DOMINGO I DE ADVIENTO
Ciclo dominical B
«Velen» Marcos 13,33-37
Comenzamos
un nuevo ciclo litúrgico con el tiempo de adviento, espacio temporal para
meditar en la inminente irrupción de la presencia del Señor en nuestras vidas y
en nuestras historia. Además, a partir de este domingo comenzará a acompañarnos
el evangelio de Marcos, cuya característica peculiar es la insistencia en
reconocer en Jesús, el mesías crucificado, al Hijo de Dios.
Marcos
escribió probablemente su evangelio para la comunidad cristiana de Roma hacia
el año 65 al 70 d.C. cuando la persecución del Imperio en la persona sobre los
seguidores de Cristo se hacia más recia, y en la cual una gran cantidad de
cristianos, incluidos Pedro y Pablo según la tradición, sufrieron el martirio.
Así, Marcos nos invita a tener esperanza de que los seguidores de Jesús y los
poderes del mal, puedan juntos reconocer en el mesías que también padeció
persecución, al Hijo de Dios, y con ello alcanzar la salvación. A lo largo de
la narración, Marcos nos irá mostrando como Jesús nos revela con sus obras su
naturaleza divina, aun cuando esto desata la persecución del mal que busca
aniquilarlo.
El
reto está en aprender a reconocer a Jesús, que se nos puede manifestar en
cualquier momento y circunstancia, de ahí que exista una llamada a vivir en una
actitud vigilante, porque no cualquiera puede reconocer la manifestación del
Hijo de Dios. Esta breve iluminación nos ayudará a comprender el mensaje de la
Palabra de Dios con la que inauguramos el ciclo litúrgico y el tiempo de
adviento, que, a lo largo de sus cuatro domingos nos invitará a mantener una
espera atenta: la primera invitación será a velar, a no permitir que las
preocupaciones de la vida nos distraigan de la espera del Señor; la segunda
invitación será a preparar la vida y el corazón, a disponerlo todo para cuando
el Señor llegue; la tercera invitación será a testificar, porque no basta con
esperar al Señor de forma individual, es necesario atraer a otros al encuentro
del Señor, como lo hizo Juan el Bautista; la cuarta invitación será a
alegrarnos, porque tenemos muchos motivos para estar alegres, porque el Señor
viene y solo quien tiene el corazón alegre estará verdaderamente dispuesto a
acogerlo como María; y así, nuestro itinerario de adviento culminará a los pies
del pesebre, y con seguridad podremos reconocer en el pequeño recostado entre
las pajas al Hijo de Dios.
El
fragmento evangélico de este domingo se inserta en el capítulo decimo tercero,
en el que se encuentra el discurso escatológico de Jesús; el maestro acaba de
anunciar la destrucción de Jerusalén, principalmente del Templo, a causa de no
haber sabido reconocer al Hijo de Dios; el fracaso del sistema religioso judío
se muestra a los discípulos del Señor como un signo de alerta: nos puede pasar
lo mismo. Ante tal anuncio la respuesta de los discípulos es un
cuestionamiento: ¿cuándo sucederá todo esto? A lo que Jesús afirma que nadie
sabe el día ni la hora por lo que es necesario estar atentos a los signos que
el poder del mal dará sobre aquellos que han reconocido al Hijo de Dios, pues,
si el mal ha querido aniquilar al maestro, lo hará también con los discípulos.
Ante
tal afirmación lo natural será el miedo, sin embargo Jesús pide permanecer
firmes en su victoria; por tanto, no se puede vivir en el temor sino en la
corresponsabilidad activa de quien espera la inminente irrupción del Reino de
Dios, con una actitud vigilante. Como ya hemos mencionado, la palabra clave de
este domingo es velar, de hecho, aparece por tres ocasiones a lo largo del
texto evangélico que hemos leído aparecerá por tres ocasiones, todas ellas en
tono imperativo: velen.
1. «Velen, pues no saben cuándo será el momento»
La
primera de estas expresiones va acompañada de una ilustración, es necesario
velar a semejanza de los siervos que han recibido instrucciones de su amo, es
necesario velar de manera diligente, para que cuando este regresa encuentre el
trabajo hecho o al menos en proceso de ejecución. Este primer fragmento puede
despertar en nosotros dos preguntas: si el amo (Dios) se ha ido ¿está realmente
ausente?, ¿Cuáles son las tareas que nos ha encomendado? La primera lectura (Isaías
63,16b-17.19b;64,2b-7) nos da la respuesta.
