03 octubre 2020

San Francisco de Asís. Vivir la vida plenamente en amor, para plenamente vivir en amor la Vida


San Francisco de Asís es uno de esos santos verdaderamente católico-universales. Su espíritu de fraternidad y búsqueda de paz lo han convertido en un santo ecuménico. Y es que quién no conoce la oración por la paz tan bella que se le atribuye al santo de Asís,[1] y que ha sido el trasfondo espiritual con el que se han mantenido jornadas de oración ecuménicas por la paz en su ciudad natal, Asís. Me refiero a aquella oración que quien la reza siente verdaderamente propias aquellas palabras que rezan así: Señor, haz de mi un Instrumento de paz. Incluso se ha convertido en un referente para los movimientos ecológicos, sin mencionar que el actual Papa Francisco lleva tal nombre en honor a este santo.


San Francisco nació en Asís a finales de 1181 o principios de 1182. Tras varios años de conversión, fundó tres Órdenes: La de Frailes Menores (OFM), la de Hermanas Pobres (OSC) junto a Clara, su Pequeña Plantita, y la Orden de Hermanos Seglares (OFS). Murió el año 1224 en la cuna de la Orden, la Porciúncula, sólo un par de años después de su estigmatización. Fue el Papa Gregorio IX quien lo inscribió en el catálogo de los santos en 1226. Desde entonces, cada 4 de octubre la Iglesia celebra en este hijo suyo a uno de los santos mas importantes de la Edad Media. Él y santo Domingo de Guzmán fueron los dos pilares que sostuvieron en gran medida a la Iglesia medieval con la fundación de sus respectivas Órdenes.


La solemnidad del Poverello, de quien se ha dicho que representa un alter Christus (otro Cristo) por ser un verdadero icono vivo de Cristo,[2] comienza el 3 de octubre cuando se conmemora su transitus, es decir, su tránsito al reino del Padre. Ya la misma forma de enfrentar la muerte es unan gran lección del santo, pues, lejos de verla como algo netamente negativo, rompe con todos los esquemas comunes de dolor y resignación frente a la muerte. Él logra compaginar lo trágico de la muerte con la celebración y el gozo. Fue precisamente en sus últimos instantes donde agregó su ultima estrofa al Cantico de las creaturas, a saber:


Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.



Esta última alabanza que dirige al Alto y glorioso Dios nos da una lección de vida. En efecto, «la muerte de Francisco recuerda a todos esa gran lección existencial, a saber, que la vida y la muerte del ser humano se entre mezclan como los sarmientos de la misma cepa; que en el hombre se da el cotidiano morir y el permanente nacer; que vivir es morir sin saberlo y que morir es vivir sin pretenderlo. Nos enseña a no temer a la muerte corporal, porque ella forma un todo con la vida, a la que da su más alto significado y nos abre a la ‘sobrevida’. Toda vida humana tiene dimensión de eternidad, y solo se alcanza a través del trampolín de la muerte, aunque nos resistamos a morir».[3]


San Francisco nos invita a ver la muerte desde dos ángulos: como el paso necesario para ir al reino del Padre, pero también como parte de un «todo con la vida». En otras palabras, para el Poverello sólo tiene sentido recibir con gozo a la hermana muerte corporal si se ha vivido desde los días de “vida corporal” la «sobrevida» a la que nos invita el Padre cuando concluimos nuestro camino en esta tierra. Lejos de “querer” la muerte, el santo de Asís hace suyas aquellas palabras de la Escritura: «no es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor 5, 4).


El centro de esta reflexión no está, pues, en lo locura de gozar la muerte, sino en preguntarnos si en nuestra vida corporal y terrenal hemos buscado experimentar la Vida que da Dios, para que cuando a nuestro encuentro venga la hermana muerte corporal podamos decir con toda tranquilidad estoy listo para vivir en plenitud la Vida. En el fondo se trata de ser auténticos seguidores de Jesús. Él experimentó el amor de Dios de una manera especialísima y lo llevó a anunciar «la vida en la Vida» bajo las palabras de Reino de Dios. Nos mostró cómo este reino es un don de Dios, pero también que se convierte en una tarea que hemos de llevar a cabo día a día en nuestra vida corporal.


El santo de Asís, siendo «el Primero después del Único»,[4] experimento en vida la Vida junto a los leprosos y marginados de su tiempo. Esto lo hizo perpetuar en aquellas letras de su Testamento: «el Señor me dio de esta manera a mí, hermano francisco, la gracia de comenzar a hacer penitencia: cuando estaba todavía en pecados, me parecía extremadamente amargo ver leprosos; pero el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después esperé un poco y dije adiós al siglo en el que había vivido hasta entonces». En definitiva, San francisco de Asís nos invita a vivir la vida corporal plenamente en amor, para plenamente vivir en amor la Vida.


En alabanza de Cristo y su siervo Francisco de Asís. Amén.


Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!


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[1] L. Boff, La oración de San Francisco. Un mensaje de paz para el mundo, Dabar, México D. F. 2000.
[2] Cf. Benedicto XVI en su Catequesis en la audiencia general del miércoles 27 de enero de 2010.
[3] A. Merino, Don quijote y san francisco: dos locos necesarios, PPC, Madrid 2003, 116.
[4] L. Boff, La oración de San Francisco. Un mensaje de paz para el mundo, Dabar, México D. F. 2000, 19.


 

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