Corría el mes de septiembre del año de 1224,
cuando san Francisco, durante la cuaresma previa a la fiesta de San Miguel, se
retiró al monte Alvernia para dedicarse a la oración y a la penitencia. Este
tiempo fue fructífero pues, además de las Alabanzas al Dios altísimo y
la Bendición al Hermano León, tuvo lugar la estigmatización del
santo de Asís. San Buenaventura narra así dicho acontecimiento en su Leyenda
Mayor:
Dos años
antes de entregar su espíritu a Dios y tras haber sobrellevado tantos trabajos
y fatigas, fue conducido, bajo la guía de la divina Providencia, a un monte
elevado y solitario llamado Alverna. Allí dio comienzo a la cuaresma de ayuno
que solía practicar en honor del arcángel San Miguel, y de pronto se sintió
recreado más abundantemente que de ordinario con la dulzura de la divina
contemplación; e, inflamado en deseos más ardientes del cielo, comenzó a
experimentar en sí un mayor cúmulo de dones y gracias divinas.
…
Elevándose,
pues, a Dios a impulsos del ardor de sus deseos y transformado por su tierna
compasión en Aquel que a causa de su extremada caridad, quiso ser crucificado:
cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (festejada
el 14 de sep), mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo
más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ardientes como
resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba
el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la
efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo
de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se
extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.
Ante tal
aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó en su corazón un gozo
mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que
se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo
tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que
atravesaba su alma.
…al desaparecer la visión, dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la imagen de las señales que imprimió en su carne. Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes en la imagen del varón crucificado. Se veían las manos y los pies atravesados en la mitad por los clavos, de tal modo que las cabezas de los clavos estaban en la parte inferior de las manos y en la superior de los pies, mientras que las puntas de los mismos se hallaban al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies; las puntas, formadas de la misma carne y sobresaliendo de ella, aparecían alargadas, retorcidas y como remachadas. Así, también el costado derecho -como si hubiera sido traspasado por una lanza- escondía una roja cicatriz, de la cual manaba frecuentemente sangre sagrada, empapando la túnica y los calzones.
(LM 13, 1.3-4)
Este pasaje hemos de entenderlo desde la
totalidad de la vida de Francisco en el seguimiento de Jesucristo.
En efecto, desde su conversión, el poverello profesó una gran devoción
a la pasión del Señor. Fue así como dos años antes de su muerte el Señor
Jesús imprimió en sus manos, pies y costado los estigmas de su pasión.
Puesto que Francisco era reservado
en el mostrar las señales de la pasión, únicamente sus compañeros más cercanos
pudieron ver las llagas de manos y pies. Sólo a partir de su muerte todos
pudieron contemplar también la llaga del costado. Fue Benedicto XI quien concedió,
en 1305) a la Familia Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho,
probado por testimonios fidedignos.
Con la estigmatización se cumplieron
dos deseos del santo de Asís: «Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me
concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma
y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu
acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida
posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te
ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores» (III
Consideración sobre las llagas).
Sólo desde la búsqueda de íntima
unión de Francisco con Cristo se puede entender esta estigmatización. Y no sólo
la acontecida puntualmente en el año 1224 en el monte Alvernia, sino la que se
fue realizando a lo largo de toda su conversión. En efecto, si las llagas de
Jesucristo representan la consecuencia de una vida apegada al proyecto
del reino de Dios, en Francisco, esas mismas llegas representan el seguimiento de
Cristo. Y así como Jesús se “estigmatizó social y religiosamente” a sí mismo por
estar junto a publicanos y pecadores, así Francisco lo hizo al estar al lado de
los menores, de los pobres y de los leprosos.
Celebrar, por tanto, la fiesta de
la impresión de las llagas de nuestro Padre Francisco significa que, siguiendo las
huellas de Cristo a la manera de del Santo de Asís, nosotros también optemos
por los publicanos, pecadores, menores, pobres y leprosos de nuestro tiempo. En
el fondo, esto no es otra cosa que negarnos a nosotros mismo, tomar
nuestra cruz y seguir a Jesucristo (Mt 16, 24) a la manera de nuestro padre
San Francisco.
Oración: Dios
de amor y de misericordia, que marcaste con las señales de la pasión de tu Hijo
al bienaventurado padre Francisco para encender en nuestros corazones el fuego
de tu amor, concédenos, por su intercesión, configurarnos a la muerte de Cristo
para vivir eternamente con él. Que vive y reina contigo por los siglos de los
siglos. Amén.
En alabanza de Cristo y Nuestro Padre Francisco. Amen.
Fraternalmente
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Excelente aportación, gracias por plasmar el amor y entrega tan grande que San Francisco tuvo por nuestro Dios.
ResponderEliminarEs un gusto compartir lo que Dios da. Un fuerte abrazo para ti hermana Estrella A.
EliminarExcelente aportación, gracias por plasmar el amor y entrega tan grande que San Francisco tuvo por nuestro Dios.
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