25 noviembre 2020

Los cristianos nos vamos a salvar, pero no solos ni en la soledad | Iván Ruiz Armenta

 


El Concilio Vaticano II abrió, en muchos aspectos, las puertas y ventanas de la Iglesia, como quería Juan XXIII. Uno de esos aspectos fue la salvación de todo el género humano. Su fundamento, un poco olvidado a partir de la mala interpretación del axioma «fuera de la Iglesia no hay salvación», se halla en la Primera Carta a Timoteo: Dios, nuestro salvador, «desea que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,5). Este deseo de Dios se ha de ver completado y llevado a cabo, según nosotros los cristianos, por un solo medidor, Jesucristo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tim 2,6).


Dios, nuestro salvador, «desea que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,5)


En primera instancia este querer de Dios suena perfecto, aceptable y querido, pues es un deseo para todos los hombres (universal). Sin embargo, la mediación única de Jesucristo provoca ciertos resquemores a la hora de hablar con otras confesiones religiosas (Islamismo, Judaísmo, Hinduismo, Budismo). La cuestión es la siguiente: si Dios quiere que todos los hombres se salven por la única mediación de Jesucristo ¿cómo es posible que los que no conocen o creen en Cristo puedan salvarse? Según E. A. Johnson ha habido básicamente tres respuestas a esta interrogante en el trascurso de la historia: 1) Jesucristo es esencial para la salvación en sentido exclusivo; 2) Jesucristo es esencial para la salvación en un sentido inclusivo; y 3) Jesucristo no es esencial para la salvación, sino que más bien es normativo.[1]


Ante estas tres posturas, no podemos optar, como auténticos cristianos, por la primera, porque eso significa negar el misterio salvífico de Dios (en Jesucristo). De hacerlo, estaríamos afirmando que nosotros los cristianos somos los únicos que hemos de ser salvados. Se trata, pues, de una salvación en la «soledad»: solamente los cristianos nos vamos a salvar. Tampoco podemos aceptar la tercera propuesta porque estaríamos diciendo que Jesucristo, entendido únicamente como norma, transmite esta salvación tan solo de modo incompleto. Necesita de “otras normas” para completarlo. Normas que incluso pudieran ser no siempre de orden divino. Estaríamos hablando de una salvación por el solo cumplimiento de determinadas normas puestas desde diferentes enfoques. Si la salvación está, entonces, en el cumplimiento normativo, Dios ya no tiene que hacer nada para salvarnos. Nosotros podemos salvarnos solos, no necesitamos de Dios para ello. Idea totalmente alejada de la Tradición cristiana.


Dejando de lado la primera postura por ser excluyente y la tercera por relativizar e incluso excluir a Jesucristo, quiero concentrarme en la segunda postura. Optar por ésta significa aceptar a Jesucristo como plena revelación del Padre, por tanto, único mediador en nuestra salvación. Pero también significa aceptar que este único Mediador (Jesucristo) quiere incluir a todos los hombres de buena voluntad, incluso a los que no creen en él por voluntad propia o porque no lo conocen. Ya el mismo Vaticano II en su Declaración Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, afirma que «la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (NA 2).


«La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (NA 2).

 

En estas palabras hay un reconocimiento de las otra religiones y una inclusión en la salvación universal. Por eso es imposible que los cristianos nos salvemos solos (relativizando a Jesucristo-norma o excluyéndolo por encontramos “mejores” normas) y en la soledad (excluyendo otras confesiones religiosas). Si queremos ser auténticos cristianos hemos de apelar al gran Misterio Salvador (Dios) y su Mediación única (Jesucristo), pero sin que esto signifique excluir a todos los que no conocen a Jesucristo. ¿Cómo podrá ser posible la salvación para los no cristianos? Es una respuesta que sólo Dios, en su infinita misericordia, puede aclararnos. Pero que podemos empezar a clarificar desde el evangelio «Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron… Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40.45). 


«Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron… Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40.45).


¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta


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[1] E. A. Johnson, La cristología hoy. Olas de renovación en el acceso a Jesús, Sal Terrae, Santander 2003, 146-158

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