03 marzo 2024

Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré (Juan 2,13-25) || Reflexión del III Domingo de cuaresma || Por Daniel de la Divina Misericordia

 

III DOMINGO DE CUARESMA

«Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré»
Juan 2,13-25

Quienes hemos participado en la construcción de un edificio, o al menos hemos sido testigos de ello, sabemos lo costoso que puede llegar a ser, y no me refiero solo al aspecto material sino al esfuerzo al planear, al movilizar los materiales, al soñar e imaginar el significado y la utilidad de aquel espacio, de las expectativas que genera contar con él,  pues un edificio, sea cual sea su uso:  un hogar, un centro de trabajo o educación, un espacio de culto o pastoral, no solo se construye de argamasa y ladrillos, sino también de sueños y proyectos que le dan sentido, que le dan un valor trascendente a dicho espacio, y sin los cuales lo material no vale mucho. Por eso, destruir algún edificio suele ser doloroso, porque a la par de lo que significa por el valor que se le dio al construirlo se suman los recuerdos de lo vivido en él, los triunfos y fracasos, las risas y el llanto, la vida acumulada en dicho lugar.

Dicho así, pensar en destruir un edificio parece una locura, sin embargo cuando se llega a la decisión de empreder tal empresa es sin duda porque se pretende la renovación de este o la suplantación por uno nuevo, que cumpla con las necesidades actuales, que sea mas funcional, que se transforme en un espacio en el que la vida pueda continuar con mayor calidad.

Estos sentimientos muy humanos se encuentran a la base de lo que escuchamos hoy en el Evangelio; en un primer momento hay que recordar que Dios establece su Templo en medio de Israel, para habitar con su pueblo y mostrarles su amor y misericordia de Padre, pero con el paso del tiempo, la perversidad del hombre fue desvirtuando el sentido de aquel espacio sagrado, convirtiéndolo en un autentico mercado en el cual los ricos y poderosos podrían comprar la bendición de Dios y donde los pobres eran condenados a la miseria de sus pecados.

El gesto simbólico que nos narra san Juan, de Jesús encolerizado expulsando a los mercaderes como signo de purificación del Templo, refleja muy bien el sentimiento de Dios: es necesario deconstruir (desarmar) el Templo para que Dios lo pueda reconstruir, y no se refiere a la estructura material, sino a las actitudes en torno a él; los gestos y acciones de Jesús no hablan de un odio o resentimiento contra las personas o la misma institución religiosa, sino de un interés por restaurar el lugar de Dios.

Las palabras de Jesús no son bien recibidas, mucho menos comprendidas por sus oyentes, pues aquello de destruir el Templo les parecía escandaloso y doloroso, algo absurdo, por eso las descalifican y las rechazan.

En la vida nos puede pasar algo semejante: Dios tiene un proyecto para nosotros, para nuestras instituciones sociales, religiosas, económicas, pero desafortunadamente vamos desvirtuando su valor y su sentido por otros falsos que respondan a nuestros intereses personales y egoístas  y no a los de Dios, lo cual nos acarrea sufrimiento, dolor y que nos conducen al sinsentido y a la muerte. Y en medio de esta dinámica Jesús nos lanza una propuesta, o mejor dicho, un desafío: deconstruyan, que yo reconstruiré.

Pero ¿Por qué deconstruir? ¿Qué caso tiene? Si así estamos bien, si todo funciona bien, si vivimos acomodados y a gusto y deconstruir implica esfuerzo, dolor, trabajo; parece una necedad, una locura, pero como dice el apóstol en la primera lectura (1 Corintios 1,22-25) la locura y debilidad de Dios son mas fuertes que la sabiduría y la fuerza humanas; cuando Dios nos pide deconstruir algo no es porque quiera hacernos sufrir, sino porque pretende algo mejor para nosotros; volviendo al ejemplo de la edificación del inicio de nuestra reflexión: podemos tener un espacio limpio e iluminado, bien pintado y decoroso, pero si la estructura está podrida y fracturada lo primero es solo apariencia y tarde o temprano terminará por derrumbarse y aplastarnos, y Dios nos quiere salvar de ese peligro.

