Lo propio e irreductible de la esperanza cristiana es un tú:
Jesús el Cristo. Él es la razón y contenido a la vez de nuestra espera y
nuestra esperanza.[1]
Pero hay que agregar algo más: el medio con el cual Jesús transmitió esta
esperanza fue el reino de Dios, originando, así, en los que creían en él una
esperanza que espera contra toda esperanza (cf. Rm 4,18). En otras
palabras, lo propio de la esperanza cristiana es Jesús el Cristo
quien predicó y actúo el reino de Dios originando una esperanza que espera a
pesar de todo.
El reino de Dios predicado por Jesús es,
pues, la razón y lo propio de la esperanza cristiana. No hay que olvidar que la
esperanza es algo propio de todos los seres humanos y no sólo de los
cristianos, de tal manera que «todos», sin importar el credo, compartimos una
«esperanza humana» como «simplemente humana» sólo por el hecho de ser eso,
humana. Pero si esta esperanza es leída desde Jesús y el reino de Dios cobra un
matiz, significado, sentido y alcance propio, según la fe cristiana.
La esperanza cristiana sólo puede ser
aquella que invita a asistir a la transformación de las realidades terrestres
por obra de la instauración del Reino. Esta transformación a causa del reino es,
no hay que olvidarlo, don y tarea.
Gracias a que ya está presente el reino de
Dios, como puro don suyo, es que los cristianos nos sentimos con la fuerza que
da la esperanza originada por este reino, para echar manos a la obra y ayudar,
desde nuestras limitaciones, a la propagación, promoción e instauración de
dicho reino, que tendrá su pleno cumplimiento en la consumación final.
En la esperanza cristiana la resurrección
juega un papel de suma importancia. En ella la esperanza cristiana, originada
por el proyecto del reino de Dios, espera de manera positiva el desenlace del
clamor utópico por una justicia y una libertad universales. Por eso, la
resurrección cristiana significa la esperanza «de la salvación del hombre entero,
de la comunidad humana, de la entera realidad».
La esperanza cristiana, originada a causa
del reino de Dios, entiende que acontece en una relación interpersonal, en un
intercambio vital entre el yo humano y el tú divino», por eso la divinización
es «la cabal consecución de la plena humanización, de tal modo que «la
divinización a la que aspira la esperanza cristiana es la consumación de lo
humano en cuanto humano.
En otras palabras, Dios se ha humanizado -se
ha hecho con nosotros- para divinizarnos -hacernos con y en él-.
Este proceso sólo es posible en la medida en que nosotros tomemos este don como
tarea, nos humanicemos a tal grado de poder estar «humanizados» para que Dios
nos haga en él.[2]
Esta humanización tan radical que nos propone la esperanza cristiana no puede
darse sino en un ambiente de calidad fraternidad.
En resumen, lo propio de la
esperanza cristiana es la confianza que espera a pesar de todo, pues está
fundada en Jesús el Cristo y su anunció del reino de Dios.
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
No olvides suscribirte a este blog o a nuestro grupo de WhatsApp y visitarnos en Youtube, Facebook y Spotify
Puedes ponerte en CONTACTO con nosotros AQUÍ 👆
[1]
Cf. J. L. Ruiz de la Peña, «Lo propio
e irrenunciable de la esperanza cristiana», en Sal Terrae 75 (1987) 793-806.
[2]
Quien ha escrito al respecto es J.
M. Castillo en su libro La humanización de Dios. Ensayo de cristología,
Trotta, Madrid 20102.
Gracias Fray.
ResponderEliminarDe nada.
EliminarDe nada.
ResponderEliminar