Aquel Nazareno que murió colgando de
una cruz como un fracasado y aparentemente abandonado por Dios, se ha levantado
del sepulcro para dejar el lugar de los muertos y presentarse a los suyos lleno
de vida plena. Una vida que ya no está sujeta a las condiciones
espacio-temporales, sino que ahora las trasciende.
. Eso
fue lo que le dijo el ángel a María Magdalena y la otra María cuando fueron a
ver el sepulcro de Jesús «No temas. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado.
No está aquí; ha resucitado» (Mt 28,5-6). Su alegría fue tanta que corrieron a
dar la noticia a los discípulos (Mt 28,8). De lo que ellas no se habían
percatado es que se habían convertido en ese gesto en las primeras en ser
testigos y enviadas a anunciar la Resurrección del Crucificado. Y como era de
esperarse, Jesús se les presenta para confirmar y animar su misión recién encomendada
(Mt 28,9-10).
Gracias a esas primeras mujeres que
tuvieron el valor de comunicar la Resurrección de Jesús el Cristo, es que
nosotros podemos celebrar aquel acontecimiento. Pero ¿qué sentido tiene realmente
para nosotros la Resurrección? Pues bien, la Resurrección de Jesús nos revela
quien es Dios, quién es Jesús y qué somos los seres humanos.
En
otras palabras, la resurrección es la respuesta a tres interrogantes: ¿quién es
Jesús? El hijo de Dios, el Verbo encarnado, revelación total de Dios; ¿quién es
este Dios? El Dios del reino predicado por Jesús, el Dios Abbá, aquél que
siempre está ocupado de su creación, poniendo especial atención en el género
humano; ¿qué es el hombre? La creación de Dios hecha a su imagen y semejanza,
en camino de divinización a través de su humanización.
Sólo así se entiende que, si bien Dios «calló» en todo
el proceso de la muerte de Jesús, GRITÓ en la hora de la resurrección. Lo hizo
de tal manera que a los discípulos les regresó el entusiasmo para seguir con la
proclamación del reino de Dios. Porque no hay que olvidarlo, la Resurrección,
la cruz y la misma encarnación, tienen sentido sólo si los leemos desde el
anuncio del reino de Dios.
Por eso Dios no sólo gritó en la resurrección, Dios
GRITÓ desde el momento en que nos envió a su Unigénito para hacerse uno de
nosotros. Lo hizo con la sola intención de comunicarnos el mensaje de la
verdadera humanidad, es decir, cómo debería ser ésta. Pues bien, en la
resurrección «terminó» por demostrarnos cómo debería ser nuestra humanidad: una
humanidad tan humana que ahora sería -es- exaltada hasta la divinidad.
Hemos de insistir mucho y asimilar correctamente la humanización de
Dios en Jesús de Nazaret. Esta humanización
comienza en la encarnación, lo que significa asumir la condición humana. Desde
ese momento comienza la nueva creación, es explicitada en el anuncio del reino
de Dios, y «culminada» en la Resurrección. Se trata pues de una conexión no
sólo con la cruz, vista como consecuencia del anuncio del reino de Dios -aunque
sea así-, sino desde la encarnación misma.
El sentido que debe tener para nosotros la Resurrección no es
otro que el SÍ definitivo con el que Dios confirma todo el proyecto que Jesús
tuvo por misión: la vida en plenitud para todos. La misma encarnación se trata de la
«generación» de una vida, el reino de Dios se trata de la predicación de la
vida plena que, aunque se ve fracasada aparentemente en la cruz, se ve
confirmada en la resurrección y a lo largo de todo el acontecimiento pascual. Vivamos,
pues, desde ya como resucitados.
Paz y Bien
Iván Ruiz Armenta
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