La cuaresma es un tiempo propicio para la deconstrucción, su dinámica es hermosa si lo pensamos de este modo, es un tiempo en el que nos purificamos (como Jesús purifica al templo) a través de nuestras prácticas de penitencia, nos purificamos de los apegos desordenados que nos alejan de Dios (como los mercaderes del templo) aguardando el sagrado triduo pascual, donde esperamos morir  al pecado con Cristo y resucitar a la vida de gracia, de amor, justicia, paz, en unión con Dios, para vivir el tiempo pascual con una actitud renovada; dicho de otra manera, la cuaresma es el tiempo de destruir nuestro edificio, para que Cristo en su Pasión construya algo nuevo, y en la Pascua podamos vivir, tomar posesión y disfrutar de esa novedad. Y este es el punto clave, nosotros deconstruimos, es Dios quien construye algo nuevo, como el mismo Jesús lo expresa de su cuerpo: destruyan este cuerpo en la Pasión, que yo lo reconstruiré en la resurrección; Dios no empezará el proceso de renovación si nosotros no aceptamos primero su invitación a deconstruir.  

Pero ¿Qué debemos deconstruir? Hay muchas situaciones en la vida que necesitan ser reconstruidas, por ejemplo: hay un modelo social que nos habla de procesos fallidos, un edificio en el que abundan la pobreza, la violencia, la marginación, donde cada día vivimos con mayor temor e inseguridad, ¿no será tiempo de deconstruirlo? Quitar los ladrillos de la corrupción, del acaparamiento de bienes, del clasismo, de la indiferencia, para dejar que Dios construya una sociedad nueva con los valores del Evangelio: amor, justicia, solidaridad, honestidad; vemos que en la vida eclesial hay modelos que ya no son suficientes para hacer creíble el Evangelio, un edificio en el que las formas parecieran importar más que las personas, que los Hijos de Dios, que Dios mismo, donde las apariencias, las devociones personales, están por encima del mismo Evangelio, ¿no será tiempo de deconstruirlo? Quitar los ladrillos del personalismo, del ritualismo, del legalismo, del clericalismo, del moralismo juzgante, para dejar que Dios construya una casa donde se pueda dialogar y escuchar, donde todos sean recibidos sin prejuicios y señalamientos, donde impere la misericordia, la acogida, la fraternidad; en la vida personal hay modelos de vida que nos ofrecen comodidad, basados en el placer, en el tener, en el poder, en las apariencias, pero que nos conducen al vacío y al sinsentido, modelos que sumen a las personas en el miedo, la tristeza y la desesperacion, modelos que producen depresión y muerte en vida, ¿no será tiempo de deconstruirlos? Quitar los ladrillos del consumismo, del hedonismo, de la opresión, del oportunismo, de los vicios, del aislamiento, del apego desordenado a personas, cosas o situaciones, para dejar que Dios construya personas autenticas que puedan vivir en el desprendimiento, en el amor, en el servicio, en la libertad, en la esperanza, personas que sintiéndose profundamente amadas por Él puedan alcanzar la santidad y sean testimonio de la presencia de Dios en medio del mundo. ¿Qué otros espacios de la vida necesitan ser deconstruidos?

Estamos por llegar a la mitad de la cuaresma, es tiempo aun de ponernos a trabajar en la deconstrucción de nuestros “templos” y preparar el terreno para que Dios edifique algo nuevo; pero vayamos aun más lejos, la vida, nuestra vida, debería ser una permanente cuaresma, una permanente deconstrucción, derribar quizá un aspecto de nuestra vida que no vaya de acorde al proyecto de Dios a la vez, para que cuando vivíamos nuestra muerte, podamos entrar en la Pascua eterna, en la felicidad de los santos, para vivir resucitados con Cristo; y aunque esto nos parezca un desafío enorme, con mucho esfuerzo y trabajo, una locura y necedad, no hay que olvidar que Dios nos sostiene con su gracia, con su Palabra de vida, que como cantábamos en el salmo es inmutable, eterna, santa y para siempre estable (Salmo 18).

El resto de la reflexión depende de ti.

Bendecida semana

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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