«Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la
hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que
quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo»
Jn 13, 1
Con estas palabras Evangelio de Juan nos hace saber con cuanto amor Jesús
el Cristo se quiso quedar para siempre entre nosotros. Este versículo resume lo
central de lo que va a suceder en los siguientes tres días donde
conmemoramos la
Pascua de Jesús, del Cordero de Dios: Jesús amó a los suyos, nos amó hasta el
extremo y nos lo demostró.
Jesús y sus discípulos, como todo el pueblo judío, celebraban la fiesta de
la Pascua, aquella que les recordaba el PASO de
Dios en medio de los suyos para liberarlos de la esclavitud en Egipto. Lo
hicieron con cada uno de sus ritos y tradiciones, pero Jesús incorporó algo
totalmente novedoso desde la situación que estaba viviendo, aquella en la que
se anuncia el nuevo y definitivo paso de Dios en nuestra historia: la Nueva
Alianza que se sella con él, con su muerte y su Resurrección.
El sentido profundo de esta nueva Alianza está recogido en esta frase de
San Juan: «los amó hasta el extremo». Ésta es la clave para leer todo
lo que sucede en la noche del jueves santo y lo que va a suceder en los
siguientes días: el Amor se entrega hasta el extremo, no sólo en el
momento puntual de la cruz, sino desde su encarnación, pasando por la puesta en
práctica del reino de Dios. La Pascua es el acontecimiento de amor por
excelencia, del mismo amor que Jesús manifestó durante su vida a los suyos: un
amor entregado hasta las últimas consecuencias. Ese amor de Jesús no puede ser
otra cosa que la manifestación del amor de Dios a todas sus creaturas.

El amor es la única clave para entender tal entrega de la vida de Jesús.
Pudo haber renunciado a la misión del reino de Dios y su mensaje. Pero, en el
momento en el que las cosas se ponen realmente difíciles, Jesús elige ser fiel
hasta las últimas consecuencias, aunque eso signifique morir a manos de los
judíos. Lo hace así porque tiene la confianza plena en el Padre y en el amor
radical a aquellos que confian en él.
Todos los Jueves Santos conmemoramos que Jesús expresa ese amor bajo el
signo de la Eucaristía, ahí donde se hace la «fracción del
pan». Para contemplar con toda su luz este signo de amor debemos acoger a
Jesús que se nos da en comunidad de hermanos. Jesús eligió como signo
permanente de su presencia el compartir el pan entre los hermanos (sacramento).
Para los judíos, compartir la mesa era compartir la vida; comer del mismo
pan y compartir la misma copa es hacerse uno, hacerse hermanos. Jesús quiso
quedarse en este gesto sencillo: se nos hace presente para siempre en la
fraternidad convocada por Él y que se alimenta de su misma vida. Y, por lo
mismo, donde no hay comunidad no hay eucaristía: el sacramento de la presencia
de Jesús es compartir el pan entre hermanos reunidos en su nombre y en su
Espíritu.
Compartir el pan es aceptarnos como hermanos. Si todos participamos
de la vida entregada de Jesús, es ya para siempre más lo que nos une que lo que
nos separa. Podemos sentirnos divididos y hasta enfrentados por miles de cosas:
opiniones, gustos, deseos, edad, por esos intereses personales que siempre se
nos colocan delante y nos impiden ver con claridad. Pero si compartimos la vida
de Jesús, el fundamento de nuestra unión es mucho más poderoso que cualquiera
de las razones que nos separan. Pues lo que nos une es el AMOR.
Compartir el pan es compartir la vida en medio de esta contingencia
sanitaria. Jesús pone su vida en el pan y en el vino, pero también en el gesto
de compartirlos. En este gesto estamos todos invitados a poner nuestra vida
cotidiana, nuestras preocupaciones, nuestro esfuerzo común y nuestras
necesidades en la mesa de la fraternidad, para que desde nuestra casa y nuestra
familia podamos construir el Reino de Dios. Porque nuestra vida se transforma
con el pan que el Espíritu transforma en presencia de Jesús hoy en nuestro
mundo.
Paz y Bien
Iván Ruiz Armenta
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