DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
«La piedra que
desecharon los constructores es ahora la piedra angular»
Mateo 21, 33-43
El
rechazo, la segregación, la discriminación y marginación desafortunadamente son
el pan nuestro de cada día; baste voltear a mirar por la ventanilla del auto o
autobús cuando vamos por la calle para percatarnos de dicha realidad, pues
¿Quién no se ha sentido rechazado o excluido en algún momento de su vida?
Cientos de jóvenes son rechazados al no conseguir los créditos suficientes al
aplicar alguna prueba para acceder a una institución educativa; miles de
personas no alcanzan a obtener un puesto en alguna empresa por no cubrir los
requisitos suficientes; millones son descartados por la sociedad de consumo por
no tener el dinero suficiente para participar en el juego de las apariencias
comerciales; millares de ancianos son abandonados en sus hogares, en los
hospitales y en los asilos, simplemente por no ser ya lo suficientemente
fuertes para producir y aportar algo a la sociedad; centenas de niños son
desechados antes de nacer simplemente por llegar en un momento inadecuado o
porque su presencia estorba a sus progenitores.
Ante
una realidad así, ¿Qué cabe esperar?¿Qué dice Dios al respecto? El domingo
anterior la Palabra nos proponía una metanoia, un cambio en nuestra manera de
pensar para ajustar nuestra limitada voluntad, que antepone siempre su
bienestar, a la voluntad divina que busca el bien para todos sus hijos;
desafortunadamente, esa metanoia difícilmente alcanzará a todas esas
estructuras que marginan y rechazan, pero la metanoia si puede alcanzarnos a
nosotros que poco a poco lograremos transformar esas estructuras, pero siempre
comenzando por la vida propia.
Hoy,
la Palabra quiere que nos dejemos iluminar por ella, para transformar en una
oportunidad de salvación el rechazo que vamos sufriendo día a día; a través de
la imagen de la viña, los viñadores y el Hijo, Jesús nos mostrará las
consecuencias de no transformar nuestra forma de pensar y la respuesta que Dios
tiene frente a esta actitud. Dejemos pues que la Palabra de vida fructifique en
nosotros.
1.
«Voy a cantar, en nombre de mi amado, una canción a su viña»
La
imagen de la viña es muy popular en el lenguaje bíblico, pues era uno de los
cultivos fundamentales para el sustento de la vida en Israel; para nosotros
difícilmente dicha imagen causará un impacto tan fuerte dicha imagen como lo
fue en los tiempos bíblicos, porque escasamente nosotros hemos visto
directamente una vid, y menos aún hemos participado en el cultivo de las vides;
quizá para que pudiéramos entenderlo mejor, si la biblia hubiera sido escrita
en nuestro contexto cultural se habría usado la imagen de la milpa y el maíz
para simbolizar su importancia.
Cientos
de años antes de Jesús, Isaías había ya usado esta imagen para comparar al
pueblo de Israel: el pueblo de Dios es la viña y el Señor es su dueño; la
ternura con que el profeta describe en la primera lectura (Isaías 5,1-7) la
relación del viñador es muy particular, hace pensar en los miles de campesinos
que con mucho amor, dedicación y
esperanza cultivan sus milpas en los campos, cuidan a cada planta, la protegen,
abonan, con la esperanza de que crezcan y produzcan mucho fruto. Sin embargo,
los factores no siempre contribuyen al éxito de la siembra, a veces las
heladas, el cansancio de la tierra, la mala semilla, la escasez de agua
provocan que la cosecha no se logre, frustrando así la esperanza del
agricultor.
Dios,
en un momento particular de la historia, había encontrado una viña devastada,
sin esperanza, un pueblo sin tierra, sin identidad, sin rumbo y sin esperanza,
un pueblo excluido y rechazado por su pequeñes; y a pesar de haber decenas de
pueblos mas grandes y poderosos, viñas mejores, Dios con mucho amor decidió
hacer de su propiedad ese pueblo, esa viña, con la esperanza de que su amor y
cuidados harían de esa propiedad algo maravilloso, un remanso de paz y
abundancia para todos los demás pueblos, un ejemplo de viña para las demás
viñas.
Pero
los factores, la dureza de mente y corazón del pueblo, frustraron los proyectos
del Señor; Israel a pesar del amor y los cuidados de Dios no dio frutos de
salvación, sino iniquidad; con el paso del tiempo, la vid rechazada se
convirtió en fuente de exclusión, el pueblo acogido con misericordia se
convirtió en una sociedad exclusiva que miraba con recelo a los demás pueblos,
una sociedad de segregación donde se rechazaba a los “pecadores”, una sociedad
de marginación donde los pobres no se tenían en cuenta.
