De los sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 293,1-3: PL 38,1327-1328)
LA VOZ QUE
CLAMA EN EL DESIERTO
La Iglesia celebra el
nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo
nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no
deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a
estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para
profundizarlo y sacar provecho de él.
Juan nace de una anciana
estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El futuro padre de Juan no cree el
anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimiento de
Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que intentaremos penetrar
y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no
nos permiten llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande, mejor
os adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra,
aquel que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis
recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo.
Juan viene a ser como la
línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo
atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan.
Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo
nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque
personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha
nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre.
Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de
quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de
lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se
le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos
hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.
Zacarías calla y pierde
el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este
silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido
de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento
de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que
en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado
que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera
anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata
su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan
cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él
respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el
Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera,
Cristo la Palabra eterna desde el principio.
Liturgia de las Horas
Oficio de Lectura
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