San
Pablo, en su Primera carta a los Corintios (11, 23-26), nos dejó el testimonio escrito
más antiguo (en torno al año 56) de la Institución de la Eucaristía. Aunque
Marcos 14, 22-25, Mateo 26, 26-29 y Lucas 22, 14-20, también narran esta
Institución, el relato del Apóstol de los gentiles es vista como la narración
«etiología cultual» y el «texto normativo»
que «transmite lo que ha recibido» (1Cor 11,
23) en el seno de la comunidad primitiva. Esto da seguridad de que dichas
palabras en verdad provenían del Señor mismo.[1]
En
sintonía con lo anterior, Pablo (1Cor 11, 24) y Lucas (22, 19) son los únicos testimonios
Neotestamentarios que ponen en labios de Jesús un mandato de profundidad
extraordinaria «hagan esto en memoria mía». Si bien podemos interpretar de
manera inmediata que este mandato se refiere al acto específico de “repetir” lo
que Jesús hizo aquella noche, es mucho más que sólo eso. Se trata de
«actualizar» el memorial de su sacrificio cada que celebramos la Eucaristía, y
no sólo de “repetir” exactamente lo que él hizo aquella cena.
Ese
«hagan esto en memoria mía» es, más bien, un mandato de «actualizar» todo lo
que Jesús hizo y dijo en función del reino de Dios, su misión central. Se trata,
pues, de estar a favor y en defensa de los más desprotegidos a causa del sistema
opresor, injusto y de muerte “del mundo” que no reconoce ni recibe la Palabra
de Dios hecha carne (Jn, 1, 11). Esta defensa de lo mínimamente humano que
Jesús hizo es lo que él quiere que “repitamos” en nuestro contexto actual. Esa
es la Nueva Alianza que Dios, en Jesús y por obra del Espíritu Santo, hizo con
nosotros.
Por
otro lado, pero en el mismo horizonte de reflexión, la noche de la cena deInstitución podemos verla como uno de los mayores gestos de entrega del
Nazareno a los suyos, porque para él, siguiendo el testimonio de san Juan,
somos ya sus amigos y no sus siervos (Jn 15,15). Esta actitud de entrega amorosa
la llevó hasta el extremo (Jn 13, 1) en la cruz. Aunque también tiene otros gestos
amorosos, como el lavarles los pies a sus discípulos (Jn 13, 1-15). En
realidad, la vida de Jesús fue una entrega total.
Es
a esa entrega total de Jesús a la que tenemos que responder también de una
manera total, sin reservas. El momento privilegiado de encuentro con él es la
Eucaristía. En ella, está verdadera y realmente su Presencia. Este jueves santo
meditemos y vivamos el encuentro con Jesús-Eucaristía de una manera profunda.
Valoremos esa entrega sin límites de nuestro Salvador e iniciemos un mejor y más
sincero seguimiento de Jesús haciendo lo que él hizo: defender lo mínimamente humano
como nuestro sello de confirmación a esa Nueva y definitiva Alianza que el Dios
Trino y Uno nos propone.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
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[1] Cf. Josep Ratzinger, Jesús de Nazaret, Edición completa, Encuentro, Madrid 2018, 463.
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