SOLEMNIDAD
DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
12 de diciembre
«Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en
la humildad de su esclava.»
Lucas 1,49-48
Hoy la Iglesia mexicana se alegra al celebrar a su
celestial patrona, y con ella se alegra la nación entera que en Guadalupe puede
ver el reflejo de su identidad, nacida de un doloroso encuentro de dos pueblos,
o mejor dicho, de la humana síntesis de dos culturas expresada en el rostro de
la virgen morena que acude presurosa al encuentro de sus hijos para mostrarles
todo su amor y su compasivo auxilio; por eso hoy nuestros ojos se dirigen hacia
el Tepeyac, a su casita sagrada, donde todos nos podemos sentir hijos, más allá
de nuestras diferencias, hijos del mismo Padre y de la misma madre, que no solo
se quedan esperando a sus hijos en la casa, sino que salen a su encuentro; el
Padre, sus actitudes, se ven reflejas en las actitudes de la madre, ella al
igual que el Hijo, solo saben hacer lo que le han visto hacer al Padre.
Decimos de Dios que es omnisciente, omnipotente,
omnipresente, misericordioso, paciente, providente, pero hay una característica
que muchas veces dejamos de lado: nuestro Dios es el Dios de la visita; baste
dar un vistazo a la Sagrada Escritura para percatarnos de ello: Dios visita a
Adán y Eva en el Edén, Dios visita a Enoch para caminar con él por las tardes,
Dios visita a Abraham para comunicarle el nacimiento de un hijo, Dios visita a
Moisés para enviarlo a liberar a su Pueblo… Y en la plenitud de los tiempos
Dios nos ha visitado para estar entre nosotros en la persona de Jesús de
Nazareth.
Y esto es posible gracias a una visita, la del ángel Gabriel a María, para invitarle
a ser la Madre del Hijo de Dios; esta visita tiene una amplia repercusión en
María, no solo porque es el inicio de su misión en la historia de la salvación,
sino porque con este acontecimiento del Dios de la visita, ella misma se
transforma en la mujer de la visita.
Por ello, el evangelio de esta solemnidad, nos
narra la visita que María hace a su prima Isabel que al igual que ella se
encuentra embarazada; María no se fija en su propia situación, ni la pone como
pretexto para no salir al encuentro; tampoco hace alarde de su nuevo status de
Madre de Dios para ahorrarse las molestias del viaje; simplemente reconoce la
necesidad de Isabel y corre a ponerse a su servicio, haciendo un ejercicio de
empatía se identifica con ella y comparten juntas el trance del embarazo, entre
sus angustias y alegrías, preparando el nacimiento de sus hijos. El encuentro
de estas dos mujeres, como nos narra el evangelio, produce gozo humano que se
desborda en el cantico de alabanza a Dios.
María es la mujer de la visita, eso lo sabe muy
bien nuestro pueblo mexicano; hoy celebramos que el 9 de diciembre de 1531 la
Madre del verdadero Dios por quien se vive nos visitó, y aún más, decidió
quedarse a vivir entre nosotros. Al igual que como con Isabel, María reconoció
que nuestro pueblo atravesaba por una fuerte crisis, pues tras la guerra de
conquista la vida y cultura de los pueblos originarios se extinguió, vieron
reducidos a las cenizas sus templos, monumentos, su sabiduría, sus costumbres,
sus raíces más profundas, su dignidad misma; ante panorama tan desolador, solo
cabía sentarse a esperar la muerte.
Dios no resultó indiferente ante tal situación, y
menos aun María, pues como cuando Isabel la necesito, se puso presurosa en
camino, no a las montañas de judea, sino a la mas pequeña de todas las cimas,
la del Tepeyac, no para ayudar a la conquista de estos pueblos, ni siquiera
para instaurar la nueva religión de los conquistadores, simplemente para ser
refugio y consuelo de quienes se sentían devastados ante tan doloroso trance, y
para hacerlo más creíble, ella misma tomo la forma y los vestidos de sus hijos
de estas tierras.
Fue así, que el escogido para recibir la visita fue
un indígena, San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, quien aquella mañana fría de
diciembre se encontró con la Señora del cielo en la cima del Tepeyac entre
flores y cantos; en el diálogo Guadalupe solicita a Juan Diego un favor: ir a
donde el Obispo para solicitar que en aquel lugar se construya un templo para
mostrar en él su amor y compasión a todos; y entonces, la vida de Juan Diego se
transforma, pues ante la mujer de la visita él mismo se convierte en el hombre
de la visita, esa será ahora su misión; Juan Diego no repara ante tan grande
acontecimiento, solamente emprende el camino por la calzada que une al Tepeyac
con la Ciudad de México para realizar la visita que se le ha encomendado, entre
la alegría, corriendo y saltando presuroso, porque lleva una buena noticia, como
el águila que emprende el vuelo (Cuauhtlatoatzin significa “el que habla como
águila”) para subir a los más altos cielos; al llegar donde el Obispo este le
recibe y le escucha, pero no da crédito a sus palabras y le despide; podríamos
juzgar duramente la incredulidad del Obispo, pero deberíamos mirar en su
respuesta la prudencia de la Iglesia que no se deja engañar, y ver también como
dicha incredulidad da pie a la grandeza del milagro.
