Una de las características de las
sociedades del siglo XXI es la “crisis institucional”. Esta crisis y la
búsqueda de “nuevas” experiencias y sensaciones traen consigo una crisis de la
Iglesia en cuanto institución.[1] Afortunadamente la Iglesia
no es sólo una institución; es, teológicamente hablando, el «resultado
último» de todo el proyecto mesiánico de Jesús: el reino de Dios.
El proyecto del reino es,
pues, el hilo conductor que explica teológicamente el surgimiento de la Iglesia,[2] en el que intervienen la
inspiración del Espíritu, la memoria de la vida y obra de Jesús, la
interpretación de los discípulos y las comunidades, y factores históricos no
previsibles.[3] De esto se deduce que hay una especial articulación entre Reino de Dios e Iglesia, que, a su vez, se articulan con el mundo[4]. Porque es en éste en el
que se sitúa la Iglesia y en el que se tiene que concretizar el reino de Dios.
Articulación entre reino de
Dios, Iglesia y mundo
En primer lugar, hay que
situar el reino de Dios «como la primera y definitiva realidad que engloba las
demás. Viene después el mundo, como el espacio de la historificación del Reino
y de la realización de la propia Iglesia. Por último, la Iglesia, como
realización anticipatoria y sacramental del Reino en el mundo y como mediación
para que el Reino se anticipe en el mundo de un modo más denso»[5].
La
Iglesia es la «concreción histórica» del reino de Dios, y, por eso, es «signo
del reino». Y como tal, la Iglesia es mediación para el acceso a Dios,
promoviendo los valores de este reino recogidos en las Bienaventuranzas, la
carta fundacional del cristianismo[6]. El Vaticano II
afirma que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»
(LG 1). Bajo otras palabras el Concilio también expresa que la Iglesia es signo
y mediación (instrumento) entre Dios (su reinar) y el género humano (el mundo).
Signo y mediación del reino de Dios
en el mundo
Signo y mediación del
reino de Dios, antes que institución, es lo que la Iglesia debe ser de cara al
mundo, en especial en esta situación de confinamiento y muerte a causa del
COVID-19. La Iglesia, como signo del reinar de Dios, es la concreción histórica
de que este reino no solo es posible, sino necesario en el mundo. Como
mediación, la Iglesia sirve de puente entre el mundo y Dios, y como semilla
fecunda del reinar de Dios. Como signo y mediación, la Iglesia es la primera
garante y responsable de propagar e instaurar el reino de Dios en el mundo.
Antes de institución, la Iglesia
es la continuadora del proyecto de Jesús. Esto no significa que la Iglesia tenga
una «identificación visible y social»[7] con el reino de Dios. Más
bien tiene una «identificación» sacramental y existencial con el
reino, pues la Iglesia es «sacramento universal de salvación» (LG 48), a
semejanza de este reino, en el que se avizora la restauración prometida que
esperamos, y que ya comenzó en Cristo, y que es impulsada con la misión del
Espíritu Santo y por Él continúa en la Iglesia (cf. LG 48) -dimensión
existencial-.
La Iglesia es un signo y mediación del reino de Dios predicado por
Jesús, el Cristo. Y bajo esta óptica es que se ha de mover como
continuadora de su mismo proyecto fundacional, «pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia
predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios» (LG 5).
La Iglesia ha de hacer esto como el «cuerpo
místico de Cristo» (LG 7), en el que se concretiza el designio salvador de Dios
en favor de los hombres. La Iglesia es la comunidad de hombres que «recibe la
misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los
pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (LG
5). La Iglesia, en suma, es la comunidad de creyentes que son signo y mediación
de Dios. Y que, como tal, pueden hacer y decir mucho en favor de todos los
hombres del siglo XXI, sean creyentes o no. Especialmente a aquellos que sufren
a causa de la actual pandemia.
Fraternalmente
[1] J. A. Estrada,
El cristianismo en una sociedad laica. Cuarenta años después del Vaticano II,
DDB, Bilbao 20062, 19.
[2] R. Aguirre, La mesa compartida. Estudios
del NT desde las ciencias sociales, Sal Terrae, Santander 1994, 204.
[3] J. A. Estrada,
Para Comprender. Cómo surgió la Iglesia, EVD, Estella
20002, 59.
[4] Cf. L. Boff,
«La articulación correcta: Reino-mundo-Iglesia», en Iglesia: carisma y
poder. Ensayo de eclesiogénesis militante, Sal Terrae, Santander 1982, 14-15.
La postura de L. Boff se
mueve, según se entiende aquí, en la libertad que otorga la Congregación para
la Doctrina de la Fe, cuando sostiene que «de los textos bíblicos y de los
testimonios patrísticos, así como de los documentos del Magisterio de la
Iglesia no se deducen significados unívocos para las expresiones Reino
de los Cielos, Reino de Dios y Reino de Cristo,
ni de la relación de los mismos con la Iglesia, ella misma misterio que no
puede ser totalmente encerrado en un concepto humano. Pueden existir, por lo
tanto, diversas explicaciones teológicas sobre estos argumentos. Sin embargo,
ninguna de estas posibles explicaciones puede negar o vaciar de contenido en
modo alguno la íntima conexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia» (Dominus
Iesus, n. 18).
[5] L. Boff,
Iglesia: carisma y poder… 15.
[6] Cf. J. J. Tamayo Acosta, ¿Jesús anunció el reino de Dios y vino la
Iglesia?, en En la calle 19 (2011) 13-15.
[7] Cf. Dominus Iesus, n. 19.
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