Una de las imágenes que prefiero para hablar de la Trinidad es la que ocupó San Irineo: el Verbo y el Espíritu son las dos manos de Dios Padre. Opto por esta figura porque me permite hablar de la “misión Trinitaria” en conjunto: la salvación del género humano (1 Tim 2, 4). Son, como dice J. Comblin, los «dos abogados [que] dan testimonio de la obra del Padre. Y como cada uno representa “una mano” o un “abogado”, es pertinente distinguir, pero no separar, la peculiaridad en la misión de cada una de estas personas. Aquí quiero referirme a la misión del Espíritu Santo.
Si bien es cierto que con la
encarnación del Verbo inicia la llegada inminente del reino de Dios, también
hay que subrayar que es el Espíritu Santo quien hace que los apóstoles continúen con la
tarea de “hacer realidad” este reino. En Hch 1, 3-5 se hace explicito que el reino
de Dios se realiza por la misión del Espíritu Santo. Algo similar leemos en el cuarto
evangelio: cuando Jesús “se vaya”, vendrá/enviará al Paráclito (Jn 16, 5-11). Es
decir, la Pascua es la «transición entre ambas misiones».
En este sentido, la resurrección es la
que «inaugura una nueva etapa» en la que en el centro dinámico está el
Espíritu. La teología oriental enseña que la misión
del Verbo y la del Espíritu tienen la misma importancia y, aunque son
distintas, son complementarias. Ambas constituyen la totalidad de la obra del
Padre, es decir: la salvación del género humano (1 Tim 2, 4).
A esta salvación hemos de llegar guiados
por la misión dinámica del Espíritu Santo. Hemos de dejarnos inundar por él,
pues somos su Templo (1 Cor 6, 19), para que desde el interior estemos posibilitados
para continuar con la tarea del anuncio e instauración del reino de Dios como
puro don suyo. Jesús, el Cristo, nos mostró humanamente cómo hacerlo, ahora el
Espíritu nos dinamiza desde el interior para seguir su ejemplo y llegar, así, a
la salvación propuesta por Dios Padre.
Fraternalmente
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[1] J. Comblin,
«La misión del Espíritu Santo», SelT 62 (1997); publicación original «A
missao do Spírito Santo», Revista Eclesiástica Brasileira, 35 (1975)
288-325
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