08 enero 2023

8 de enero de 2023. SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR | Daniel C.P.


«Hemos visto surgir su estrella y hemos venido a adorarlo» Mateo 2, 2-12

Desde muy antiguo los cielos han conquistado el corazón del hombre, contemplando los pájaros, volar, pareciera que se han obsesionado por alcanzar sus alturas y surcarlos, y con ello han construido aparatos cada vez más complejos y potentes para poder alcanzar este fin. Pero pareciera que esta obsesión ha tenido sus orígenes, sobre todo en los cielos nocturnos salpicados de estrellas, como si el hombre supiera o al menos quisiera que así fuera, que sus orígenes se encuentran en aquellas lumbreras que imponentes gobiernan el firmamento, inconmovibles y eternas, y quisiera ocupar su lugar para no sentirse tan frágil y tan efímero.

La contemplación del cielo nocturno hizo que surgiera la ciencia de la astronomía, clasificando los astros nocturnos, ubicando sus movimientos, trazando gracias a ellos rutas terrestres y marítimas que pudieran ayudar a llegar de forma a los destinos, asegurar el éxito de las siembras, trazar ciudades, construir monumentos, marcar fechas importantes; también surgieron los astrólogos que pretendieron explicar los acontecimientos humanos bajo el influjo de los astros, como si el devenir de la historia dependiera del curso de los cielos, y con ello explicar el pasado, interpretar el presente y predecir el futuro.

Por ello, encontrar una estrella nueva en el firmamento resulta ser tan significativo, pues es una posibilidad de trazar una ruta nueva, distinta a las demás, o bien implica el surgimiento de un acontecimiento o personaje relevante para el mundo; para un observador del cielo no basta encontrar tan prodigioso hecho, es necesario desentrañar su significado potencial para aprovechar su riqueza, de ahí que se desate una búsqueda monumental que le lleva a encontrar todas las respuestas. Los sabios de los que hoy nos habla el Evangelio comprenden bien esta situación, y ellos mismos nos ayudarán a identificarnos como llamados a una permanente búsqueda.

La fiesta de la navidad que estamos por concluir nos ha mostrado que DIOS ESTÁ CON NOSOTROS y que podemos abrir o cerrar el corazón frente a tal realidad, Dios se encarna en las personas y en los acontecimientos humanos por muy pequeños o grandes que sean; La PALABRA se ha hecho carne para enseñarnos que Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta y tangible, tan cercana a nosotros como nuestra propia humanidad, y esa Palabra no es cualquier adjetivo o sustantivo, la Palabra es VERBO, es acción, es movimiento, es acto concreto que transforma la vida y la historia humana, personal o comunitaria para llevarla a su plenitud. Reconocer que la Palabra es Verbo nos lleva a los cristianos a ponernos en acción, a hacer de nuestra vida encarnación del verbo.

Estamos por concluir este tiempo tan hermoso, y lo hacemos con esta fiesta tan especial de la Epifanía bajo la figura tan popular de los sabios llamados tradicionalmente “Reyes Magos”. Ellos, como hombres iluminados por la nueva estrella del Rey Mesías, se ponen en movimiento, te invito ahora a que a través de los verbos que usa el evangelista para describir su modo de proceder, iluminemos nuestra propia experiencia para trazar una ruta que nos lleve como ellos al encuentro del Señor Jesús.

1.       PREGUNTAR.  «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt 2,2). La ignorancia nos lleva al cuestionamiento, y las respuestas, por extraño que parezca, abren mayores interrogantes. La pregunta de los sabios surge de una certeza: hay un nuevo Rey; dicha certeza surge de un acontecimiento: un nuevo astro en el firmamento lo ha anunciado; dicho acontecimiento es experimentado por la atenta contemplación del cielo, por vivir en una actitud de expectación. La gran inquietud no está en dar razón de dicha existencia, sino en la ubicación de tal Rey. Dejar de cuestionar es un problema porque indica que o pretendemos saber todo y por ello caemos en la autosuficiencia, o bien nos ha dejado de interesar lo que acontece alrededor y entonces terminamos en la indiferencia; sea una u otra actitud, ambas llevan al estancamiento y por ende a la cerrazón frente a la novedad, esto es lo que acontece a la clase sacerdotal y a Herodes que viven seguros en sus palacios al calor de sus propias respuestas llenas de falsedad.  Aquí tenemos nuestra primera enseñanza: vivir atentamente en expectación, como los niños que comienzan a conocer el mundo y que quisieran devorarlo a base de preguntas, porque «de los que son como niños es el Reino de los cielos» (Mt 19,14).

