26 junio 2020

La Iglesia como signo y mediación del reino de Dios en el mundo

Una de las características de las sociedades del siglo XXI es la “crisis institucional”. Esta crisis y la búsqueda de “nuevas” experiencias y sensaciones traen consigo una crisis de la Iglesia en cuanto institución.[1] Afortunadamente la Iglesia no es sólo una institución; es, teológicamente hablando, el «resultado último» de todo el proyecto mesiánico de Jesús: el reino de Dios.


El proyecto del reino es, pues, el hilo conductor que explica teológicamente el surgimiento de la Iglesia,[2] en el que intervienen la inspiración del Espíritu, la memoria de la vida y obra de Jesús, la interpretación de los discípulos y las comunidades, y factores históricos no previsibles.[3] De esto se deduce que hay una especial articulación entre Reino de Dios e Iglesia, que, a su vez, se articulan con el mundo[4]. Porque es en éste en el que se sitúa la Iglesia y en el que se tiene que concretizar el reino de Dios.


Articulación entre reino de Dios, Iglesia y mundo


En primer lugar, hay que situar el reino de Dios «como la primera y definitiva realidad que engloba las demás. Viene después el mundo, como el espacio de la historificación del Reino y de la realización de la propia Iglesia. Por último, la Iglesia, como realización anticipatoria y sacramental del Reino en el mundo y como mediación para que el Reino se anticipe en el mundo de un modo más denso»[5].


La Iglesia es la «concreción histórica» del reino de Dios, y, por eso, es «signo del reino». Y como tal, la Iglesia es mediación para el acceso a Dios, promoviendo los valores de este reino recogidos en las Bienaventuranzas, la carta fundacional del cristianismo[6]. El Vaticano II afirma que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Bajo otras palabras el Concilio también expresa que la Iglesia es signo y mediación (instrumento) entre Dios (su reinar) y el género humano (el mundo).


Signo y mediación del reino de Dios en el mundo


Signo y mediación del reino de Dios, antes que institución, es lo que la Iglesia debe ser de cara al mundo, en especial en esta situación de confinamiento y muerte a causa del COVID-19. La Iglesia, como signo del reinar de Dios, es la concreción histórica de que este reino no solo es posible, sino necesario en el mundo. Como mediación, la Iglesia sirve de puente entre el mundo y Dios, y como semilla fecunda del reinar de Dios. Como signo y mediación, la Iglesia es la primera garante y responsable de propagar e instaurar el reino de Dios en el mundo.


Antes de institución, la Iglesia es la continuadora del proyecto de Jesús. Esto no significa que la Iglesia tenga una «identificación visible y social»[7] con el reino de Dios. Más bien tiene una «identificación» sacramental y existencial con el reino, pues la Iglesia es «sacramento universal de salvación» (LG 48), a semejanza de este reino, en el que se avizora la restauración prometida que esperamos, y que ya comenzó en Cristo, y que es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por Él continúa en la Iglesia (cf. LG 48) -dimensión existencial-.


La Iglesia es un signo y mediación del reino de Dios predicado por Jesús, el Cristo. Y bajo esta óptica es que se ha de mover como continuadora de su mismo proyecto fundacional, «pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios» (LG 5).


 La Iglesia ha de hacer esto como el «cuerpo místico de Cristo» (LG 7), en el que se concretiza el designio salvador de Dios en favor de los hombres. La Iglesia es la comunidad de hombres que «recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (LG 5). La Iglesia, en suma, es la comunidad de creyentes que son signo y mediación de Dios. Y que, como tal, pueden hacer y decir mucho en favor de todos los hombres del siglo XXI, sean creyentes o no. Especialmente a aquellos que sufren a causa de la actual pandemia.


¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta


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[1] J. A. Estrada, El cristianismo en una sociedad laica. Cuarenta años después del Vaticano II, DDB, Bilbao 20062, 19.

[2] R. Aguirre, La mesa compartida. Estudios del NT desde las ciencias sociales, Sal Terrae, Santander 1994, 204.

[3] J. A. Estrada, Para Comprender. Cómo surgió la Iglesia, EVD, Estella 20002, 59.

[4] Cf. L. Boff, «La articulación correcta: Reino-mundo-Iglesia», en Iglesia: carisma y poder. Ensayo de eclesiogénesis militante, Sal Terrae, Santander 1982, 14-15. La postura de L. Boff se mueve, según se entiende aquí, en la libertad que otorga la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando sostiene que «de los textos bíblicos y de los testimonios patrísticos, así como de los documentos del Magisterio de la Iglesia no se deducen significados unívocos para las expresiones Reino de los CielosReino de Dios Reino de Cristo, ni de la relación de los mismos con la Iglesia, ella misma misterio que no puede ser totalmente encerrado en un concepto humano. Pueden existir, por lo tanto, diversas explicaciones teológicas sobre estos argumentos. Sin embargo, ninguna de estas posibles explicaciones puede negar o vaciar de contenido en modo alguno la íntima conexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia» (Dominus Iesus, n. 18).

[5] L. Boff, Iglesia: carisma y poder15.

[6] Cf. J. J. Tamayo Acosta, ¿Jesús anunció el reino de Dios y vino la Iglesia?, en En la calle 19 (2011) 13-15.

[7] Cf. Dominus Iesus, n. 19.


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