11 diciembre 2023

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE || «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava» || Por: Daniel de la Divina Misericordia

 

SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
12 de diciembre


«Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.»
Lucas 1,49-48


Hoy la Iglesia mexicana se alegra al celebrar a su celestial patrona, y con ella se alegra la nación entera que en Guadalupe puede ver el reflejo de su identidad, nacida de un doloroso encuentro de dos pueblos, o mejor dicho, de la humana síntesis de dos culturas expresada en el rostro de la virgen morena que acude presurosa al encuentro de sus hijos para mostrarles todo su amor y su compasivo auxilio; por eso hoy nuestros ojos se dirigen hacia el Tepeyac, a su casita sagrada, donde todos nos podemos sentir hijos, más allá de nuestras diferencias, hijos del mismo Padre y de la misma madre, que no solo se quedan esperando a sus hijos en la casa, sino que salen a su encuentro; el Padre, sus actitudes, se ven reflejas en las actitudes de la madre, ella al igual que el Hijo, solo saben hacer lo que le han visto hacer al Padre.  


Decimos de Dios que es omnisciente, omnipotente, omnipresente, misericordioso, paciente, providente, pero hay una característica que muchas veces dejamos de lado: nuestro Dios es el Dios de la visita; baste dar un vistazo a la Sagrada Escritura para percatarnos de ello: Dios visita a Adán y Eva en el Edén, Dios visita a Enoch para caminar con él por las tardes, Dios visita a Abraham para comunicarle el nacimiento de un hijo, Dios visita a Moisés para enviarlo a liberar a su Pueblo… Y en la plenitud de los tiempos Dios nos ha visitado para estar entre nosotros en la persona de Jesús de Nazareth.


Y esto es posible gracias a una visita,  la del ángel Gabriel a María, para invitarle a ser la Madre del Hijo de Dios; esta visita tiene una amplia repercusión en María, no solo porque es el inicio de su misión en la historia de la salvación, sino porque con este acontecimiento del Dios de la visita, ella misma se transforma en la mujer de la visita.


Por ello, el evangelio de esta solemnidad, nos narra la visita que María hace a su prima Isabel que al igual que ella se encuentra embarazada; María no se fija en su propia situación, ni la pone como pretexto para no salir al encuentro; tampoco hace alarde de su nuevo status de Madre de Dios para ahorrarse las molestias del viaje; simplemente reconoce la necesidad de Isabel y corre a ponerse a su servicio, haciendo un ejercicio de empatía se identifica con ella y comparten juntas el trance del embarazo, entre sus angustias y alegrías, preparando el nacimiento de sus hijos. El encuentro de estas dos mujeres, como nos narra el evangelio, produce gozo humano que se desborda en el cantico de alabanza a Dios.


María es la mujer de la visita, eso lo sabe muy bien nuestro pueblo mexicano; hoy celebramos que el 9 de diciembre de 1531 la Madre del verdadero Dios por quien se vive nos visitó, y aún más, decidió quedarse a vivir entre nosotros. Al igual que como con Isabel, María reconoció que nuestro pueblo atravesaba por una fuerte crisis, pues tras la guerra de conquista la vida y cultura de los pueblos originarios se extinguió, vieron reducidos a las cenizas sus templos, monumentos, su sabiduría, sus costumbres, sus raíces más profundas, su dignidad misma; ante panorama tan desolador, solo cabía sentarse a esperar la muerte.


Dios no resultó indiferente ante tal situación, y menos aun María, pues como cuando Isabel la necesito, se puso presurosa en camino, no a las montañas de judea, sino a la mas pequeña de todas las cimas, la del Tepeyac, no para ayudar a la conquista de estos pueblos, ni siquiera para instaurar la nueva religión de los conquistadores, simplemente para ser refugio y consuelo de quienes se sentían devastados ante tan doloroso trance, y para hacerlo más creíble, ella misma tomo la forma y los vestidos de sus hijos de estas tierras.


Fue así, que el escogido para recibir la visita fue un indígena, San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, quien aquella mañana fría de diciembre se encontró con la Señora del cielo en la cima del Tepeyac entre flores y cantos; en el diálogo Guadalupe solicita a Juan Diego un favor: ir a donde el Obispo para solicitar que en aquel lugar se construya un templo para mostrar en él su amor y compasión a todos; y entonces, la vida de Juan Diego se transforma, pues ante la mujer de la visita él mismo se convierte en el hombre de la visita, esa será ahora su misión; Juan Diego no repara ante tan grande acontecimiento, solamente emprende el camino por la calzada que une al Tepeyac con la Ciudad de México para realizar la visita que se le ha encomendado, entre la alegría, corriendo y saltando presuroso, porque lleva una buena noticia, como el águila que emprende el vuelo (Cuauhtlatoatzin significa “el que habla como águila”) para subir a los más altos cielos; al llegar donde el Obispo este le recibe y le escucha, pero no da crédito a sus palabras y le despide; podríamos juzgar duramente la incredulidad del Obispo, pero deberíamos mirar en su respuesta la prudencia de la Iglesia que no se deja engañar, y ver también como dicha incredulidad da pie a la grandeza del milagro.


