V DOMINGO DE CUARESMA
«Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda
infecundo; pero si muere producirá mucho fruto»
Juan 12, 20-33.
Una semilla, sea cual sea su clase, contiene en su interior una vida en
potencia, sin embargo necesita un evento que haga que ese poder contenido en
ella estalle, crezca y se desborde en abundancia. Las semillas son de los
elementos naturales que más perduran en la tierra, y pueden permanecer décadas
y siglos sin corromperse, sin embargo no logra su cometido, pues necesita pasar
por un proceso de desintegración para poder producir fruto.
Es por esto que Jesús usa el ejemplo de la semilla de trigo para
explicarnos el proceso de su propia muerte que produce vida: Él es el grano que
necesita morir para que el amor de Dios sea visible para toda la humanidad, y
con Él, los cristianos siguiendo su ejemplo ofrecen su vida en servicio de los
demás para que el mundo tenga vida como ellos. Pero ¿Cómo es posible esto?
Primeramente hay que observar el proceso natural de germinación de toda
planta: la semilla se coloca en la tierra y pasa por un trance de
desintegración para que de ella surja una planta, la cual a su vez producirá
fruto, es decir, la semilla se oculta en la tierra para desaparecer y resurge
siendo algo más grande y visible, además de tener una nueva posibilidad: dar
vida.
En Jesús ocurre algo similar a este proceso: Él ha sido colocado en la
tierra por medio del misterio de su encarnación; ha germinado en el misterio de
su Pasión, pues ha muerto como la semilla; en su cruz y en su resurrección ha
sido exaltado, como la planta que brota de la tierra para convertirse en un
árbol frondoso; y ese árbol finalmente ha producido frutos de gloria y
salvación para toda la humanidad.
Ahora bien, todo fruto produce semilla, es decir que una semilla
germinada desborda en abundancia porque no solo produce decenas de frutos, sino
a su vez cada uno de ellos contiene cientos de semillas que guardan en su
interior vida en potencia. Lo mismo ocurre con Cristo, pues cada uno de los que
creemos en Él somo frutos suyos, y por tanto semillas que son posibilidad de
gloria y salvación; pero para que la posibilidad sea real es necesario que la
semilla pase por el proceso de la germinación; es decir, si queremos dar frutos
de gloria y salvación necesitamos pasar por el mismo proceso por el que ha
pasado Cristo el Señor. Entonces ¿esto quiere decir que necesitamos morir a
semejanza de Cristo?
La pasión y muerte del Señor se ha dado de forma cruenta, con dolor
físico y derramamiento de sangre; los cristianos pasamos por un proceso
incruento, sin dolor físico ni derramamiento de sangre.
El cristiano, unido a Cristo por la fe, es la semilla depositada en la
tierra desde el momento de su nacimiento a semejanza de Cristo; como él ha
germinado por su bautismo, en el cual se ha unido al misterio salvador de la
Pasión del Señor, muerto al pecado es sepultado con Cristo al sumergirse en las
aguas bautismales que lo purifican de todo pecado y con Él resurge de las aguas
salvadoras constituido en hijo adoptivo del Padre y miembro consagrado de la
Iglesia, pasando así de la muerte del pecado a la resurrección de una vida de
gracia; una vez germinado, su vida va brotando transformándose en un árbol
frondoso, constituido por las ramas y las hojas de las buenas obras, de una
vida vivida según Cristo, haciendo a su vez que en estas obras se vea reflejado
el amor salvador de Dios que hace que otros hombres quieran ser discípulos del
Señor, que conozcan y experimenten su amor, es decir, produciendo frutos de
salvación.
Ahora bien, tanto el proceso de cristo como el de cada cristiano tienen
dos elementos indispensables e inseparables: la voluntad de Dios y la libertad
humana. Vemos en primer lugar que Jesús reconoce que está realizando la obra
del Padre y que por tanto se está apagando a su voluntad, es esto lo que le
alcanza la glorificación: es la voluntad del Padre que el Hijo produzca fruto
abundante, por ello lo ha depositado en la tierra; por otra parte, aunque Jesús
experimenta el temor al desenlace de su ministerio (sabe muy bien que las
autoridades lo persiguen y quieren acabar con Él) se aferra a la voluntad del
Padre, y lejos de suplicarle que lo libre de esa hora, reconoce que es
necesario pasar por ella, por muy dolorosa que sea, para culminar su misión:
acepta libremente su pasión con todo lo que ella implica.
Con el cristiano ocurre lo mismo: su vida y su misión son iniciativa de
Dios que lo ha llamado a la vida, haciéndolo su hijo por el bautismo, y lo
santifica a través de la obediencia a su voluntad expresada en las buenas
obras, siguiendo los pasos de su Hijo Jesucristo; por su parte, el cristiano de
forma libre se abraza a su voluntad, aun cuando esta implique la incomprensión
y persecución del mundo que intenta desviarlo de su objetivo, provocándole
dolor y sufrimiento, sabe que son las consecuencias de su opción libre por
seguir a Cristo y las enfrenta con amor y valentía.
Sin embargo no todo es tan sencillo, pues en primer lugar el cristiano
debe enfrentar una lucha con su propio deseo para ir configurando su voluntad
con la de Dios, dejar que su vida sometida al pecado se vaya desintegrando como
la semilla, para que resurja un nuevo ser lleno de gracia, renunciar a obras,
sentimientos, actitudes que lo hacen mantenerse en el mundo pero sin producir
vida; y después, cuando su vida se ha transformado, enfrentar las seducciones,
el rechazo, las tentaciones, las intrigas y ataques de aquellos que no han
logrado hacer germinar su propia semilla. Como el maestro, el cristiano teme a
la Pasión y a lo que ella conlleva, quiere huir de la cruz porque sus instintos
naturales y su conciencia perturbada le incitan a conservar su estado de vida; qué
difícil es abrazar una vida de amor incondicional, de servicio generoso y
desinteresado, a la manera de Cristo: cargar con la cruz cotidiana. Pero es una
realidad que todo aquel cristiano que aun sabiendo esto no acepta que terminará
crucificado ha fracasado como cristiano: solo pasando por la cruz logramos
identificarnos plenamente con Cristo, somos auténticos cristianos.
Entramos en la ultima etapa de la cuaresma, estamos a una semana de
iniciar la Semana Santa aclamando a Cristo como nuestro maestro y Rey, y a la
vez con el deseo de caminar con Él cargando la cruz para resucitar gloriosos a
su lado. Nosotros, su semilla, ya hemos sido depositados en la tierra, hemos
comenzado a germinar e incluso a brotar de la tierra, quizá nos haga falta
dejar de oponernos a la voluntad de Dios para transformarnos en arboles
frondosos que produzcan mucho fruto; aún nos queda tiempo pidamos a Dios nos
permita que concluyamos este tiempo santo abrazados con amor libre y generoso a
su cruz, para resucitar con Él, y que al renovar nuestro compromiso bautismal
en la noche santa de Pascua, nos sumerjamos de nuevo en su muerte y resurjamos
a su lado resucitando a una nueva vida.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana,
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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