2.       BUSCAR. «Ellos, después de oír a herodes, se pusieron en camino» (Mt 19,14). Las preguntas desembocan en la búsqueda, y la búsqueda lleva múltiples experiencias positivas o negativas, pero sabiéndolas interpretar adecuadamente, todas se convierten en herramientas de crecimiento. La búsqueda de los sabios los lleva a encontrarse con Herodes, un tirano que busca por todos los medios conservar su poder, su búsqueda los lleva a encontrarse directamente con el mal; sin embargo, en esta experiencia encuentran la respuesta: el rey está en Belén (Cfr. Mt 2,5-6), y es que Dios sabe sacar de las experiencias más terribles de la humanidad un abundante bien, o ¿no es acaso cierto que en las noches más obscuras cuando se ven mejor las estrellas? Aquellos sabios no se detienen en especulaciones absurdas: ¿Por qué si conocen la ubicación ellos no han buscado ya? ¿Por qué no nos acompañan en nuestra búsqueda? Y aquí tenemos nuestra segunda enseñanza: buscar sin perder de vista el objetivo, no detenernos en lamentar la obscuridad de la noche, en los problemas y obstáculos del camino, en la noche oscura los sabios nunca dejaron de seguir la estrella que habían visto manteniendo en todo momento la alegría (Cfr. Mt 2,9-10).

3.       ADORAR. «Entraron en la casa; vieron al niño con María, su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron sus dones, oro, incienso y mirra» (Mt 2,11). La búsqueda tiene como recompensa ver las esperanzas colmadas, y los sabios supieron reconocer en la tierna imagen de un niño en brazos de su madre al Rey tan esperado. El imaginario popular nos ha hecho pensar que la estrella que vieron los sabios era un cometa o un astro de dimensiones enormes que opacaría a los demás astros, pero y ¿si se tratase de un pequeño astro casi insignificante? Lo magnífico de ese astro no radica en su grandeza o espectacularidad, sino en la novedad de su presencia; lo magnífico del Rey Jesús no está en sus riquezas, armamentos o poder, sino en su novedad, es un niño que comienza una vida nueva no solo para él sino para toda la humanidad. Aquí tenemos nuestra tercera enseñanza: asombrarse frente a lo nuevo, no frente a lo espectacular; adorar a Dios no por temor a su poder, sino por agradecimiento a la novedad de su presencia siempre cercana. Los sabios entregan los símbolos de grandeza de un rey: el oro como poder económico, el incienso como poder religioso, la mirra como poder violento; frente a la novedad del Reino de Jesús, esos atributos no sirven más, no se aferran a poseerlos, simplemente los depositan frente a quien tiene autoridad para ejercerlos y recibir así de Él el auténtico atributo que vale la pena, el amor. Adorar implica despojarnos de aquellos atributos con los que nos adornamos para engrandecernos y caer de rodillas frente a quien auténticamente nos puede hacer grandes.

4.       VOLVER. «Avisados en sueños de que no volvieran donde Herodes, se volvieron a su país por otro camino» (Mt 2,12). El encuentro que concluye en la adoración no es el final, sino el comienzo de una nueva aventura. Los sabios regresan a su país renovados, llevando en su rostro y en sus ojos el resplandor de una estrella que comienza a brillar, más no vuelven por la misma ruta ya conocida y quizá más segura, sino por la novedad de una nueva ruta que tiene muchas posibilidades. Aquí está nuestra enseñanza final: abrir nuevos caminos. El imaginario popular representa en su mayoría a los sabios como hombres ancianos, quizá porque son poseedores de la experiencia y el conocimiento como nuestros sabios y buenos abuelos; sin embargo, sería bueno representarlos después de la escena de la adoración como hombres rejuvenecidos, en la flor de la juventud, en aquella época de la vida donde el entusiasmo y la osadía son los impulsos más fuertes del ser humano: una juventud osada que abre nuevas rutas.

Después de revisar el itinerario de los sabios, quisiera concluir ahora refiriéndome al sentido universal de esta fiesta: la Epifanía es la celebración de la manifestación de la encarnación de Dios en Jesús a todos los pueblos de la tierra. Esta manifestación es una responsabilidad de toda la Iglesia, somos nosotros como aquella estrella que debe anunciar ahora a todos los pueblos de todo el mundo y de todos los tiempos que Dios está con nosotros. Pero pareciera que cada día dicho anuncio se vuelve más ineficaz, como si nuestro resplandor se viera opacado por diversas luces que distraen la vista de nuestros interlocutores. Pero también cabe el riesgo de opacar nuestra luz con tantas acciones o actitudes superfluas que a nosotros mismos nos han distraído de nuestro objetivo primordial.

Quizá será oportuno a la luz de esta festividad recorrer el camino de los sabios de oriente en estos cuatro sencillos pasos: preguntar, buscar, adorar y volver, especialmente para volver y construir nuevas rutas de evangelización donde la profunda experiencia del encuentro con el Señor Jesús sea el principio que atraiga a otros a recorrer el mismo camino.

Que el Señor Jesús que se ha manifestado a todos los pueblos nos guíe para ser constructores de nuevos caminos que lleven a todos los hombres a encontrarlo a Él, único camino que conduce a la plenitud y la vida.

Feliz Fiesta de la Epifanía.

Daniel C.P.

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