Juan Diego emprende el camino de regreso con una actitud muy distinta a la del comienzo, regresa derrotado; la crónica de las apariciones usa una expresión muy bella para referir el sentimiento del mensajero, regresó “alicaído” como quien tiene las alas rotas, caídas, pues aquel hombre que había sido puesto para elevarse como poderosa águila, se había precipitado en la tierra del fracaso. Y al llegar frente a Guadalupe expone el caso: fui donde me dijiste, me recibieron, me escucharon y no me creyeron, quizá dudan de la veracidad de tu mensaje; ante tal panorama surge uno de los más bellos diálogos del acontecimiento guadalupano, pues ante la perspectiva del fracaso Juan Diego hace una petición a María: «Por lo cual, mucho te ruego, Señora mía, mi Reina, mi Virgencita, que ojalá a alguno de los ilustres nobles, que sea conocido, respetado, honrado, a él le concedas que se haga cargo de tu venerable aliento, de tu preciosa palabra para que sea creído. Porque yo en verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas enviarme, Virgencita mía, Hijita mía la más amada, Señora, Reina.» (Nican Mopohua 54-55).


Si Juan Diego se deja vencer por el desaliento María no lo hace, ella bien sabe que el poderoso sabe bien actuar a través de los débiles, como lo ha hecho a través de ella, sabe bien que al todopoderoso le gusta obrar milagros por sus hijos, pero no solo, siempre con la ayuda de ellos, y de esto María es el mejor ejemplo; así que ella reconforta al pequeño Juan Diego con estas palabras: «Escucha, hijito mío el más pequeño, ten por seguro que no son pocos mis servidores, mis embajadores mensajeros a quienes podría confiar que llevaran mi aliento, mi palabra, que ejecutaran mi voluntad; mas es indispensable que seas precisamente tú quien negocie y gestione, que sea totalmente por tu intervención que se verifique, que se lleve a cabo mi voluntad, mi deseo.» (Nican Mopohua 58-59) y más adelante reafirmará su elección y confianza por Juan Diego, cuando al entregarle las flores del milagro le diga: «Tu eres mi embajador, muy digno de confianza» (Nican Mopohua 139).


Y entonces la actitud de Juan diego se transforma, sus alas se vuelven a elevar; no importará cuantas veces tenga que cruzar la calzada para buscar al Obispo, no importan las horas que tenga que esperar, no importa que su palabra sea puesta en duda, o que tenga que traer pruebas de su veracidad, nada de eso importa, porque él que a los ojos del mundo es nada, lo es todo a los ojos de la Señora del cielo, él es «su embajador, muy digno de confianza».


El resto de la historia lo conocemos, Juan Diego va donde el Obispo el cual le pide una señal para creerle; Juan diego vuelve donde María y ella accede a entregarle la prueba al día siguiente; Juan Diego no vuelve por encontrar a su tío muy enfermo; Juan Diego se dirige a buscar al sacerdote y María le sale al encuentro, lo consuela y le entrega las flores del milagro; Juan Diego lleva las flores envueltas en su tilma, y al entregarlas se plasma en la tela burda, la bella y delicada imagen de nuestra madre, que con tanto amor veneramos hasta el día de hoy en su santuario del Tepeyac.


María es la mujer de la visita, y ha vuelto a Juan Diego el hombre de la visita; María es la mujer que hace posibles los milagros y ha hecho que Juan Diego se haga facilitador de los milagros, ¡Cuanta falta nos hace ser como María y como Juan Diego!


En nuestra patria, en nuestros hogares, en nuestras calles y plazas, en las fabricas y talleres, hemos respondido a la petición de María, y le hemos construido “casitas” donde ella nos muestra constantemente su amor y su consuelo; pero que María se encuentre allí, en esas “casitas” es peligroso, porque detrás del rostro de ternura de la madre existe un corazón apasionado que se levanta y busca a los hijos más pequeños y que sufren; María es una mujer peligrosa, porque es madre, y ellas, las madres saben pedir favores, y quien no lo crea que le pregunte a Juan Diego, él nunca que espero aquella mañana  la madre le pediría un favor que le cambiaría la vida.


