICO DIOS; esta certeza de que Dios es uno solo
tenía dos expresiones particulares, por un lado, la unidad del pueblo a pesar
de ser formada por doce tribus distintas, y el rechazo a cualquier otro
dios-ídolo por muy poderoso que este pareciera.
Sin embargo, a lo largo de su
historia el pueblo fue olvidando esta verdad, no en su discurso de fe, pues
recitaba todos los días aquella profesión de fe, si lo hizo en la práctica,
pues pronto el pueblo se dividió en dos reinos (el del norte y el del sur) y
constantemente se entregó a la idolatría; la consecuencia fue clara, pues
frente a esta actitud llegó la invasión de su tierra y con ella el exilio en
Babilonia. Aquel pueblo que renunció a la unidad fue dispersado entre todos los
pueblos.
Y aun cuando el pueblo se
reintegró en una comunidad a la vuelta del destierro, no lograron la cohesión
pertinente, pues a pesar de que se decían unidos en torno a su fe y al Templo,
en la práctica seguían las divisiones internas, las luchas de poder, la
segregación social y religiosa, la xenofobia y la marginación de los más
pobres.
Frente a este panorama aparece
en medio del Pueblo la pequeña comunidad de los creyentes en Jesús, personas
provenientes de todos los sectores del Pueblo, pero unidos en torno a la fe, en
el amor, teniendo un solo corazón y una sola alma, compartiéndolo todo en
común, haciendo realidad el sueño del Padre; frente a este nuevo paradigma ¿Qué
actitud podrían tener los no creyentes?
Pedro responde valientemente
usando una figura bien conocida, la de la piedra angular, aquella que colocada
en el centro, en el enclave preciso, da fuerza y sostiene todo el edificio, que
le da unidad, cohesión; aquel que da unidad a la comunidad cristiana es Jesús
el Hijo de Dios, Él es la propuesta clara para el pueblo: si Israel quiere
lograr la unidad deberá aceptar y creer en Jesús, el único Salvador de la
comunidad, del pueblo y de la humanidad.
2.
«Cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes
a Él, porque lo veremos tal cual es» 1
Juan 3,1-2
La comunidad cristiana descubrió pronto que su unidad provenía de la fe
en un único Dios, revelado en la trinidad de su ser; si bien la creencia
original del pueblo de Israel era la de un Dios único, es decir que no había
nadie con tal naturaleza que él, un dios exclusivo y excluyente, Jesús nos
revela un Dios distinto, un Dios en tres personas distintas, el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo, que en su amor son uno solo: el Dios único se revela ahora
como el Dios cuya unidad no se da en una exclusividad, sino en una comunión.
Si Dios es uno en una trinidad, la comunidad es una en su pluralidad;
esto lo tenía bien claro la comunidad de Juan, que a pesar de sus diferencias
se congregan en la fe y el amor, en torno a su Dios que los invita a ser
comunidad y cuya experiencia en esta tierra es manifestación e invitación para
los no creyentes de que la unidad es posible, y cuya máxima expresión se dará
cuando la comunidad se encuentre cara a cara en la plenitud de los tiempos con
su Señor.
3.
«Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,
así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre». Juan 10, 11-18.
Lo meditado hasta ahora nos pone en contexto con la enseñanza evangélica
de este día: Jesús, que nos ha revelado al Dios trinidad-comunión, es el único
capaz de lograr la unidad de toda la humanidad tan ansiada por Dios.
El discurso del Buen Pastor, del que hemos escuchado una parte este
domingo, es pronunciado justo después de la curación del ciego del nacimiento
(Juan 9,141), una señal portentosa, pero que causó división entre los miembros
del pueblo (Juan 9,16), pues mientras unos tenían a Jesús por un santo, otros
lo acusaban de blasfemia.
Para responder a los cuestionamientos, Jesús usa la figura del pastor y
del rebaño para invitarlos a creer en Él y en el Padre. Para Jesús, la unidad
del rebaño no radica en que todas habiten en un solo redil, ni que sean de la
misma especie o raza, que todas pasten en el mismo pastizal, o que balen al
mismo tiempo o en el mismo tono: la unidad del rebaño depende del Pastor, Él es
quien le da unidad e identidad al rebaño con su amor y sus cuidados. La
relación del pastor y del rebaño es lo que les da la unidad.