Juan
Diego emprende el camino de regreso con una actitud muy distinta a la del
comienzo, regresa derrotado; la crónica de las apariciones usa una expresión
muy bella para referir el sentimiento del mensajero, regresó “alicaído” como
quien tiene las alas rotas, caídas, pues aquel hombre que había sido puesto
para elevarse como poderosa águila, se había precipitado en la tierra del
fracaso. Y al llegar frente a Guadalupe expone el caso: fui donde me dijiste,
me recibieron, me escucharon y no me creyeron, quizá dudan de la veracidad de
tu mensaje; ante tal panorama surge uno de los más bellos diálogos del
acontecimiento guadalupano, pues ante la perspectiva del fracaso Juan Diego
hace una petición a María: «Por lo cual, mucho te ruego, Señora mía, mi
Reina, mi Virgencita, que ojalá a alguno de los ilustres nobles, que sea
conocido, respetado, honrado, a él le concedas que se haga cargo de tu
venerable aliento, de tu preciosa palabra para que sea creído. Porque yo en
verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a
hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas
enviarme, Virgencita mía, Hijita mía la más amada, Señora, Reina.» (Nican
Mopohua 54-55).
Si Juan Diego se deja vencer por el desaliento
María no lo hace, ella bien sabe que el poderoso sabe bien actuar a través de
los débiles, como lo ha hecho a través de ella, sabe bien que al todopoderoso
le gusta obrar milagros por sus hijos, pero no solo, siempre con la ayuda de
ellos, y de esto María es el mejor ejemplo; así que ella reconforta al pequeño
Juan Diego con estas palabras: «Escucha, hijito mío el
más pequeño, ten por seguro que no son pocos mis servidores, mis embajadores
mensajeros a quienes podría confiar que llevaran mi aliento, mi palabra, que
ejecutaran mi voluntad; mas es indispensable que seas precisamente tú quien
negocie y gestione, que sea totalmente por tu intervención que se verifique,
que se lleve a cabo mi voluntad, mi deseo.» (Nican Mopohua
58-59) y más adelante reafirmará su elección y confianza por Juan Diego, cuando
al entregarle las flores del milagro le diga: «Tu eres mi embajador, muy
digno de confianza» (Nican Mopohua 139).
Y
entonces la actitud de Juan diego se transforma, sus alas se vuelven a elevar;
no importará cuantas veces tenga que cruzar la calzada para buscar al Obispo,
no importan las horas que tenga que esperar, no importa que su palabra sea
puesta en duda, o que tenga que traer pruebas de su veracidad, nada de eso
importa, porque él que a los ojos del mundo es nada, lo es todo a los ojos de
la Señora del cielo, él es «su embajador, muy digno de confianza».
El
resto de la historia lo conocemos, Juan Diego va donde el Obispo el cual le
pide una señal para creerle; Juan diego vuelve donde María y ella accede a
entregarle la prueba al día siguiente; Juan Diego no vuelve por encontrar a su
tío muy enfermo; Juan Diego se dirige a buscar al sacerdote y María le sale al
encuentro, lo consuela y le entrega las flores del milagro; Juan Diego lleva
las flores envueltas en su tilma, y al entregarlas se plasma en la tela burda,
la bella y delicada imagen de nuestra madre, que con tanto amor veneramos hasta
el día de hoy en su santuario del Tepeyac.
María
es la mujer de la visita, y ha vuelto a Juan Diego el hombre de la visita;
María es la mujer que hace posibles los milagros y ha hecho que Juan Diego se
haga facilitador de los milagros, ¡Cuanta falta nos hace ser como María y como
Juan Diego!
En
nuestra patria, en nuestros hogares, en nuestras calles y plazas, en las
fabricas y talleres, hemos respondido a la petición de María, y le hemos
construido “casitas” donde ella nos muestra constantemente su amor y su
consuelo; pero que María se encuentre allí, en esas “casitas” es peligroso,
porque detrás del rostro de ternura de la madre existe un corazón apasionado
que se levanta y busca a los hijos más pequeños y que sufren; María es una
mujer peligrosa, porque es madre, y ellas, las madres saben pedir favores, y
quien no lo crea que le pregunte a Juan Diego, él nunca que espero aquella
mañana la madre le pediría un favor que
le cambiaría la vida.
