Nos encontramos
en el segundo domingo de Pascua, cerrando la octava de Pascua. Quien nos
ilumina este día es el evangelista san Juan. Podemos dividir el evangelio de
este domingo en dos partes. En la primera el evangelista nos sitúa en el mismo
día de la resurrección, al atardecer. Los discípulos reunidos a puerta cerrada
por miedo a los judíos, se sienten confundidos, con miedo, con esperanza, de
todo hay en el corazón de estos hombres. Magdalena ha dado testimonio de
haberlo visto, Pedro y Juan han ido al sepulcro pero a Él no lo han visto.
Tantas cosas pasarían por la mente y el corazón de los discípulos. Lo
importante es que están reunidos, aún con miedo. La experiencia que han tenido
y vivido con Jesús los ha marcado profundamente. Son una familia, tan diversa,
pero finalmente una familia. Reunidos, con todos sus sentimientos, Jesús se
presenta ante ellos.
La comunidad de los discípulos reunida en espera de aclara
las cosas en cuanto a la persona de Jesús, se ve ahora iluminada, se aclaran
las dudas, se disipan las sombras, se esfuman los temores. "La paz este
con ustedes" les dice Jesús. Los discípulos se llenan de alegría. Ven al
Maestro, al Amigo, al Señor. Qué maravillosa experiencia la de los discípulos
de poder contemplar a Jesús. Qué presencia tan soberana la de Jesús que hace
que los discípulos no se espanten, porque no es un fantasma, y que se alegren
porque está vivo, porque lo pueden ver y tocar. Ahora comprenden que es el
Dios-hombre que ha vencido a la muerte y que hace nuevas todas las cosas. La
alegría de esta comunidad es plena, porque tienen entre ellos al motivo de su
reunión: Jesús.
En la segunda
parte del evangelio, san Juan nos coloca ahora a los ocho días del domingo de
la resurrección. Nuevamente, en domingo, los discípulos están reunidos. Desde
aquí comienza el sentido de reunirse el domingo, a los ocho días de aquel
domingo que cambio la historia, o mejor dicho a los ocho días de que comenzó
una nueva historia, la de la comunidad. Están los discípulos reunidos, ahora
llenos de paz y de alegría, como debe de ser cada reunión de la comunidad
cristiana. Ahora se encuentra con ellos Tomás, quien no estaba hace ocho días
con ellos y no había visto al Señor. Tomás no cree lo que la comunidad le dice.
No ha sabido ver la alegría, la paz y la ausencia de miedo que gozan los demás
discípulos. Esta demasiado ocupado, buscando pruebas muy razonables de la
resurrección de Jesús. No es capaz de ver el valor y la vida nueva que envuelve
a los discípulos. Y en medio de esa comunidad que reboza de alegría Jesús se
manifiesta nuevamente y se dirige a Tomás: "aquí están mis manos y mi
costado", "aquí están las pruebas de lo que me dieron muerte,
tócalas". Después dice: dichosos los que creen sin haber visto. Jesús
presenta a la comunidad de los creyentes, "dichosos los que creen sin
haber visto", pero si han sentido. Las llagas son la prueba de la muerte,
pero la comunidad es la prueba de la resurrección. Las primeras comunidades
cristianas, y hasta nuestros días son prueba de la resurrección de Jesús, nadie
se reúne en torno a una mentira por dos mil años. Solo la experiencia de una
comunidad reunida en nombre de Jesús es capaz de transmitir la presencia viva y
renovadora del Señor resucitado.
Porque la
comunidad de los cristianos no es grupo que se reúne para realizar un culto
cada domingo y desaparece en la semana, no es una masa que se congrega para
enaltecer a su ídolo y luego desaparece. No. La comunidad de los cristianos es
esa comunidad que cada ocho días desde aquel domingo de Pascua, se reúne en
nombre de una persona muy concreta: Jesús. Y que se hace presente, y que los
creyentes lo sienten vivo y renovador. Y que los alienta, los fortalece, les da
la paz y les quita el miedo. Esa es la comunidad de los cristianos. Y en esa
comunidad se hace presente el Señor y la comunidad se hace presencia del Señor
para el mundo, para aquellos que están solos, que andan lejos, que buscan
muchas pruebas y que el Señor les está diciendo: aquí estoy, en estos que creen
sin haber visto, pero que si me han sentido, por eso se reúnen en mi nombre.
Esa será
siempre la tarea de la comunidad, reunirse en nombre de Jesús, encarnar la
presencia de Jesús y transmitirla al mundo. Y la presencia de Jesús en cada
comunidad, en cada miembro de ella, es vivir sus sentimientos: de encuentro, de
acogida, de perdón, de caridad, de fraternidad y de servicio.
Creemos sin
haber visto, dichosos porque si lo hemos sentido, y comprometidos a vivir y
transmitir la alegría y la presencia del
Señor resucitado en nosotros y en nuestra comunidad.
Feliz domingo
de la comunidad.
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