DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
«Tengo preparado el banquete […] Vengan a la boda» Mateo: 22, 1-14
El domingo anterior
reflexionamos por medio de la imagen de la viña la manera en que vamos dando
frutos de justicia y santidad de acuerdo con lo que Dios espera de nosotros;
concluimos nuestra reflexión hablando de que las uvas producidas son trituradas
para elaborar vino, un buen vino que alegra el banquete de Dios.
Hoy, Jesús nos lleva a
contemplar el Reino de Dios por medio de la imagen del banquete, dejemos, pues,
que su palabra nos lleve a realizar acciones que preparen el banquete de la
familia de Dios.
1. «Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero estos no
quisieron ir.»
El banquete de la parábola
es un banquete de bodas, un banquete preparado con mucho esmero para un selecto
grupo de invitados. Al iniciar la narración Jesús se dirige de nuevo a los
Sacerdotes y ancianos del pueblo, ellos representan a quienes tienen en sus
manos la autoridad religiosa, política, social y económica del pueblo; así,
ellos representan a todo el pueblo, y al dirigirse a ellos Jesús quiere
dirigirse a todos nosotros, somos los destinatarios de su mensaje.
Es muy clara la postura de
ambos personajes de la parábola: por una parte, el Rey, que es la imagen de
Dios, prepara el banquete con lo mejor que tenía, es un eco de lo que
escuchamos en la primera lectura tomada del profeta Isaías (Isaías: 25, 6-10).
No es una comida ordinaria, es un auténtico banquete que rebosa abundancia; la
preparación de este banquete refleja que el anfitrión siente gran aprecio por
sus invitados, no escatima nada, lo entrega todo con generosidad. Por otra
parte, encontramos a los invitados, que son el pueblo elegido, constituyen
completamente la antítesis de la postura del anfitrión, pues no son capaces de
dar un poco de su tiempo y presencia para enriquecer el banquete, su individualismo
e indiferencia los lleva a alejarse, y un aparente odio los lleva incluso a
cometer homicidio. Entre estos personajes aparece un tercer grupo, el de los
servidores, que representan a los profetas, salen a invitar a acudir al
banquete, resaltando la generosidad del anfitrión, y terminan siendo víctimas
de los invitados.
La historia debería
parecernos muy familiar, pues se parece mucho a la parábola de los violadores
que escuchamos la semana anterior.
Aquí nos debemos detener
en un detalle, el banquete que es presentado con gran detalle pierde su
importancia cuando los invitados no acuden a Él, pareciera que el banquete y
sus elementos (la comida, la música, los adornos) pierden valor si no hay quien
los disfrute, pues Jesús quiere mostrarnos una vez más que lo realmente
importante son las personas, no la estructura, y que si la estructura tiene
importancia siempre y cuando esté al servicio de las personas.
Es una denuncia muy clara
de la situación social, política y religiosa de su tiempo, Jesús sabe que a
diferencia del Templo, el imperio y las clases sociales, para quienes sus
normas, ritos, negocios e intereses son lo más importante, el Reino de
Padre prioriza a las personas.
Esta crítica está puesta
en miras a advertir a la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, de que el riesgo es
latente y debe estar prevenida, para que su propia estructura no sofoque el
mensaje del Evangelio; también es una advertencia clara para nosotros, para que
nuestras propias estructuras vitales y nuestros paradigmas de pensamiento no
nos aparten de los demás.
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2. «Los criados salieron a los
caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del
banquete se llenó de convidados.»
Las personas son lo más
importante para Dios, ellas son el centro de su Reino, las personas cada una en
su individualidad única e irrepetible; pero esta individualidad no puede ser
individualismo, Dios pretende que el Reino no sea un espacio donde cada uno
viva solo, aislado, sumido en sus propios pensamientos e intereses, quiere una
comunidad, dónde la pluralidad se una, respetando lo que nos hace único, pero
unidos por el amor que Dios nos tiene.
En realidad, el fracaso de
la primera convocatoria a los invitados está en que no quisieron ser comunidad
más allá de la estructura, el Pueblo escogido no quiso renunciar a sus
paradigmas para abrirse al sentir de Dios, cómo pueblo prefirieron asumirse
como únicos y por ello apartarse de los demás pueblos, nada más contrario al
querer de Dios. Isaías ya lo había profetizado, el banquete de Dios es para
todos los pueblos, ninguno queda excluido, todos son invitados, con tal de que
estén dispuestos a superar las barreras que los separan.