Cada
que pasas junto a la imagen de María y le diriges una mirada, un saludo, una
plegaria, corres un peligro, el peligro de que a ti como a Juan Diego, María te
pida un favor, y no será que le levantes un templo, un santuario, eso sería muy
fácil, te pedirá cosas más pequeñas pero más difíciles de cumplir: “Rosa,
¿recuerdas a tu vecina, de quien hace un par de meses falleció su esposo?, se encuentra muy triste,
por favor, llévale un abrazo, una palabra de consuelo de mi parte, porque «Tu
eres mi embajadora, muy digna de confianza»”; “Pedro, ¿recuerdas a tu
compañero de trabajo, el que acaba de comenzar a trabajar en la empresa?, el
sueldo que percibe no le alcanza para sostener a su familia, por favor, llévale
un poco de arroz o de frijol de mi parte, porque «Tu eres mi embajador, muy
digno de confianza»”; “Ana, ¿recuerdas a tu tía, la que ya es anciana y se
encuentra sola en casa?, necesita un poco de compañía, por favor, hazle una
visita de mi parte, porque «Tu eres mi embajadora, muy digna de confianza»”;
y si tu te consideras realmente su hijo, si realmente la amas iras como Juan
Diego presuroso a cumplir su mandato, pues de lo contrario la fiesta y las
flores, la música y los cohetes, la comida y la bebida de este día se quedarán
en algo hermoso pero superficial, en algo que se acaba y no deja huella.
Probablemente nos ocurra lo que a Juan Diego, que no seamos escuchados, que
seamos rechazados o que se nos pidan pruebas que demuestren nuestra veracidad y
nuestras buenas intenciones, quizá el desanimo nos quiera echar para atrás, pero
hay que recordar que el que todo lo puede quiere hacer maravillas por medio de
nosotros, y que para maría somos sus embajadores muy dignos de confianza.
Hoy
María quiere hacer de nosotros hombres y mujeres de la visita, como ella y como
Juan Diego, quiere hacer de nosotros los medios por los cuales se logran los
milagros que tanto deseamos, porque quizá ese abrazo de consuelo, el plato de
alimentos, el tiempo de compañía que podamos dar con amor, es el milagro por el
que el hermano o la hermana han estado rezando desde hace tiempo.
Esta
fiesta no solo es de la Iglesia Mexicana, es de todo el pueblo mexicano, así lo
expresamos incluso en el canto: “Desde entonces para el mexicano ser
guadalupano es algo esencial”, y nuestra patria clama por tantos milagros, por
paz, por justicia, por dignidad, por honestidad, por unidad, por solidaridad,
pero todo esto no nos caerá del cielo, todo eso Dios nos lo quiere dar, pero no
lo quiere hacer solo, quiere hacer esos milagros con nuestra ayuda, tiene
puesta su esperanza en nosotros, nosotros somos la esperanza de nuestro México,
la esperanza verdadera que no quiere basar su autenticidad en promesas o
dádivas sino en acciones de autentico amor cristiano; los milagros que nuestro
México espera nos corresponde hacerlos a nosotros, pues la pobreza se acabará
cuando decidamos abrirnos a la generosidad que comparte, la corrupción se
acabará cuando nos abramos a la honestidad que rechaza el soborno, la justicia
llegará cuando nos abramos a la misericordia que acoge y perdona, la paz
llegará cuando nos abramos a la solidaridad y ala fraternidad que nos hace
reconocernos hijos de Dios e hijos de Santa María de Guadalupe.
Ciertamente
que no es un camino sencillo, es algo que requerirá esfuerzo y perseverancia
como la de Juan Diego, pero nuestra esperanza está en que no nos encontramos
solos, en que la virgen morena, aquella que quiso visitarnos, y más aún,
quedarse a vivir entre nosotros nos acompaña, nos anima y nos pide ser sus
mensajeros, su voz para recordarle a todos los habitantes de estas tierras y a
cuantos la aman, que no tenemos nada que temer porque ella está aquí, ella que
es nuestra madre, que estamos en el cruce de sus manos y en el hueco de su
manto, y que con ella, y con el fruto bendito de su vientre, no tenemos
necesidad de ninguna otra cosa.
Y
al ser auténticos guadalupanos, hombres y mujeres de la visita, veremos nuestra
vida y nuestra tierra transformados en un bello jardín como el Tepeyac,
sembrado de flores bellas que nos ayuden a reconocer la obra de Dios, y
entonces podremos cantar como María: «Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu
se goza en Dios mi salvador, porque puso su mirada en la humildad de su esclava
[…] ha hecho en mi maravillas»
Que
Dios te haga santo como a Juan Diego.
Feliz
fiesta.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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