07 septiembre 2020

La misión dinámica del Espíritu Santo y el reino de Dios


Una de las imágenes que prefiero para hablar de la Trinidad es la que ocupó San Irineo: el Verbo y el Espíritu son las dos manos de Dios Padre. Opto por esta figura porque me permite hablar de la “misión Trinitaria” en conjunto: la salvación del género humano (1 Tim 2, 4). Son, como dice J. Comblin, los «dos abogados [que] dan testimonio de la obra del Padre. Y como cada uno representa “una mano” o un “abogado”, es pertinente distinguir, pero no separar, la peculiaridad en la misión de cada una de estas personas. Aquí quiero referirme a la misión del Espíritu Santo.


Siguiendo la lectura de J. Comblin,[1] hay que subrayar que la misión del Espíritu Santo es estar presente, desde su peculiaridad personal, en la vida de los cristianos. Esto es posible desde un dinamismo interior, pero que se expresa en un dinamismo exterior. En otras palabras, esta misión dinámica puede ser ubicada en dos ámbitos o momentos: nace en el interior de la persona, pero tiene su expresión en el actuar (exterior) de la misma persona. En el horizonte de esta interioridad y exterioridad está el reino de Dios como puro don [de Dios] que representa un proyecto de plenitud humana [en Dios mismo].


Si bien es cierto que con la encarnación del Verbo inicia la llegada inminente del reino de Dios, también hay que subrayar que es el Espíritu Santo quien hace que los apóstoles continúen con la tarea de “hacer realidad” este reino. En Hch 1, 3-5 se hace explicito que el reino de Dios se realiza por la misión del Espíritu Santo. Algo similar leemos en el cuarto evangelio: cuando Jesús “se vaya”, vendrá/enviará al Paráclito (Jn 16, 5-11). Es decir, la Pascua es la «transición entre ambas misiones».


En este sentido, la resurrección es la que «inaugura una nueva etapa» en la que en el centro dinámico está el Espíritu. La teología oriental enseña que la misión del Verbo y la del Espíritu tienen la misma importancia y, aunque son distintas, son complementarias. Ambas constituyen la totalidad de la obra del Padre, es decir: la salvación del género humano (1 Tim 2, 4).


A esta salvación hemos de llegar guiados por la misión dinámica del Espíritu Santo. Hemos de dejarnos inundar por él, pues somos su Templo (1 Cor 6, 19), para que desde el interior estemos posibilitados para continuar con la tarea del anuncio e instauración del reino de Dios como puro don suyo. Jesús, el Cristo, nos mostró humanamente cómo hacerlo, ahora el Espíritu nos dinamiza desde el interior para seguir su ejemplo y llegar, así, a la salvación propuesta por Dios Padre.


¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta


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Aquí te dejo el ultimo video



[1] J. Comblin, «La misión del Espíritu Santo», SelT 62 (1997); publicación original «A missao do Spírito Santo», Revista Eclesiástica Brasileira, 35 (1975) 288-325

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