El
profeta es claro: Dios no está ausente, hemos sido nosotros quienes lo hemos
ocultado de nuestra vista con nuestros muchos pecados. Cuando el hombre se
olvida de los mandamientos de Dios acalla su voz; cuando el hombre se rebela
contra la voluntad de Dios se aleja de Él; cuando deja de invocar el nombre de
Dios entonces el hombre crea una barrera que le impide percibirlo, como una nube
que oculta el sol, que lo lleva a marchitarse y a morir. Sin embargo el
profetas se afianza en una esperanza: Dios es nuestro Padre, y nunca se olvida
de nosotros, aunque nosotros lo olvidemos a Él; por ello se eleva una plegaria:
«Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo los montes con tu presencia»;
el Profeta reconoce que la dureza del corazón del hombre no puede romperse
sola, siempre requerirá de la presencia de ese Padre para que el corazón humano
se estremezca y regrese a Él.
El
adviento es un tiempo de conversión, quizá menos intenso que la cuaresma, pero
es una invitación a renovar la vida, el color morado que usamos en este tiempo
nos lo recuerda; si realmente queremos sentir la presencia de Dios, si
realmente queremos reconocer al Hijo de Dios, necesitamos escuchar sus
mandamientos en la lectura atenta de su Palabra, llevar a la práctica esos
mandatos apegándonos a su voluntad en la vida cotidiana, invocar su nombre en
la oración: todo ello con la certidumbre que nos da la fe , de que su presencia
amorosa estremecerá nuestro corazón. Pero para esto es necesario velar sobre
nuestra conversión, para que esta nunca deje de realizarse.
El
Profeta es claro: «El Señor sale al encuentro de quien practica la justicia».
Ahí está la clave para saber cuál es la labor que el Señor nos ha encomendado,
ser justos, ser santos. Cada uno tiene un rol en la vida y en la sociedad, y
ser justos implica hacer lo que nos corresponde desde dicho rol, no más ni
menos, solo hacer lo que nos corresponde, y si encontramos algo que no es justo
estamos invitados a cambiarlo. Ser justos en todo momento, con Dios y con
nuestros hermanos, para que cuando el dueño de la casa vuelva no tenga nada que
reprocharnos. Por eso es necesario velar sobre nuestra justicia, para que nunca
dejemos de practicarla.
2.
«Velen, porque no saben cuándo vendrá el dueño de la casa»
La
segunda vez que se usa la expresión “Velen” va acompañada con una invitación a
no dejarnos llevar por el sueño. Aquí me gustaría detenerme un momento y
distinguir entre sueños y sueño; sueños equivale a un lugar teológico en la
Escritura, es un espacio en el que Dios se revela y comunica su voluntad (Cfr.
Génesis 28,10-19; Génesis 37; Daniel 2; Mateo 1, 20-21; 2,13; 2,19-20; 2,22), quienes
sueñan son capaces de lograr grandes cosas, son capaces de ejecutar la voluntad
de Dios, por otra parte el sueño es un peligro, porque equivale al sinsentido y
al cansancio que cierran el corazón para impedirnos ver la voluntad de Dios.
Jesús
es consciente del peligro de transformar los sueños en sueño, pasar de la
esperanza a la frustración, incluso en algún momento el se deja llevar por el
sueño (Cfr. Mateo 8,23-27) como cualquier ser humano, sin embargo tiene la
capacidad de responder al llamamiento de sus discípulos a despertar y enfrentar
la tempestad; pero no siempre es así en la vida, despertar del sueño no siempre
implica enfrentar la vida de forma positiva, pues, en la noche de Getsemaní,
cuando los discípulos se dejaron llevar por el cansancio y la tristeza, ante el
llamamiento de Jesús a despertar, deciden salir huyendo y abandonan al maestro.
Para
vencer el sueño es necesario velar, esta es una invitación que Jesús hará en
otras ocasiones como en la noche de Getsemaní, es necesario velar sobre
nuestros sueños, para que precisamente el sueño no los transforme en apatía,
monotonía, vacío y sinsentido. Cuantas personas comienzan grandes proyectos y
terminan abandonándolos ante las dificultades que se les presentan y desembocan
en profesionistas frustrados, matrimonios divididos, vocaciones transgredidas,
transformaciones deformadas; cuantos cristianos se acercan a la Iglesia con
ilusión y esperanza y terminan abandonándola porque el padre me regañó, los
hermanos no me escucharon, no era lo que esperaban, es demasiado trabajo y no
me lo retribuyen, etc.