El
resultado es el aparente abandono del Señor a su viña, dio uvas agrías, por eso
será de nuevo abandonada y desolada; sin embargo, el cantico del amado a su
viña tiene un dejo de esperanza, Dios hecha en cara al pueblo como una
advertencia, es una suplica de amor que invita al arrepentimiento, a la
metanoia, antes de que las consecuencias los alcancen, porque la desolación de
la viña no es el objetivo de Dios, mucho menos un castigo, simplemente es el
resultado lógico, las consecuencias de la obstinación en una actitud
equivocada. Aquí cabría preguntarnos si nosotros no hemos asumido la misma
actitud, es decir, si de ser discriminados no nos hemos convertido en
discriminadores, y hacia donde nos lleva nuestra posible obstinación en esa
actitud. Nuestra respuesta a estos planteamientos puede ser muy dura y depende
de la sinceridad con nosotros, pero sea cual sea la respuesta lo importante es
que Dios siempre estará llamando a la conversión.
2.
«Llegado el tiempo de la vendimia»
Jesús
modifica la imagen de Isaías en la parábola que nos narra; primeramente
identifica al dueño con Dios, tal como lo ha hecho el profeta, pero esta vez él
no será el viñador, él ha delgado la responsabilidad en el cultivo de la viña
en sus hijos, a quienes pedirá los frutos ha su debido tiempo, no antes ni
después, sino cuando la justicia pueda ser ejecutada; los viñadores son
señalados directamente por Jesús, son sus oyentes, en este caso se trata de los
sumos sacerdotes y los ancianos, los encargados del cuidado del pueblo y de la viña. Aquí habría
que hacer un paréntesis y recordar la historia del domingo anterior, los
enviados a trabajar eran los hijos, aquí reciben el título de empleados; esto
no es casualidad, Jesús quiere hacerles comprender a las autoridades del pueblo
que ellos han olvidado su papel de hijos y herederos y se han querido asumir
como empleados, han dejado de lado su relación de amor con el Padre y han
querido relacionarse solo como quien por contrato cumple sus obligaciones; el
resultado de esta actitud se pone de manifiesto cuando los viñadores se
apoderan de la viña por una actitud de avaricia, pues el empleado no se siente
dueño y por ello puede dejar que la avaricia corroa su corazón, los hijos en
cambio, se saben herederos y por ello corresponsables en el cuidado de la
herencia; Jesús hecha en cara a sus oyentes que se han olvidado de su lugar y
misión, y que como consecuencia se han apoderado de la viña, haciéndola
fructificar no para el bien común sino para el propio beneficio.
En
segundo lugar aparecen los siervos, enviados por el dueño de la viña a reclamar
sus frutos, y que sufren las consecuencias de la avaricia de los viñadores;
estos siervos son identificados con los profetas, aquellos que viendo la
descomposición social y religiosa alzaron su voz en nombre de Dios para
denunciar la falta de amor y la exclusión con la que las estructuras, sociales
y religiosas, habían subyugado al pueblo; el uso de la fuerza contra los
siervos-profetas es real: persecución, tortura, muerte, las consecuencias de la
dureza del corazón y la mente de los viñadores acarrea consecuencias negativas
para ellos, sino afectan a los demás, silencian las voces que se levantan en
contra de sus actos perversos; aquí tenemos que hacer notar que, la voz se
levanta contra el sistema, los actos, no contra las personas, los profetas
claman por la conversión de las personas para que estas a su vez transformen
las estructuras de exclusión, así como decíamos al inicio de nuestra reflexión
nosotros estamos llamados a transformar nuestras propias estructuras
marginadoras.
Finalmente
el sueño envía a su hijo, Dios nos envía al Hijo, como la voz no solo de Dios,
sino también como la voz de aquellos que fueron callados por la dureza del
corazón humano; el Hijo realiza la misma misión del profeta, y contrario a lo
que piensa Dios, el resultado es el mismo: el Hijo es rechazado, excluido al
ser sacado de la viña (sacado del pueblo) y asesinado. El mensaje es claro:
quienes han rechazado a sus hermanos y a los profetas terminan rechazando al
mismo Dios en la persona del Hijo. Antes de continuar, detengámonos un momento
y reflexionemos: ¿Qué tanto he atendido la invitación de Dios a la
conversión?¿Realmente he aceptado a Dios o lo he rechazado al no querer cambiar
mi manera de pensar?
3.
«¿Qué hará con esos viñadores?»
Como
toda parábola, la reflexión final se deja al oyente, y en este caso Jesús
dirige la pregunta directamente a los destinatarios de esta; la respuesta,
desde los presupuestos muy humanos de las autoridades es clara: dará muerte a
esos malvados; ocurre lo mismo que en la historia de los dos hijos de la semana
pasada, los destinatarios se juzgan a sí mismos, si Dios atendiera al juicio
humano pesaría sobre ellos sentencia de muerte, pues se están autoexcluyendo
del Reino de Dios; sin embargo, el juicio de Dios es diferente, pues frente a
la maldad humana sigue esperando la conversión; el hecho de que Jesús hable de
su propia muerte como consecuencia de la incomprensión y rechazo por parte de
las autoridades es un clamor por la conversión de estas, así como el clamor del
dueño de la viña en el cantico de Isaías, Jesús anticipa las consecuencias no
para amenazar, sino para prevenir en vistas a la conversión.
