25 diciembre 2023

El Nacimiento de nuestro Salvador: el camino de la divinidad a la humanidad y de la humanidad a la divinidad | Por: Iván Ruiz Armenta

 

Si él demostró así su divinidad, parece lógico que nosotros andemos el camino de la divinidad mostrando siempre y en todo momento nuestro lado más humano.

El Nacimiento de nuestro Salvador:
el camino de la divinidad a la humanidad y de la humanidad a la divinidad

Insertos ya en el tiempo litúrgico de la Navidad, les invito a reflexionar desde la oración colecta de la eucaristía del 25 de diciembre, que dice así:

«Señor Dios, que de manera admirable creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste, concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó compartir nuestra humanidad. Él, que vive y reina contigo...»

Señor Dios, que de manera admirable creaste la naturaleza humana… Decían los Padres de la Iglesia que cuando Dios creó a la humanidad –representada, según el Génesis, en Adán y Eva– estaba pensando ya en la encarnación del Verbo. En realidad, ahí es donde comienza el proyecto salvador de Dios, pues al crearnos –­a toda la humanidad en general, y a cada uno de nosotros en particular­– nos salva de la no-existencia. Y nos creó con una intención: para relacionarnos con él en la libertad, por eso estamos hechos a su Imagen y semejanza.

…y, de modo aún más admirable, la restauraste… El tiempo de Navidad es un tiempo dedicado a reflexionar en el misterio de la encarnación y nacimiento del Salvador. Cierto es que la encarnación se celebra cada 25 de marzo, pero no podemos hablar de un nacimiento sin una concepción. Así, pues, hay una conexión intrínseca entre una y otra fecha. La primera –la encarnación– marca el inicio de la «restauración» de la naturaleza humana representada en la desobediencia de Adán y Eva; la segunda –el nacimiento–, indica no sólo que Dios está con los suyos, sino que Dios, en el Verbo encarnado y nacido, es uno de los suyos: ¡Dios se ha hecho hombre!

concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó compartir nuestra humanidad El Verbo, al encarnarse, no sólo se hizo uno de nosotros, sino que se fundió con cada uno de nosotros de una manera única y original. Con ello, nos mostró un Dios cercano a su creación predilecta: la humanidad. Lejos de “castigarnos” por nuestras faltas, nos muestra su rostro divino de una manera humana: en la fragilidad de un pequeño Niño.

El primer paso ya lo ha dado Dios, nos toca a nosotros reconocer ese rostro humano, no sólo en el niño del pesebre, sino también, y sobre todo, en todo aquel que necesita de amor, consuelo, palabras de aliento, de un abrazo, de un ¡Te quiero! De esta manera estaremos compartiendo la divinidad de aquel que se dignó compartir nuestra humanidad, pues la divinidad del Verbo encarnado no solo se “de-muestra” en los milagros espectaculares que nos narran los evangelios, sino que, y ante todo, en que muestra su divinidad preocupándose siempre por la humanidad.

Si él demostró así su divinidad, parece lógico que nosotros andemos el camino de la divinidad mostrando siempre y en todo momento nuestro lado más humano. Es el tiempo propicio para que replanteemos nuestro “ser seres humano” y, desde esta naturaleza temporal y frágil, nos unamos a Dios para que el nos participe de su eternidad y fortaleza.

Fraternalmente:
Iván Ruiz Armenta

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