Cada que pasas junto a la imagen de María y le diriges una mirada, un saludo, una plegaria, corres un peligro, el peligro de que a ti como a Juan Diego, María te pida un favor, y no será que le levantes un templo, un santuario, eso sería muy fácil, te pedirá cosas más pequeñas pero más difíciles de cumplir: “Rosa, ¿recuerdas a tu vecina, de quien hace un par de meses  falleció su esposo?, se encuentra muy triste, por favor, llévale un abrazo, una palabra de consuelo de mi parte, porque «Tu eres mi embajadora, muy digna de confianza»”; “Pedro, ¿recuerdas a tu compañero de trabajo, el que acaba de comenzar a trabajar en la empresa?, el sueldo que percibe no le alcanza para sostener a su familia, por favor, llévale un poco de arroz o de frijol de mi parte, porque «Tu eres mi embajador, muy digno de confianza»”; “Ana, ¿recuerdas a tu tía, la que ya es anciana y se encuentra sola en casa?, necesita un poco de compañía, por favor, hazle una visita de mi parte, porque «Tu eres mi embajadora, muy digna de confianza»”; y si tu te consideras realmente su hijo, si realmente la amas iras como Juan Diego presuroso a cumplir su mandato, pues de lo contrario la fiesta y las flores, la música y los cohetes, la comida y la bebida de este día se quedarán en algo hermoso pero superficial, en algo que se acaba y no deja huella. Probablemente nos ocurra lo que a Juan Diego, que no seamos escuchados, que seamos rechazados o que se nos pidan pruebas que demuestren nuestra veracidad y nuestras buenas intenciones, quizá el desanimo nos quiera echar para atrás, pero hay que recordar que el que todo lo puede quiere hacer maravillas por medio de nosotros, y que para maría somos sus embajadores muy dignos de confianza.


Hoy María quiere hacer de nosotros hombres y mujeres de la visita, como ella y como Juan Diego, quiere hacer de nosotros los medios por los cuales se logran los milagros que tanto deseamos, porque quizá ese abrazo de consuelo, el plato de alimentos, el tiempo de compañía que podamos dar con amor, es el milagro por el que el hermano o la hermana han estado rezando desde hace tiempo.


Esta fiesta no solo es de la Iglesia Mexicana, es de todo el pueblo mexicano, así lo expresamos incluso en el canto: “Desde entonces para el mexicano ser guadalupano es algo esencial”, y nuestra patria clama por tantos milagros, por paz, por justicia, por dignidad, por honestidad, por unidad, por solidaridad, pero todo esto no nos caerá del cielo, todo eso Dios nos lo quiere dar, pero no lo quiere hacer solo, quiere hacer esos milagros con nuestra ayuda, tiene puesta su esperanza en nosotros, nosotros somos la esperanza de nuestro México, la esperanza verdadera que no quiere basar su autenticidad en promesas o dádivas sino en acciones de autentico amor cristiano; los milagros que nuestro México espera nos corresponde hacerlos a nosotros, pues la pobreza se acabará cuando decidamos abrirnos a la generosidad que comparte, la corrupción se acabará cuando nos abramos a la honestidad que rechaza el soborno, la justicia llegará cuando nos abramos a la misericordia que acoge y perdona, la paz llegará cuando nos abramos a la solidaridad y ala fraternidad que nos hace reconocernos hijos de Dios e hijos de Santa María de Guadalupe.


Ciertamente que no es un camino sencillo, es algo que requerirá esfuerzo y perseverancia como la de Juan Diego, pero nuestra esperanza está en que no nos encontramos solos, en que la virgen morena, aquella que quiso visitarnos, y más aún, quedarse a vivir entre nosotros nos acompaña, nos anima y nos pide ser sus mensajeros, su voz para recordarle a todos los habitantes de estas tierras y a cuantos la aman, que no tenemos nada que temer porque ella está aquí, ella que es nuestra madre, que estamos en el cruce de sus manos y en el hueco de su manto, y que con ella, y con el fruto bendito de su vientre, no tenemos necesidad de ninguna otra cosa.


Y al ser auténticos guadalupanos, hombres y mujeres de la visita, veremos nuestra vida y nuestra tierra transformados en un bello jardín como el Tepeyac, sembrado de flores bellas que nos ayuden a reconocer la obra de Dios, y entonces podremos cantar como María: «Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se goza en Dios mi salvador, porque puso su mirada en la humildad de su esclava […] ha hecho en mi maravillas»


Que Dios te haga santo como a Juan Diego.


Feliz fiesta.

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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