¿Qué
significa que Cristo subió a los cielos? ¿eso quiere decir que Jesús ya no está
con nosotros? Este tipo de preguntas nos abren el panorama para reflexionar este VII Domingo
de Pascua en el que celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. Particularmente
este domingo lo hacemos desde el evangelio de Mateo y los Hechos de
los Apóstoles. Pero antes de entrar en la reflexión es necesario hacer dos
aclaraciones poco complicadas, pero que, si no se tienen en cuenta, pueden
llevarnos a malentender, malinterpretar y tergiversar el contenido de nuestra
fe: primero, debemos tomar distancia de toda equiparación entre el cielo «de
las estrellas» y el cielo de «nuestra fe», pues no son idénticos; segundo, la
subida de Cristo al cielo no es idéntica a la subida de los cohetes espaciales.
Teniendo en cuenta esto, podemos acercarnos con mayor claridad al
misterio de nuestra fe subrayando tres elementos de los relatos de las
Ascensión, según lo narran el evangelio de Mateo y los Hechos de los Apóstoles:
1) las palabras de Jesús: «yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin
del mundo»; 2) el mandato de Jesús de ir y hacer discípulos a todos los pueblos;
y 3) la nube que cubre a Cristo.
1) Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt
28, 20)… son las últimas palabras que Jesús dirige a los suyos, y con las que
el evangelista Mateo termina su obra. Lo hace así para darles énfasis y con
ello fortalecer a los discípulos, especialmente a aquellos que, haciendo una
lectura ingenua y equivocada de este relato, podían experimentar una sensación
de orfandad y abandono por parte de Jesús cuando éste «los dejó» y «subió al
cielo». Pero estas palabras no sólo fortalecieron a quienes las oyeron de boca
de Jesús, sino también a todos las que las leemos hoy. Y es esta confianza que
de saber que Jesús siempre estará con los suyos lo que motiva y anima a todas
las comunidades cristiana, aun con toda la situación de desgracia y muerte que
vivimos por el COVID-19.
Como hombres y mujeres de fe, estamos llamados a tener la seguridad de
saber que no estamos solos ni perdidos en medio de tanto sufrimiento, mucho
menos abandonados a nuestras débiles fuerzas, ni que, peor aún, estamos siendo
“castigados” por nuestros pecados. Cierto es que en momentos como los que
estamos viviendo desde hace unos meses, no sólo en el país, sino en el mundo
entero, es fácil que, como frágiles seres humanos que somos, caigamos en
lamentaciones, desaliento, derrotismo y fatalismo. Pero es justo aquí cuando no
debemos olvidar algo fundamental para nuestra fe: «Cristo está con nosotros».
2) Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos (Mt 28,
19)… el mandato de Jesús de ir y hacer discípulos a todos los pueblos pare que
hoy cobra un sentido no sólo al exterior de la Iglesia, sino también al
interior. Lo que significa que hacer discípulos hoy no significa únicamente
bautizarlos y ya, sino confirmarlos en la fe (cf. Lc 22, 32). Por eso, a
ejemplo de los primeros creyentes, Jesús no debe ser un personaje del pasado
para nosotros, mucho menos un difunto a quien sólo se le recuerda sin más.
Jesús para nosotros tiene que ser alguien vivo, que anima, vivifica y llena con
su espíritu a la comunidad que cree en él. No olvidemos que él mismo prometió
que donde hubiera dos o tres reunidos en su nombre, estaría con ellos (Mt 18,
20). Esta promesa hace que los creyentes tengamos la certeza de que el
Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora, está caminando hombro con
hombro junto a nosotros en esta penosa y letal situación pandémica, ayudándonos
a hacer -confirmar- discípulos en la fe.
3) Dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo
ocultó a sus ojos (Hch 1, 9)… la nube que cubre a Cristo cuando éste es
elevado por Dios es el símbolo de la presencia misteriosa de Dios. Recordemos
por ejemplo a Moisés en el Sinaí que experimentó la cercanía divina dentro de
una nube (Ex 25, 15); también recordemos que cuando el arca de la alianza fue
entronizada en el Templo que construyó Salomón «una nube llenó la casa de
Yahvé» (1Re 8, 10); por último, podemos recordar el relato de la
Transfiguración, donde un «nube luminosa los cubrió con su sombra, y salió de
la nube una voz que decía: “Este es mi Hijo amado…”» (Mt 17, 5). La nube, pues,
significa: Dios -o Jesús- está presente, pero de forma «misteriosa». No puede
ser tocado, pero sin embargo ahí está, revelado y velado al mismo tiempo.
En suma, la subida de Cristo al cielo es un paso del tiempo a la eternidad,
del «lugar de los seres humanos», al «lugar de Dios». Con la ascensión al
cielo, Cristo fue entronizado en la esfera divina, que en el fondo significa
una comprensión más profunda de Jesús y de la continuación de su obra en la
tierra, pues aunque haya «subido al cielo», no significa que nos abandonase,
sino que, por paradójico que parezca, mediante su presencia «misteriosa» fortalece
nuestra esperanza en su permanencia a nuestro lado.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
Bibliografía consultada: L. Boff, «¿Qué significa que Cristo subió a los
cielos?», en La vida más allá de la vida. El presente: su futuro, su fiesta,
su contestación, Dabar, México D. F. 2000, 191-201; J. A. Pagola, «Yo estoy
con vosotros», en El camino abierto por Jesús. Mateo, PPC, México D. F.
2013, 302-308
No hay comentarios:
Publicar un comentario