DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD.
La Sagrada Familia de Jesús, María y José.
«José y María entraron con el niño Jesús
para cumplir con lo prescrito por la ley»
(Lucas: 2, 22-40).
La única
institución humana que ha permanecido a lo largo de toda la historia es, sin
duda, la familia, pues se han acabado reinos e imperios, movimientos religiosos
y políticos, corrientes filosóficas y sociales, peto la familia sigue en pie.
Esto se
debe a que la familia es el núcleo de la vida humana, ella es el garante de la
continuidad y supervivencia de nuestra especie; es en la familia donde se
engendran los hijos que aseguran que haya una nueva generación, y es en la
familia en dónde esos hijos se humanizan a través de la adquisición de valores
en el trato y convivencia con quienes lo rodean. Es por ello por lo que la
familia subsiste en la historia como núcleo de la vida humana, y por ello que
tenemos el deber y la necesidad de protegerla.
La
familia, cómo institución humana, es a la vez una institución divina, pues es
en una familia donde el Señor quiso encarnarse y humanizarse; es cierto que
bien pudo haber descendido entre nubes y ángeles, sin embargo, quiso desarrollarse
en una familia sencilla y pequeña, pero que sin duda le dio los elementos
necesarios para conocer al Padre Dios y con ello transmitir a sus hermanos.
Está familia sagrada es el arquetipo de toda familia humana, es humana porque
está conformada por seres humanos en toda su expresión, y es sagrada porque en
ella se hace presente Dios.
María es
la madre de familia, un madre llena de gracia; humilde, sencilla, trabajadora, mujer
de fe, María enfrenta los desafíos de la vida familiar sobrellevándolos con
paciencia y amor, sometida, no por la imposición y la violencia, sino por la libre
adhesión al proyecto de salvación de Dios, que sabe descubrir, apreciar, amar y
meditar en su corazón, los pequeños acontecimientos cotidianos que hacen presente
en la vida familiar la gracia de Dios.
José es
el padre providente, varón justo que es el sostén de la vida familiar, el
encargado de ser el custodio de la gracia de la familia, responsable de la
educación del Hijo de Dios. El humilde artesano supo ganarse la vida y la
santidad manejando sus herramientas, contemplado en el silencio de la vida
familiar el paso de Dios por su historia.
Jesús, el
Hijo de José y de María, pero sobretodo el Hijo de Dios; su lugar en esta
familia es asombroso, pues siendo la sabiduría permite ser educado, siendo la
palabra permite que se le enseñe a hablar, siendo el omnipotente se somete a la
voluntad de sus padres, siendo el eterno permite que el tiempo lo vaya
transformando, acrecentándolo hasta alcanzar la plenitud de la humanidad que le
proporcionan dos seres humanos extraordinarios en el vaivén de la cotidianidad.
Pero,
además, este pequeño núcleo familiar no es cerrado, se abre a otros miembros
que le asisten y acompañan; encontramos a los abuelos, Ana y Joaquín, según nos
narra la antiquísima tradición de la Iglesia; encontramos a los tíos y primos,
Juan el Bautista, Isabel y Zacarías; o los parientes mas lejanos, los llamados
“hermanos” que son mencionados en el evangelio. Todos ellos son además
oportunidad de encuentro, de apertura solidaria al encuentro de aquellos más
cercanos y que a veces es más difícil amar.
La
Navidad no es una fiesta fácil. La celebración de la Sagrada Familia que
rememoramos el día de hoy nos lo recalca: la encarnación se efectúa en un hogar
común, formado por personas ordinarias que se enfrentan a los problemas más
humanos que hay, y, es más, es un hogar marginado, perseguido, amenazado,
exiliado, de migrantes y de desprotegidos.
¿Cómo
celebrar entre luces el nacimiento del pequeño Jesús pobre y desnudo en un
pesebre, sin pensar en los miles de niños que viven desamparados en las calles?
¿Cómo celebrar entre regalos la hermosura de la Virgen Madre sin voltear a ver
a las madres que lloran la ausencia de los hijos perdidos por la corrupción y
la violencia? ¿Cómo celebrar la generosidad del Padre carpintero sin considerar
a la multitud de padres que son explotados en los talleres y fábricas sin
obtener lo necesario para ofrecer una vida materialmente digna para sus
familias?
¡Qué
fácil es celebrar una navidad acartonada de pesebres estáticos! ¡Qué difícil es
celebrar la navidad de rostros de carne y hueso, de sentimientos y situaciones
humanos, concretos! ¡Qué difícil es recordar que el Señor de la Gloria se
encarna todos los días en las realidades humanas más dolorosas de nuestro
mundo! ¡Qué fácil es olvidar que la Palabra que es todo amor quiere encarnarse
en nuestros actos concretos cotidianos!
Está
fiesta nos invita a asumir las actitudes y sentimientos de la Sagrada Familia,
a amar nuestro lugar y responsabilidad en nuestros hogares, a aprovechar la
cotidianidad como una oportunidad de abrirnos a experimentar el más puro amor,
el amor de Dios que es Padre y que nos hace familia a todos nosotros, y que nos
invita a acoger a todos los hermanos.
Sagrada
Familia de Nazareth, enséñanos a compartir la vida con la dulzura y la
paciencia de tu vida silenciosa y escondida en la cotidianidad de nuestros
hogares; ayúdanos a santificarnos en el trabajo afanoso y dignificante de
nuestros talleres; empujamos a vivir solidarios en el esfuerzo cotidiano de los
caminos del dolor, de la persecución y del exilio; recuérdanos constantemente
que lo sagrado que hay en ti está contenido en lo más humano, ahí donde Dios se
ha querido encarnar para estar con nosotros, para ser un miembro más de
nuestras familias. Amén.
Bendecida
semana.
Daniel de
la Divina Misericordia C.P.
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