XVII
DOMINGO DEL TIEMPO OTDINARIO
«El
Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo
encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y
compra aquel campo.» Mateo 13,44-43
En la vida estamos constantemente ante la toma de decisiones, pues parte de nuestra libertad está en el poder elegir desde nuestra voluntad entre las múltiples opciones que tenemos a nuestro alcance. De ahí que toda decisión implique temor, pues las consecuencias negativas o positivas es un deber asumirlas con responsabilidad.
¿Cómo podemos entonces tomar buenas decisiones en la vida? La primera lectura nos lo dice con claridad: ayudados de la sabiduría divina. Salomón es considerado uno de los más grandes sabios de la historia, ya que no solo llevó a su pueblo a una época de prosperidad, sino también porque supo plasmar en las obras sapienciales atribuidas a él toda su experiencia de vida que le llevó a alcanzar la plenitud; la clave de su éxito estuvo en que antes de ambicionar poder y riquezas materiales pidió la sabiduría de Dios para no equivocar el camino, pues reconoció que la sabiduría es algo esencial en la vida, mientras que lo demás es superfluo, la sabiduría es fuente de bienes, pues con ella se puede ir conquistando en el esfuerzo cotidiano, todas las aspiraciones.
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Si
esto es necesario para la vida material, lo es más en el plano espiritual, es
necesario tomar decisiones para optar por Jesús y el Reino de Dios. Y es que en
el camino de fe se nos pueden presentar muchas opciones que aparentemente nos parecerán
a simple vista “indispensables” tal como
ritos, devociones, prácticas, que ciertamente son buenas, mas pierden sentido
cuando se alejan del verdadero núcleo del Evangelio; hay cosas que nos van
ayudando a caminar y crecer en la fe, como la andadera con la cuál el niño
aprende a caminar, pero que son necesarias dejar cuando ya se ha llegado a un
determinado nivel de madurez. Y ni hablar de los bienes y valores terrenales
que muchas veces nos roban el corazón y se convierten en el centro de nuestra
vida.
Por
ello es necesario aprender como Salomón a discernir con sabiduría entre lo
necesario y lo superfluo, entre el valor de la perla preciosa y las demás posesiones,
pues de ello depende nuestra prosperidad espiritual.
San
Ignacio de Loyola, cuya memoria celebramos el día de mañana, nos ha dejado una guía
para discernir al comienzo de sus célebres Ejercicios Espirituales: «El hombre
es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor y,
mediante esto, salvar su alma a; y las otras cosas sobre la faz de la tierra
son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para
que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto
le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden.
Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en
todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está
prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que
enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y
por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más
nos conduce para el fin que somos criados.»
Hoy
la palabra de Dios nos invita a vivir pensando solo en lo importante, eligiendo
lo fundamental sobre lo superfluo, aunque esto constituya toda nuestra “riqueza”,
porque solo Dios y su Reino tienen el valor absoluto. Jesús mismo, en el
momento de su Pasión, nos demostró que incluso la propia vida se puede entregar
en favor del Reino de Dios, y no porque no sea valiosa, sino porque una vida
sin los valores del Reino no es auténtica vida.
¿A
que cosas debieras renunciar para conquistar la bienaventuranza del Reino de
Dios?
El
resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina
Misericordia C.P.
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