La
invitación de Jesús es estar atentos a lo importante para que no lo sofoque el
sueño, pero sobre todo para que en eso importante se pueda descubrir la
presencia del Hijo de Dios: es cierto que en la vida profesional habrá momentos
de frustración, de pocos ingresos económicos o de incomprensión, pero que bello
es saber que lo importante es que con tu trabajo puedes ayudar a otros y en
ello se manifiesta la presencia del Hijo de Dios; seguramente en la vida
matrimonial habrá peleas, infidelidades, adversidades, pobreza, enfermedad,
pero que bello es saber que lo importante es el perdón, la solidaridad y el
amor que se pueden tener los esposos y que en ese amor se manifiesta el Hijo de
Dios.
Y
aquí podríamos preguntarnos ¿es humano no dejarnos vencer por el sueño?,
probablemente podríamos decir que no, y que por ello es imposible conseguirlo,
y más cuando hemos visto a Jesús dormido en la barca vencido por el cansancio,
sin embargo, el apóstol nos recuerda en la segunda lectura (Corintios 1,3-9)
que todo es posible por la gracia de nuestro Señor Jesucristo que se nos ha
dado y que nos garantiza perseverar hasta el fin, una gracia que se va
enriqueciendo en cada experiencia y que se garantiza por la fidelidad de Dios
que nunca nos abandona.
Si
el Señor no nos ha dicho el momento de su llegada no es para tomarnos por
sorpresa, mucho menos para que vivamos en el temor de su inminencia, sino por
el contrario, para que vivíamos en una actitud de espera alegre, como quien
aguarda a un amigo muy valioso y ansia su llegada. Solo quienes no tienen el
corazón dispuesto, quienes no han hecho ni siquiera lo indispensable, temen el
regreso de su Señor; si algunos sienten ansiedad, si viven calculando el día de
su retorno es porque quieren que no los tome des aprevenidos, para que el amo
los encuentre con la tarea hecha, pero no se atreven a vivir trabajando para
que los encuentre realizando la tarea.
3.
«Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: velen»
La
tercera vez que aparece la expresión “Velen” va acompañada de una apertura,
pues la invitación no se reduce solo a los discípulos, a los creyentes, a los
cristianos, sino que es una invitación universal, una invitación para toda la
humanidad.
El
evangelio no es solo para unos cuantos, para una comunidad, como si fuéramos un
club exclusivo; los valores del evangelio son para cada hombre y mujer; como
dijimos al principio, Marcos alienta la esperanza de que no solo la comunidad
creyente proclame la filiación divina de Jesús, sino que también lo hará la
humanidad entera, incluso los que persiguen la causa del evangelio; y eso será
posible, solo por el testimonio de cada cristiano y cada comunidad.
De
ahí la urgencia cristiana de invitar a todos a velar, a no dejarse vencer por
el sueño del desaliento ante la guerra, la violencia, la pobreza, la exclusión,
es una urgencia despertar al mundo, a todos, con la esperanza de la
fraternidad, de la paz, de la solidaridad. No podemos dejar que los demás
duerman mientras nosotros velamos, como quien espera a que el amo regrese,
encuentre dormidos a los demás y solo velando a mí, para que a mi me premie y a
ellos los castigue; es una invitación a despertar a todos.
Hace
unos días, encontraba en las redes sociales a una persona que alegaba que era
necesario recordarles a los demás que la Navidad no eran reuniones familiares
ni festejos de amigos, ni obsequios ni intercambio de abrazos y sonrisas, ni
canciones ni alegría; la Navidad, decía esa persona, es recordar el nacimiento
de Jesús, y eso solo se vive en la Iglesia, en la oración, en la liturgia, no
en falsedades mundanas; lo anterior me hizo pensar, ¿es que acaso Jesús solo
pertenece a la Iglesia?¿Su mensaje es una exclusiva de nosotros sus
seguidores?¿No es acaso las celebraciones, reuniones, comidas, abrazos,
palabras bellas, la mejor manera de celebrar el nacimiento de aquel que paso
por el mundo abrazando, celebrando, compartiendo, apapachando a las personas?
¿No será acaso que las personas se han refugiado en el consumismo de estos
días, en Santa Claus y otros personajes imaginarios, en las borracheras y demás
excesos, porque nuestro Jesús, el que solo le pertenece a la Iglesia no dice
nada para sus vidas?¿No sería una buena oportunidad aprovechar las fiestas,
celebraciones, reuniones, como momento para despertarles y mostrarles a Jesús?
Quizá,
una buena manera de preparar la Navidad será despertarnos de nuestro sueño y
despertar a alguien más (aunque solo sea uno) así como los ángeles en la noche
de Navidad despertaron a los pastores, para que no llegues solo al pesebre,
sino acompañado de alguien más, de alguien a quien invitaste a velar.
El resto de la reflexión depende de ti. Bendecido Adviento.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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