La relación entre el Pastor y las ovejas no depende entonces en que las
ovejas sepan a donde dirigirse para pastar o donde guardarse para pasar la
noche, depende de que conocen la voz del Pastor, la reconocen y la siguen, esto
nos habla de una relación cercana y profunda entre ambos, el Pastor conoce a su
oveja, le habla, le ha dado nombre, y la oveja reconoce la voz de su Pastor; de
la misma manera, la unidad de Dios está en el mutuo conocimiento de las
personas divinas, pues el Padre conoce al Hijo y el Hijo conoce al Padre, de
ahí surge su relación profunda y perfecta.
Sin embargo, Jesús advierte también del peligro del lobo, aquel que rompe
la unidad del rebaño, que dispersa las ovejas, simplemente porque no forma
parte del rebaño, porque no reconoce la voz del Pastor ni lo ama; el lobo no
pertenece al rebaño porque el Pastor lo haya rechazado, sino porque este no se
ha dejado domesticar por Él, porque no ha querido escuchar la voz y aceptarla,
porque no le importan las demás ovejas, solo le importa su propia vida, su
“salario”. Jesús usa la imagen del lobo para reprochar a los fariseos
(recordemos que el discurso se dirige hacia ellos frente a su desconcierto por
la curación del ciego) su falta de interés por el pueblo, pues, si alguien
tiene culpa de la división entre este son ellos, que solo viven para recordar
que los extranjeros son rechazados por Dios, que los pecadores son impuros, que
quien no cumple las normas y ritos, las leyes y tradiciones, no son amados por
Dios, quien prefiere a los ricos y desprecia a los pobres, aquellos que abren
brechas entre el pueblo, para resaltar su propia supremacía, pues no les
importan sus hermanos sino solo su imagen.
La relación profunda entre el Pastor y la oveja es la del amor, y Jesús
manifiesta que la mayor prueba de amor hacia su Padre y hacia las ovejas, es la
de la entrega de su propia vida, su Pasión y muerte son la mayor prueba del
amor que tiene por su rebaño y por su Padre; y la resurrección, la capacidad de
entregar la vida y de volverla a retomar, es la mayor manifestación del Padre
por el Hijo, y también la mayor manifestación del Padre por el rebaño, pues
aquella vida gloriosa del Pastor espera el rebaño alcanzarla, así como hemos
rezado en la Oración Colecta de la misa de hoy: para que el rebaño, a pesar de
su debilidad, llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza de Jesucristo, su
pastor.
Uno de los dones del resucitado es entonces el de la unidad, la comunión
de la comunidad. Como veíamos el domingo pasado, el resucitado solo se hace
presente y se da a conocer en la comunidad. Mucha falta le hace la unidad al
mundo, dividido por tantos males y tantos lobos rapaces que solo saben predicar
violencia, avaricia, egoísmo, tristeza, muerte y dolor; mucha falta le hace
unidad a la Iglesia, dividida por la falta de diálogo, por el fundamentalismo
de unos cuantos que pretenden tener la verdad absoluta de Dios, de tantos
fariseos que solo viven para señalar y segregar; y ahí, justo ahí, es donde el
Pastor nos convoca a la unidad, a manifestar la comunión como prueba de que es
posible el proyecto de Dios, es ahí donde los creyentes debemos poner la piedra
angular, aquella que el mundo ha rechazado, y con dolor muchas veces lo ha
hecho la piedra, colocarla en el centro para que Él y solo Él sea la causa de
nuestra salvación; pero, ¿realmente nos esforzamos en lograr esto? Recordemos
que si nuestra vida no promueve la unidad, es porque realmente no hemos
experimentado la presencia del Señor Resucitado.
Finalmente, hoy celebramos la sexagésima primera jornada mundial de
oración por las vocaciones, ocasión propicia para recordar que el Espíritu
Santo suscita en el mundo hombres y mujeres dispuestos a entregar su vida por
el bien de sus hermanos. La vocación en la Iglesia es expresión de la unidad de
aquellos que escuchando la voz del Pastor lo han seguido de forma
incondicional, que han entregado su vida para defender al rebaño de los lobos
rapaces.
Al respecto, el Papa Francisco, en su mensaje para esta jornada, ha
externado: «La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad
cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra
identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del
mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el
Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran
familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas
encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad:
muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar
juntos, para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el
bien de todos.»[1]
Oremos, pues, juntos, para que el Señor nos bendiga con vocaciones, que
sean pastores que promuevan la auténtica unidad de su rebaño.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
[1]
Francisco. Mensaje para la XLI Jornada mundial de oración por las vocaciones.
En línea en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/vocations/documents/20240421-messaggio-61-gm-vocazioni.html
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