El
clamor por la conversión de las estructuras de marginación no culmina con
Jesús, continua en la Iglesia, la voz profética es heredada por la comunidad de
los creyentes; Pablo en la segunda lectura, invita a una doble acción frente a
la persecución y el rechazo por parte de estas estructuras: actuar y orar, a semejanza de Cristo y del mismo
Pablo, quienes con su actuar dieron ejemplo de vida y conversión, mostraron un
modelo de actuación completamente de acuerdo con Dios, y ejemplo de oración,
incluso en los momentos de persecución, así como Jesús oraba por el perdón de
quienes lo crucificaban (Cfr. Lucas 23,34), o como cuando Pablo clamaba por la
conversión de los de su propia raza (Cfr. Romanos 9,1-5).
Dios
comparte en la persona del Hijo el rechazo de las estructuras opresoras, Dios
ha sido el primero en ser excluido de la vida política, social, económica, y en
muchos casos de la vida eclesial que debería girar en torno a Él (a propósito
quisiera recomendarte el poema 34 de La cosecha de Rabindranath Tagore que
puedes encontrar en el siguiente enlace y que puede ayudarte a meditar un poco
más. https://mercaba.org/SANLUIS/Teologia/CARVAJAL/16.htm).
Ante
el rechazo que lleva a la muerte Dios responde con la inclusión que conduce a
la vida, nosotros somos herederos de esa actitud, y en nuestras manos está el
poder transformar las estructuras de exclusión para transformarlas en lugar de
acogida, todo depende de nuestro cambio de mentalidad, para sí conseguir que el
Dios de la paz establezca su Reino con todo su poder en nuestro mundo.
4.
«Por eso les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y le dará a
un Pueblo que produzca sus frutos»
En
la vida todos nosotros somos viñadores, responsables de la viña de nuestra
propia persona, de la viña de la familia, de la viña del trabajo, de la viña
del estudio, de la viña de la comunidad eclesial, viñadores todos que podemos o
hacer fructificar las vides y compartir sus frutos con quienes nos rodean; el
riesgo está en asumir la actitud de los viñadores de la parábola que
egoístamente excluyan a los demás y solo se preocupen de su propio bienestar.
Si nuestra mentalidad no cambia para bien, la consecuencia lógica será la
perdida de la viña, tal vez no en el sentido estricto que esto supone, pero si
al menos en el sentido que este tiene; dejaremos de vivir, de disfrutar, de
gozar la vida, para entregarnos al sinsentido y la apatía que inevitablemente
nos llevará a la muerte.
La
sentencia final de Jesús es muy dura y muy bella a la vez, es dura porque
recalca que si la conversión de la estructura no se da, entonces esta pierde su
misión, y es bella además, pues recalca que Dios no se da por vencido, siempre
habrá alguien dispuesto a trabajar la viña para que de frutos, Dios insistirá
hasta que la viña produzca el vino suficiente para el banquete eterno del
Reino. Te invito a que concluyamos nuestra reflexión con el siguiente himno
tomado de la Liturgia de las horas:
Edificaste una torre
para tu huerta florida;
un lagar para tu vino
y, para el vino, una viña.
Y la viña no dio uvas,
ni el lagar buena bebida:
sólo racimos amargos
y zumos de amarga tinta.
Edificaste una torre,
Señor, para tu guarida;
un huerto de dulces frutos,
una noria de aguas limpias,
un blanco silencio de horas
y un verde beso de brisas
Y esta casa que es tu torre,
este mi cuerpo de arcilla,
esta sangre que es tu sangre
y esta herida que es tu herida
te dieron frutos amargos,
amargas uvas y espinas.
¡Rompe, Señor, tu silencio,
rompe tu silencio y grita!
Que mi lagar enrojezca
cuando tu planta lo pisa,
y que tu mesa se endulce
con el vino de tu viña. Amén.
El
propósito de todo viñedo siempre será producir uvas para hacer un buen vino, y
el vino como dice la Escritura ha sido hecho para alegrar el corazón del
hombre; un buen vino se saca en los momentos de alegría, de compartir, y el
Reino de Dios tomará la imagen de un banquete en el Evangelio de la próxima
semana donde Jesús nos invitará a llevar nuestro mejor traje, por el momento
preocupémonos por llevar el mejor vino para compartir, ya que el resto de la
reflexión depende de ti.
Bendecida
semana
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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