La nueva convocatoria del
Rey es abierta, en el banquete todos son bienvenidos; los nuevos mensajeros son
ahora los discípulos de Jesús, quienes salen a los caminos a convocar a ricos y
pobres, santos y pecadores, superando una vez más la polarización.
El resultado es
maravilloso, el banquete se llena, ya no es una estructura vacía, hermosa, pero
fría, es una sala familiar donde puede reinar la alegría, la fraternidad, el
amor y la paz, una fiesta donde el dolor, el duelo, la muerte y el llanto están
desterrados, dónde ya no se espera, sino que se experimenta la salvación
de Dios en toda su plenitud.
3. «Amigo, ¿cómo has entrado
aquí sin traje de fiesta?»
El relato no nos muestra
que el Rey diera algunas condiciones para entrar al banquete, solo envía a sus
mensajeros a invitar a todos, ¿de dónde entonces que se sorprenda por la falta
de traje de fiesta en aquel hombre? La expresión parece absurda, pero hay que
comprender que lo mínimo que se espera de alguien que va a una fiesta es ir con
la actitud adecuada, nadie va con actitud de funeral o traje de duelo, eso es
lo absurdo, lo que es incoherente.
El traje que Dios espera
de nosotros es precisamente una actitud coherente en nuestra vida cotidiana con
los valores del Reino, no se puede esperar que el Reino de Dios se instaure en
nuestra realidad si nosotros no lo encarnamos en nuestras vidas, no se puede
esperar que el Reino que es paz se instaure si vivimos haciendo la guerra,
no se puede esperar que el Reino que es justicia se instaure si nosotros
seguimos practicando la explotación y la corrupción, no se puede esperar que el
Reino que es amor se instaure si nosotros vivimos sumidos en el odio y el
rencor. ¿Cómo podremos vivir una eternidad con quien tenemos diferencias si no
las arreglamos desde ahora?
A los cristianos nos gusta
pensar que el Reino de Dios se vivirá en la eternidad, lejos de esta realidad
terrena tan llena de dificultades, pero la realidad es que el Reino de Dios
comienza a vivirse en el aquí y ahora; centrándonos en el tema de la inclusión,
podemos imaginarnos que el Reino de los cielos será una fiesta eterna, donde
todos los hijos nos sentaremos a la mesa con el Padre, un banquete donde todos
estamos invitados y no podremos excluir a nadie, por el contrario, estamos
llamados a procurar nuestra presencia y procurar traer a muchos invitados; no
entraremos al banquete solos, entraremos en compañía de todos los que amamos,
de los que traigamos al encuentro del Señor, pero también estarán aquellos con
quienes no congeniamos, con quienes tenemos enemistad, y que, sin embargo, son
nuestros hermanos, los que nos dañan, los que hacen el mal, que también son
hijos de Dios y con quienes tenemos el compromiso de llevarlos al bien.
4. «Muchos son los llamados y
pocos los elegidos»
Para concluir tendremos
que pensar seriamente en nuestra postura: ¿pertenecemos al primer grupo de
invitados, los que rechazan abiertamente la invitación de Dios? ¿Pertenecemos
al grupo de los invitados que acuden a su llamado con actitud y traje de
fiesta? ¿O somos de los que están en la fiesta sin el traje adecuado?
Hemos sido llamados por
Dios a la santidad, convocados a participar de su mesa, hemos sido escogidos
como sus hijos, pero nosotros tenemos la oportunidad de sentirnos elegidos,
especiales y desde ahí actuar congruentemente. Santa Teresa de Jesús, a quien
hoy recordamos de manera especial con alegría, decía a sus religiosas:
“Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”, para enseñarles que la vocación
no está peleada con la alegría, todo lo contrario, quien se sabe escogido en el
amor de Dios, desborda de gozo por estar cerca de Él. Dios nos invita a su
banquete, nosotros podemos elegir ir o no ir, pero si decidimos ir, debemos
demostrar con nuestra actitud que estamos alegres y dispuestos a participar de
él.
El resto de la reflexión
depende de ti.
Bendecida semana,
Daniel de la Divina
misericordia C.P.
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