La estrella que nos guía al
Salvador:
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Dos “curiosidades” quiero compartir con ustedes el día de
hoy: una frase que escuche mientras iba de camino al “super”, y un gesto
totalmente fraterno cuando iba de regreso a mi casa.
Una de esas veces que uno va caminando y de pronto
escucha algo que llama mucho la propia atención me aconteció el día de hoy.
Como dije, iba de camino a hacer la despensa, escuché a una persona decir “si
no sabes a dónde vas, te puedes perder en el camino”. Casi inmediatamente pensé:
¡Claro! ¿Cómo puedes llegar a algún lado si ni siquiera sabes a dónde vas?
Si supiera a dónde voy, aunque no sepa cómo llegar, preguntaría, y eso podría
solucionar mi problema. Pero si no se ha donde tengo o quiero ir, es imposible
llegar a ningún lado. Se quedó hasta ahí mi pensamiento, pero lo que pasó después
lo hizo más interesante.
Cuando venía de regreso a casa, me encontré a una hermana
Clarisa, Cruz, que, fuera de su Monasterio Corpus Christi, vendía, entre
otras cosas, Roscas de reyes. Después de saludarnos y desearnos la Paz y el Bien
me obsequió una de sus deliciosas Roscas. Mientras caminaba a casa pensaba: ¡Que
bueno es Dios! Él sigue poniendo personas buenas en mi camino ¡hasta rosca me
tocó! No cabe duda de que el carisma franciscano no conoce barrera alguna, ni divisiones
entre los que tienen y no tienen hábito. Mi reflexión vendría a verse
cristalizada cuando, llegado a casa, junté ambos acontecimientos con la
solemnidad del día de hoy, la Epifanía del Señor.
Ya en calma en casa y sacando la despensa conjugué la
frase y el regalo de la Rosca con la Epifanía del Señor. Pensé que es cierto que todos los hombres deberíamos
tener esa estrella que nos guie a ese Niño, que, además de ser verdadero hombre
y verdadero Dios, es el cumplimiento de todas las promesas de Dios a su Pueblo.
A final de cuentas, ese es el sentido de la visita de los Magos de Oriente a
Jesús recién nacido. Una promesa que no se limitó al Pueblo de Israel, sino que
se extendió a todo el Pueblo de la humanidad.
Después pensé que ese pequeño Niño tiene que ser para mí
la promesa cumplida de Dios en mi vida. Pensé de manera inmediata en la “estrella”
o “estrellas” que ha(n) guiado mi camino hacia ese Dios hecho niño hasta el día
de hoy. Concluí que para que la luz de mi “estrella-guía” no desaparezca o la
confunda, tengo que saber exactamente a dónde quiero llegar, sin importar si sé
o no el camino a seguir paso a paso. Los Magos de Oriente no sabían a dónde
tenían que llegar, sin embargo, confiaron en la luz de esa estrella. Mientras yo
sepa que quiero llegar a adorar a ese Dios niño, la luz de esa estrella me
llevará a cumplir las promesas de ese Dios en mi vida, lo cual significa mi realización,
felicidad y plenitud humana, profesional y familiar (incluidos todos los que
son importantes para mí).
Doy gracias a Dios porque nunca deja de hablarme ni me
suelta de su mano. Estoy seguro de que seguirá poniendo personas buenas en mi
vida que me sabrán guiar hasta a él. Le doy gracias a esa persona que pronunció
esa frase, y a sor Cruz -y sor Maribel que salió al final- que me regaló la
rosca. El día de hoy fueron la estrella que me llevaron a encontrarme con Dios
y escribir esta reflexión.
La solemnidad de la Epifanía nos recuerda que por obscura
que parezca la noche, siempre habrá una estrella que nos sabrá guiar a Jesús, imagen
de Dios invisible (Col 10,15).
Ahora te invito a reflexionar ¿Cuál es esa estrella guía para ti? Yo logro
descubrir a mis padres, seres amados, profesores, alumnos, proyectos de
crecimiento profesional como una segunda maestría o el doctorado. Piensa en tus
estrellas y cuéntanos sobre ellas. Recuerda que son una luz que guía e ilumina
tu camino hacia la felicidad y plenitud humana.
¡Dios es
siempre bueno!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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