10 abril 2020

Viernes santo: Jesús, en la cruz, nos devela su amor al extremo (Jn 13, 1)

Portada del libro: Bajar de la cruz a los pobres: Cristología de la liberación 


El viernes santo tiene mucho contenido para realizar reflexiones. Aquí quiero hacer eco sólo de tres de las siete palabras que, según los evangelios, Jesús dijo en la cruz.


Primera palabra
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»

(Lc 23, 34)

Aquel hombre llamado Jesús de Nazaret que llevó hasta las últimas consecuencias la misión que le encomendó el Padre: anunciar y practicar el reino de Dios, cuelga ahora de un madero. Aquél que dijo que quien lo veía a él veía al Padre (Jn 14,9; 12,45), una vez más lo demuestra, aún clavado en la cruz, pues le dirige una petición al Padre: que perdone a sus propios verdugos. Nos deja ver, así, a aquel Dios que no quiere que el malvado muera, sino que cambie de conducta y viva (Ez 18,23), recordándonos que Dios se revela en lo más puro e insondable de su misterio: como amor y solo amor[1].

Quizá esta idea de Dios «puro amor» sea muy contrastante con la realidad actual que vivimos. Una realidad que lleva el nombre de COVID-19 y que representa una amenaza directa y frontal a la vida humana. Amenaza que va desde no tener que comer a causa de haberse quedado sin trabajo y, por tanto, sin ingresos, hasta aquellos que lamentablemente han perdido la vida invadidos en su cuerpo de este virus.

Posiblemente a causa de esta amenaza al género humano, a muchos de nosotros se nos ha desfigurado la imagen de un «Dios-amor». Sin embargo, Jesús hoy nos recuerda precisamente eso, que «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Esta afirmación, más que una certeza, parece una contradicción al ver a Jesús en la cruz y a Dios callar mientras sucede esto. Pero más que contradicción, el Dios de Jesús, es un «Dios crucificado», que constituye una revolución y un escandalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los seres humanos nos hacemos de la divinidad[2]. Porque, aunque creamos que Dios ha callado y se ha ido, nos recuerda Jesús que Dios, nuestro Abbá, no abandona a los suyos y que está siempre con ellos.

Cuando Jesús pide perdón a su Padre por los que lo están crucificando, también pide perdón por nosotros. No porque a causa de nuestros pecados haya venido la epidemia, cosa totalmente absurda, pues Dios no actúa así. Pide perdón por nosotros sino porque aún sin la pandemia, no hemos logrado aprender a valorar lo más preciado que tenemos: nuestra vida y la vida de quienes más amamos. Es sólo de esto de lo que pide perdón Jesús a su Padre por nosotros, pero al mismo tiempo nos pide a nosotros: valoren su salud, su vida y la de quien más aman.



Tercera palabra
«Mujer, ahí tienes a tu hijo… hijo, ahí tienes a tu madre»

(Jn 19,25-27)

Ha pasado ya un tiempo Jesús en la cruz y su tercera palabra es otra muestra de amor a los suyos. Cuando llegó la «hora de Jesús» (Jn 13-21), éste se quedó solo pues todos los discípulos lo abandonaron y huyeron (Mc 14, 50; Mt 26,56). Sólo dos discípulos seguían a Jesús, Simón Pedro y Juan (cf. Mt 18,15). El primero terminó por negar a Jesús (Mt 26, 69-75; Mc 14, 66-72; Lc 22, 54-62; Jn 18, 17.25-27) y Juan, quien se quedó al pie de la cruz junto con María, la madre del Nazareno (Jn 19,25). Aquel amor con el que Jesús amó a los suyos hasta el extremo (Jn 13,1), sólo fue correspondido también de manera intensa por Juan.

Aquel gesto amoroso de Juan fue muy bien compensado, pues estando el discípulo amado con María a los pies clavados de Jesús, éste le entregó a María como Madre, y a María le entrego a Juan como hijo. Y qué representa la relación madre-hijo, sino aquel amor puro y sobrenatural que está dispuesto a todo. De esa magnitud es el amor extremo con el que Jesús nos amó hasta el extremo (Jn 13,1) aun clavado en la cruz. Porque algo es muy cierto, que de ese amor también somos participes nosotros, ya que el discípulo amado nos representa a cada uno de nosotros, que también queremos ser discípulos que amen hasta el extremo a ejemplo de Jesús.

