El día
2 de agosto es una fecha muy especial no sólo para los que de alguna manera
hemos abrazado la espiritualidad franciscana, sino para todos los miembros de
la Iglesia. En efecto, esta fecha nos trae dos gracias maravillosas: celebrar a
santa María de los Ángeles, la Porciúncula – cuna de la familia Franciscana- y,
gracias a ello, ganar una indulgencia plenaria. Veamos un poco de cada una, no
sin antes unirnos en oración recitando el himno de Laudes de esta Solemnidad.
Cuando el joven
Francisco ha dejado
algazaras mundanas y fiestas,
una voz desde el cielo le dice:
«Ve, Francisco, repara mi Iglesia.
Y allá va mansamente
Francisco
derramando humildad y pobreza,
y pidiendo por calles y plazas:
«¿Quién me da de limosna una piedra?»
Y se mete de albañil con
denuedo,
reparando tabiques y grietas,
y levanta la pobre iglesita
que será su tesoro en la tierra.
Ya sus hijos les dice
tajante:
«Si los echan un día de ella,
entraran por aquella ventana
si no los dejan entrar por la puerta.»
¡Capillita de Santa María,
relicario de santa pobreza!
En ti quiere morar san Francisco
cuando ve que la muerte se acerca.
Y son mudos testigos sus
piedras
de la dulce plegaria postrera,
que cantando con suaves acentos
elevara Francisco en la tierra.
Demos gloria al Padre y
al Hijo
como el dulce Francisco les diera,
y al Espíritu, gracia divina,
que morando en las almas se queda. Amén
El Seráfico Padre san Francisco, por su amor singular a la Santísima
Virgen, se desveló por la capillita denominada Santa María de los Ángeles, o de
la Porciúncula. Allí tuvo feliz comienzo la Orden de Menores, allí se preparó
el principio de las clarisas, allí acabó él felizmente su carrera. Según se
dice, en esa misma capilla logró el Seráfico Padre la célebre indulgencia que
los sumos Pontífices confirmaron y extendieron a otras muchas iglesias. Por la
concesión de tantos y tan grandes favores, se nos hizo la gracia de celebrar
una fiesta litúrgica hoy, aniversario de la dedicación de aquella capilla.
Según nos cuenta su primer biógrafo:
El siervo de Dios
Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión, estando en
el siglo, escogió para sí y para los suyos una porcioncilla del mundo, ya que
no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin
presagio divino se había llamado de antiguo Porciúncula este lugar que debía
caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo.
Es de saber que había en
el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre, que por su singular
humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los santos. La Orden
de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número, se alzó,
como cimiento estable, su noble edificio.
El santo amó este lugar
sobre todos los demás, y mandó que los Hermanos tuvieran veneración especial
por él, y quiso que se conservaran siempre como espejo de la Religión en
humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad, teniendo el santo
y los suyos el simple uso.
Se observaba en él la
más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el trabajo como en
las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos
especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el santo quería
devotos de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también
absolutamente prohibida la entrada de seglares. Los moradores de aquel lugar
estaban entregados sin cesar a las alabanzas divinas día y noche, y llevaban
vida de ángeles, que difundía en torno maravillosa fragancia.
Pues, aunque sabía que
en todo rincón de la tierra se encuentra el reino de los cielos y creía que en
todo lugar se otorga la gracia divina a los elegidos de Dios, él había
experimentado que el lugar de la iglesia de Santa María de la Porciúncula
estaba henchido de gracia más abundante y que lo visitaban con frecuencia los espíritus
celestiales. Por eso solía decir muchas veces a los hermanos:
«Miren, hijos míos, que
nunca abandonen este lugar. Si los expulsan, por un lado, vuelvan a entrar por
el otro, porque este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios. Fue aquí
donde, siendo todavía pocos, nos multiplicó el Altísimo, aquí iluminó el
corazón de sus pobres con la luz de su sabiduría; aquí encendió nuestras
voluntades en el fuego de su amor. Aquí, el que ore con corazón devoto obtendrá
lo que pida, y el que profane este lugar será castigado con mucho rigor. Por
tanto, hijos míos, mantengan muy digno de todo honor este lugar en que habita
Dios y canten al Señor de todo corazón, con voces de júbilo y de alabanza.»
En
alabanza de Cristo y su siervo Francisco. Amén.
En el año de 1216, san Francisco de Asís le pidió al entonces papa
Honorio III que todo aquel que entrara en la iglesia de la Porciúncula, cuna de
la Orden, contrito y confesado, pudiera obtener una indulgencia plenaria de
modo gratuito. A esto se debe que a dicha indulgencia se le conozca como
“Indulgencia de la Porciúncula” o el “día del Perdón Asís”. Desde entonces la
Iglesia ha otorgado y ampliando esa gracia extraordinaria. Esta Indulgencia se
puede ganar hoy no sólo en Santa María de los Ángeles (la Porciúncula), sino en
todas las iglesias franciscanas.
Pero a todo esto ¿Qué es una indulgencia? ¿Cuántos tipos hay? ¿Qué
gracias ganamos?
· Una
indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados en cuanto a la culpa mediante el Sacramento de la Reconciliación.
· Las
indulgencias pueden ser parciales o plenarias, según libere de la pena temporal
debida por los pecados en parte o totalmente.
· Todo fiel puede ganar para sí o para algún difunto las
indulgencias parciales y/o plenarias.[1]
Las penas del pecado
Se debe tener en cuenta que el pecado produce en notros una “doble
pena”: la “eterna” y la “temporal”. La “pena eterna” es la privación de la
comunión con Dios ocasionada por el pecado grave, la cual nos hace incapaces de
la vida eterna. La “pena temporal” es el apego desordenado a las criaturas que
entraña todo pecado, incluso el venial, el cual es necesario purificar.[2] Dicho
en otras palabras, es como una especie de rastro que deja todo pecado y que es
necesario limpiar.
El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios implican
la remisión de las penas eternas del pecado mediante el Sacramento de la
Reconciliación. Aunque las penas temporales del pecado permanecen, éstas pueden
ser purificadas mediante las indulgencias.[3] He
ahí su gran importancia.
¿Cómo puedo ganar esta indulgencia?
Para ganar alguna indulgencia plenaria es necesario cumplir con las
condiciones particulares que determina el Santo Padre por mediación de la
Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, además de…
· Confesarse.
· Asistir
a una Iglesia franciscana y participar de la Eucaristía.
· Comulgar
en gracia de Dios.
· Orar por las intenciones del Papa y rezar un Padre nuestro, Ave
María y Credo.
No desaproveches la oportunidad de ganar para ti o para algún familiar
difunto esta indulgencia plenaria en el día del perdón de Asís.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
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