La solemnidad de Cristo Rey fue promulgada por Pío XI en
1925. Es la solemnidad con la que la Iglesia termina el año litúrgico después
de haber meditado todos los misterios de la fe. Esta solemnidad no celebra un
misterio de la vida histórica de Jesús, sino más bien un «título» de fuente evangélica.
El Cardenal Pie es el primero en elaborar la doctrina y acuñar la expresión
Cristo Rey confiriendo a este título un significado social, que define el poder
de Cristo sobre las instituciones públicas. Es decir, surgió como una forma de
legitimar la supremacía de la Iglesia sobre toda institución terrena.
Quizá desde aquí pueda entenderse por qué en México esta
solemnidad tiene una carga emotiva más fuerte, ya que al grito de ¡Viva Cristo
Rey! transcurrió la llamada Cristiada que comenzó un año después de la
promulgación de esta fiesta (1926-1929), y que fue la contienda en la que
lucharon los cristeros contra las políticas de intolerancia religiosa
promulgadas por el gobierno de Calles. Esta solemnidad dio pie para que de una
fiesta litúrgica se pasara a una “lucha social”.
Para celebrar adecuadamente esta solemnidad hay que
preguntarnos cómo concuerda con la Buena Noticia de Jesús y cuál es el mensaje
de salvación que nos transmite. Cuando Jesús hablaba del reino de Dios, afirmaba
que Dios era el que tenía que reinar. Claro, Jesús era el agente primero de
este reino, pero «el rey era Dios». Además de que no se trataba de un reino
temporal o espacial que estaba por encima de otras instituciones, sino que era
de otro orden.
Esto choca con la idea de un Cristo Rey que busca
«imponer su reino» en este mundo. Cosa totalmente alejada de los evangelios. Los
textos que declaran a Jesús como rey, la entrada triunfal a Jerusalén y la
entrevista con Pilato, se tienen que leer desde otro ángulo, desde la figura
veterotestamentaria del Mesías, la cual designaba al Ungido (Cristo) de Yahvé.
Entre estos ungidos estaban los reyes. Pero estos reyes de Yahvé tenían que ser
diferentes a los de los demás reinos pues estaban asistidos por Dios mismo. Una
de esas distinciones era que tenían la necesidad de ver por los más
necesitados: huérfanos y viudas, que estaban casi destinados a la muerte. Jesús,
siendo el Ungido por Dios, asume esto, pero va más allá.
Es significativo cómo Jesús, que es declarado rey en los
evangelios de Lucas y Mateo, entra en Jerusalén sin aires de grandeza como los
reyes que regresan después de haber ganado la guerra. Más bien entra diciendo
que si le han declarado rey, es un rey diferente a los que han conocido en
Jerusalén, pues el reino que él predica es de Dios mismo con todo lo que eso
significa: los valores del reino de Dios.
Esta es la idea que debe estar a la base de la
predicación de la solemnidad de Cristo Rey para no generar la idea de que el
reino es de Cristo reemplazando a Dios mismo, ni de que es pretexto de iniciar
una lucha armada. El reino de Dios sí tiene una repercusión social, pero jamás
debe ser bajo las armas y mucho menos con la intención de instaurarlo por la
fuerza.
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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