28 mayo 2022

La Ascensión del Señor: inicio de la multiforme presencia pneumática de Jesucristo | En memoria de Fr. Manuel Anaut Espinosa, OFM.

 


En esta solemnidad de la Ascensión del Señor quiero compartir con ustedes una de las tantas enseñanzas de un excelente teólogo, Fray Manuel Anaut Espinosa, OFM. Las siguientes líneas son a razón de una pregunta que yo le lanzaba a Fray Manuel respecto a la Solemnidad de este domingo. Su respuesta fue la siguiente:

 

…cuando hablamos de la Ascensión lo hacemos en términos de ausencia: se fue. La pregunta cae entonces por su propio peso: ¿en qué quedamos, está o no está?


    De entrada, me parece que para tratar adecuadamente el problema hay que estar atentos a no comprar la ecuación “estar ausente = no estar” o, para ser más claros, no hay que dar por sentado que, si no hay presencia física, entonces no hay presencia a secas. En realidad, hay muchas maneras de estar presente. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en la representación (como un embajador que hace presente al gobierno de su país ante otro gobierno), en la sustitución vicaria (como cuando una autoridad se ausenta pero deja en su lugar a otro para que haga sus funciones en caso de necesidad), la delegación (cuando alguien preside y valida un acto en nombre de una autoridad superior como lo hace, por ejemplo, el presidente de Capítulo), o bien lo que Schillebeeckx llamaba las “experiencias negativas de contraste” (cuando echamos de menos algo o alguien que debiera estar, como cuando sentimos el vacío que deja un ser querido que ha muerto; a través de su no-estar está), tenemos también el símbolo y así un largo etcétera. 


    Algo parecido sucede con la ausencia. Hay muchas maneras de no estar presente, aunque físicamente sí lo estemos. Una persona que hace abstracción de su entorno por estar embebido en su celular o alguien que por enfado no participa en una convivencia son dos buenos ejemplos. En suma, aún como experiencia antropológica antes que como experiencia de fe, así como hay formas de presencia que no necesariamente están mediadas por el cuerpo, así también hay formas de ausencia a pesar del estar-ahí de un cuerpo. En otras palabras, aunque el cuerpo es la mediación ordinaria de la presencia o de la ausencia de alguien, esto no ocurre necesariamente así siempre y en todos los casos.


    Todo este rollo es para decirte que la solemnidad de la Ascensión no es la fiesta de la ausencia de Jesús, sino la de la inauguración de una nueva forma de presencia ya no mediada por su corporeidad física. Y esta no mediación somática proviene del hecho de que la Ascensión es un acontecimiento pascual. Incluso hay teólogos y exégetas que afirman que la Ascensión es una manera de referirse a lo que sucedió con Jesús tras su muerte. Me explico.


    La fe confiesa que después de la muerte de Jesús se dio una intervención definitiva de Dios en favor de su siervo crucificado gracias a la cual él —Jesús— vive para siempre y es avalado por Dios en su persona, praxis y mensaje. Ahora bien, ¿en qué consistió esa intervención divina? En los evangelios encontramos diferentes lenguajes para referirse a ella: “resurrección”, “apariciones” y “ascensión”. Cada lenguaje enfatiza un aspecto de la intervención de Dios: vida plena y definitiva, acontecimiento escatológico, misión testimonial, glorificación e introducción en la realidad de Dios (como bien precisas en el blog citando a Boff), pero ninguno lo dice todo. Así pues, la Ascensión no parece ser un acontecimiento distinto de la resurrección y ni siquiera posterior a ella. Fíjate cómo Lucas la ubica el mismo día de la resurrección en 24, 1, 13, 36-51; por cierto, ahí podrás ver cómo el evangelista utiliza los lenguajes antes mencionados para narrar el único acontecimiento pascual).


    Alguien podría objetar que en Hechos se afirma explícitamente que la Ascensión tuvo lugar cuarenta días después de la resurrección (1, 3). Es verdad, pero este dato no invalida lo que dice el evangelio, antes bien lo confirma. Porque sabemos que no estamos aquí ante una información cronológica sino ante el simbolismo del número cuarenta, que en la Biblia suele aplicarse a un arduo periodo de preparación, de prueba, de duda, de tentación. El diluvio duró cuarenta días y cuarenta noches (Gn 7, 12), Moisés pasó cuarenta días en la montaña (Ex 24, 18; 34, 28), Israel caminó cuarenta años en el desierto (Ex 16, 35), Elías camina cuarenta días hacia el monte de Dios (1Re 19, 8), Jesús pasa cuarenta días en el desierto donde es tentado (Lc 4, 2) y la Cuaresma cristiana dura cuarenta días. De modo que los cuarentas días que el Resucitado pasa con sus discípulos instruyéndolos y fortaleciéndolos en la fe según Hechos se corresponden con lo que él hace y dice en Lc 24 en una sola y misma jornada. 


    Total, la Ascensión es un acontecimiento pascual y por tanto mediante la figura de la ausencia somática de Jesús da a entender el inicio de su multiforme presencia pneumática: en el anuncio del Evangelio, en los sacramentos (sobre todo en la Eucaristía), en la Iglesia, en los pobres, en los signos de los tiempos, en las diversas obras pastorales, etc., etc., etc. Y la parusía no sería la llegada del Glorificado desde fuera del mundo sino la visibilización y plenitud escatológica de estas presencias, que no es que sean muchas sino una sola, nomás que provisionales y fragmentarias. La parusía será la prueba fehaciente de que el Resucitado cumplió su promesa de estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo. Y entonces lo recapitulará todo en sí mismo y lo entregará al Padre, como dice la carta a los Efesios. Será el momento en que quede de manifiesto que “Cristo confiere un sentido unitario a todas las sílabas, las palabras y las obras de la creación y de la historia” (Juan Pablo II)…

Fr. Manuel Anaut Espinosa, OFM

 

Elevo mi agradecimiento hasta la casa de nuestro Abbá dirigido a Fr. Manuel, porque estoy seguro de que él me hubiera permitido publicar las líneas precedentes, incluso me hubiera ayudado escribiendo una reflexión propia para la Solemnidad de la Ascensión del Señor de este año, como otras veces lo hizo. Un abrazo hasta el cielo, Fr. Manuel. 


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