Es justo este amor expresado en María el que nos puede sacar de la situación lamentable que vivimos hoy como humanidad, pues dejarnos a María como madre, significa también tenerla como modelo de discípulo. Este discipulado modelo consiste en tener una relación con cada una de las personas de la Trinidad, porque María, en relación con Dios Padre, es una hija predilecta; en con relación a Dios Hijo, es madre, educadora, discípula y compañera; y con relación al Espíritu Santo, María está inundada de él[3].

Aceptar a María como madre representa sentirnos impulsados a seguir su ejemplo y mantener una relación similar a la suya con la Trinidad: nosotros también somos, mediante el sacramento del bautismo, hijos de Dios en el Hijo, y no hay motivo por el cuál no sentirnos también hijos predilectos. La relación con la Trinidad a la que nos invita María nos pide, en definitiva, que seamos y nos comportemos como hijos predilectos, hermanos siempre atentos de los otros, y personas dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. No echando en saco roto aquellas palabras «hijo, ahí tienes a tu madre» (Jn 19,25-27) y siguiendo el ejemplo de María, nuestra Madre, podremos salir adelante aun con la situación pandémica que vivimos. 


Quinta palabra
«Tengo sed»

(Jn 19, 28)

Jesús sigue colgando del madero y a medida que pasan los minutos, el Hijo de Dios nos muestra cada vez más su lado humano, pues, aunque él era de condición divina, no reivindico su derecho a ser tratado igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo, y apareciendo en su porte como hombre, pasando por uno de tantos (Flp 2,6.7). Desde ese aspecto puramente humano, es que Jesús grita «Tengo sed», y nos recuerda aquel momento en que Jesús mismo le pide de beber a la Samaritana (Jn 4,1-25).

Esta petición y reclamo de Jesús en la cruz, nos recuerda el amor de Dios para todos los hombres, pues fue en ese encuentro entre un judío perteneciente a Israel (Ex 6,7), el pueblo elegido por Dios, y una mujer perteneciente al pueblo de Samaria, un pueblo que los judíos marginaban y rechazaban (Jn 4,9), donde Jesús afirmó que había llegado la hora en que los adoradores verdaderos adorarían al Padre en espíritu y en verdad (4,23), abriendo la salvación para todo el género humano sin poner a un pueblo sobre otro. Porque el desenlace de aquel pasaje fue que muchos samaritanos accedieron a la salvación por haber creído en Jesús a causa de la mujer de Samaria.

Hoy, la petición de Jesús sigue siendo la misma, que le demos de beber y que el nos recompensará con la salvación. Darle de beber al Nazareno que cuelga del madero significa convertirnos a él de todo corazón, beber del agua que se convierte en fuente de salvación y adorarle en espíritu y en verdad. Estos días toca hacerlo desde nuestras casas, desde la «Iglesia doméstica», desde ese lugar privilegiado donde nace y se riega la fe de cada bautizado. Des ahí podemos adorar al Señor en espíritu y en verdad, pidiéndole que nos dé del agua que acalla para siempre la sed.

Ahora pasamos por una sed que se traduce en una crisis de vida humana. Una crisis que, como dijo el papa Francisco en su reflexión de la bendición Urbi et Orbi (27 marzo 2020):

«nos muestra “cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” y pone al descubierto “todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”. Pero esta tempestad también nos quita el “maquillaje” de los estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar y deje al descubierto “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”».


A esta sed que ha provocado una severa crisis humana, sólo podemos hacerle frente si nos unimos como hermanos a saciar la sed de Jesús que grita «tengo sed», para que el sacie de una vez y para siempre cualquier tipo de sed que tengamos. 


Paz y Bien

Iván Ruiz Armenta




[1] J. A. Pagola, El camino abierto por Jesús. Lucas 3, PPC, Ciudad de México 2013, 330.
[2] Idem., 332.
[3] Murad, A., «El dogma de María, Madre de Dios», en María, toda de Dios y tan humana, Dabar, México 2005, 105-115.




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