Una de las grandes críticas que se le
hizo al cristianismo en el siglo XIX, guiados de la mano por Karl Marx, fue la
de presentar el cielo sólo como una especie de futuro ultraterreno en el que la
tierra es invertida: lo negativo de este mundo es positivo en el cielo. Esto
hace que el ser humano espere pasivamente lo que no puede conseguir y renuncie
al uso responsable de la libertad, entregando todas las responsabilidades a los
representantes de Dios en la tierra.[1] De ahí que Marx conciba a
la religión como el “opio del pueblo”. Pero esto nada tiene que ver con el
auténtico “cielo cristiano”.
Para nadie es un secreto que no pocas
veces se concibe el cielo, el infierno y el purgatorio como lugares físicos a
los cuales se va después de morir, como premio, purificación o castigo final,
respectivamente, según haya sido la vida de cada hombre en la tierra. Esta es
una forma muy literal de entender lo que la teología clásica llama “los
novísimos”. Por eso es necesario repensar la significación de estos términos.
Hay teólogos que prefieren hablar no
de “lugares físicos”, sino de “estados de la persona”. De manera específica, el
cielo es entendido como «la convergencia final completa de todos los deseos de ascensión,
realización y plenitud del hombre en Dios». En este sentido, «la palabra cielo
quiere simbolizar la absoluta realización del hombre en cuanto sacia su sed de
infinito. ΕΙ cielo es simplemente sinónimo de Dios. Υ, para el Nuevo
Testamento, de Jesucristo Resucitado». Por eso, «el cielo no es un lugar hacia
el que vamos, sino la situación de cuantos se encuentran en el amor de Dios y
de Cristo. Por eso el cielo ya está aconteciendo aquí en la tierra (cfr. Lc
10,10; Flp 4,3; Apoc 20,15). Su plenitud, con todo, todavía está por venir».
Así, se puede afirmar que «el cielo es profundamente humano; él realiza al
hombre en todas sus dimensiones.[2]
Llegados a este punto, resulta
insostenible afirmar que el cielo sólo es una especie de falso consuelo para
los desfavorecidos de la historia. Todo lo contrario, él significa que el ser
humano se ha de encontrar plenamente consigo mismo, con Dios, y con los otros.
Se trata no de una realización parcial, sino de una realización total y
absoluta. Al no ser un “lugar al que se va” sino un “estado del hombre” se
entiende que esa realización absoluta que se espera alcanzar “en el cielo” se
ha de comenzar “en la tierra”, sin que esto signifique la absolutización de la
inmanencia humana. Se trata, en definitiva, de un proceso continuo que acompaña
en todo momento Dios Padre, con la ayuda del Espíritu Santo y por la mediación
de Jesucristo.
Si no es entendido así el cielo
cristiano, sí hemos de agachar la cabeza y aceptar la crítica hecha por muchos
a la “vida del más allá” que predicamos los cristianos. Por eso es tan
fundamental re-comprender el cielo como un estado de la persona que
busca su plena realización en el que se comienza a vivir desde la tierra para
experimentarlo en plenitud en la presencia de Dios (cielo).
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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[1] Cf. F. Martínez
Diez, Creer en el ser humano. Vivir humanamente. Antropología en los
evangelios, EVD, Estella 2012, 226.
[2] Cf. L.
Boff, «ΕΙ cielo, la realización humana absoluta» en La vida más allá
de la vida. El presente; su futuro, su fiesta, su contestación, Dabar,
México, D.F. 2000, 70-88.
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