A varios de nosotros desde que éramos niños nuestras madres o abuelas (porque así sucede en la mayoría de los casos) nos enseñaron tan piadosa oración para antes de dormir, encomendarnos a nuestro ángel de la guarda.
Recuerdo cómo mi madre antes de
dormir, me invitaba a que uniera mis manos y de rodillas recitara la oración a
mi Ángel de la guarda. Oración que poco a poco, se fue memorizando a temprana
edad. Así mis hermanas antes de dormir hacían la misma oración de piedad.
No sabíamos cómo era un ángel, no qué características tenía, únicamente recuerdo que en la casa de los abuelos, en la habitación principal, pendía de una pared un hermoso cuadro, muy grande, del Ángel de la guarda, custodiando a dos niños. Así entendía la misión de mi ángel de la guarda, como un fiel custodio, como aquel que me acompañaba en mi vida y que me libraba de todo peligro. La inocencia de la infancia, nos lleva a tener una apegada devoción a quien sabemos camina a nuestro lado como un enviado de Dios.
La iglesia nos enseña que «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición» (CEC 328).
«San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Enarratio in Psalmum, 103, 1, 15)… los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).» (CEC 329).
El papa Benedicto explica
respecto a los ángeles que, «encontramos
estas figuras que, en el nombre de Dios, ayudan y guían a los hombres. La
presencia reafirmante del ángel del Señor acompaña al pueblo de Israel en todas
sus circunstancias. Ya en el umbral del Nuevo Testamento, Gabriel fue enviado a
anunciar a Zacarías y a María los alegres acontecimientos que están al comienzo
de nuestra salvación; y un ángel advierte a José, orientándolo en aquel momento
de inseguridad. Un coro de ángeles trajo a los pastores la buena noticia del
nacimiento del Salvador; como también fueron los ángeles quienes anunciaron a
las mujeres la noticia gozosa de su resurrección».
El papa Francisco nos dice que cada
uno debe creer en su «ángel de la guarda». A ese «compañero de viaje» hay
que rezarle para estar seguro de tomar las buenas decisiones a diario. «Nadie
camina solo y nadie puede pensar que está solo».
Por tanto, la existencia de los
ángeles no parte de una experiencia infantil, sino que los ángeles son parte de
nuestra vida de fe. Ojalá que lo bien aprendido en nuestra niñez se siga
haciendo patente en nuestra vida adulta, encomendémonos todos los días a aquel
que Dios me ha enviado para guardarme en mi camino y que mi pie no tropiece con
piedra alguna (Sal 91).
Para reflexionar nuestra fe.
El Papa Francisco nos propone
las siguientes preguntas:
Ángel de mi guarda dulce compañía
no me desampares ni de noche ni de día.
No me dejes sólo que me perdería. Amén.
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