San Francisco de Asís es uno de esos santos
verdaderamente católico-universales. Su espíritu de fraternidad y búsqueda de
paz lo han convertido en un santo ecuménico. Y es que quién no conoce la
oración por la paz tan bella que se le atribuye al santo de Asís,[1] y que ha sido el trasfondo
espiritual con el que se han mantenido jornadas de oración ecuménicas por la
paz en su ciudad natal, Asís. Me refiero a aquella oración que quien la reza siente
verdaderamente propias aquellas palabras que rezan así: Señor, haz de mi un Instrumento
de paz. Incluso se ha convertido en un referente para los movimientos
ecológicos, sin mencionar que el actual Papa Francisco lleva tal nombre en
honor a este santo.
San Francisco nació en
Asís a finales de 1181 o principios de 1182. Tras varios años de conversión,
fundó tres Órdenes: La de Frailes Menores (OFM), la de Hermanas Pobres (OSC) junto
a Clara, su Pequeña Plantita, y la Orden de Hermanos Seglares (OFS). Murió
el año 1224 en la cuna de la Orden, la Porciúncula, sólo un par de años después
de su estigmatización. Fue el Papa Gregorio IX quien lo inscribió en el
catálogo de los santos en 1226. Desde entonces, cada 4 de octubre la Iglesia
celebra en este hijo suyo a uno de los santos mas importantes de la Edad Media.
Él y santo Domingo de Guzmán fueron los dos pilares que sostuvieron en gran
medida a la Iglesia medieval con la fundación de sus respectivas Órdenes.
La solemnidad del Poverello,
de quien se ha dicho que representa un alter Christus (otro Cristo) por
ser un verdadero icono vivo de Cristo,[2] comienza el 3 de octubre
cuando se conmemora su transitus, es decir, su tránsito al reino del Padre.
Ya la misma forma de enfrentar la muerte es unan gran lección del santo, pues,
lejos de verla como algo netamente negativo, rompe con todos los esquemas comunes
de dolor y resignación frente a la muerte. Él logra compaginar lo trágico de la
muerte con la celebración y el gozo. Fue precisamente en sus últimos instantes
donde agregó su ultima estrofa al Cantico de las creaturas, a saber:
Alabado seas, mi Señor, por nuestra
hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
Esta última alabanza que
dirige al Alto y glorioso Dios nos da una lección de vida. En efecto, «la
muerte de Francisco recuerda a todos esa gran lección existencial, a saber, que
la vida y la muerte del ser humano se entre mezclan como los sarmientos de la
misma cepa; que en el hombre se da el cotidiano morir y el permanente nacer;
que vivir es morir sin saberlo y que morir es vivir sin pretenderlo. Nos enseña
a no temer a la muerte corporal, porque ella forma un todo con la vida, a la
que da su más alto significado y nos abre a la ‘sobrevida’. Toda vida humana
tiene dimensión de eternidad, y solo se alcanza a través del trampolín de la
muerte, aunque nos resistamos a morir».[3]
San Francisco nos invita
a ver la muerte desde dos ángulos: como el paso necesario para ir al reino del
Padre, pero también como parte de un «todo con la vida». En otras palabras, para
el Poverello sólo tiene sentido recibir con gozo a la hermana muerte
corporal si se ha vivido desde los días de “vida corporal” la «sobrevida» a
la que nos invita el Padre cuando concluimos nuestro camino en esta tierra. Lejos
de “querer” la muerte, el santo de Asís hace suyas aquellas palabras de la
Escritura: «no es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos,
para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor 5, 4).
El centro de esta reflexión
no está, pues, en lo locura de gozar la muerte, sino en preguntarnos si en
nuestra vida corporal y terrenal hemos buscado experimentar la Vida que da Dios,
para que cuando a nuestro encuentro venga la hermana muerte corporal
podamos decir con toda tranquilidad estoy listo para vivir en plenitud la
Vida. En el fondo se trata de ser auténticos seguidores de Jesús. Él
experimentó el amor de Dios de una manera especialísima y lo llevó a anunciar «la
vida en la Vida» bajo las palabras de Reino de Dios. Nos mostró cómo este reino
es un don de Dios, pero también que se convierte en una tarea que hemos de
llevar a cabo día a día en nuestra vida corporal.
El santo de Asís, siendo
«el Primero después del Único»,[4] experimento en vida la
Vida junto a los leprosos y marginados de su tiempo. Esto lo hizo perpetuar
en aquellas letras de su Testamento: «el Señor me dio de esta manera a
mí, hermano francisco, la gracia de comenzar a hacer penitencia: cuando estaba
todavía en pecados, me parecía extremadamente amargo ver leprosos; pero el Señor
mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y,
al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del
alma y del cuerpo; y después esperé un poco y dije adiós al siglo en el que había
vivido hasta entonces». En definitiva, San francisco de Asís nos invita a vivir
la vida corporal plenamente en amor, para plenamente vivir en amor la Vida.
En alabanza de Cristo y su siervo
Francisco de Asís. Amén.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
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[1]
L. Boff, La oración de San
Francisco. Un mensaje de paz para el mundo, Dabar, México D. F. 2000.
[2]
Cf. Benedicto XVI en su Catequesis
en la audiencia general del miércoles 27 de enero de 2010.
[3]
A. Merino, Don quijote y san
francisco: dos locos necesarios, PPC, Madrid 2003, 116.
[4]
L. Boff, La oración de San
Francisco. Un mensaje de paz para el mundo, Dabar, México D. F. 2000, 19.
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