14 octubre 2023

Reflexión dominical: «Tengo preparado el banquete […] Vengan a la boda» Mateo: 22, 1-14 | Por: Daniel de la Divina Misericordia | DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

«Tengo preparado el banquete […] Vengan a la boda» Mateo: 22, 1-14

El domingo anterior reflexionamos por medio de la imagen de la viña la manera en que vamos dando frutos de justicia y santidad de acuerdo con lo que Dios espera de nosotros; concluimos nuestra reflexión hablando de que las uvas producidas son trituradas para elaborar vino, un buen vino que alegra el banquete de Dios.

Hoy, Jesús nos lleva a contemplar el Reino de Dios por medio de la imagen del banquete, dejemos, pues, que su palabra nos lleve a realizar acciones que preparen el banquete de la familia de Dios.

1. «Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero estos no quisieron ir.»

El banquete de la parábola es un banquete de bodas, un banquete preparado con mucho esmero para un selecto grupo de invitados. Al iniciar la narración Jesús se dirige de nuevo a los Sacerdotes y ancianos del pueblo, ellos representan a quienes tienen en sus manos la autoridad religiosa, política, social y económica del pueblo; así, ellos representan a todo el pueblo, y al dirigirse a ellos Jesús quiere dirigirse a todos nosotros, somos los destinatarios de su mensaje.

Es muy clara la postura de ambos personajes de la parábola: por una parte, el Rey, que es la imagen de Dios, prepara el banquete con lo mejor que tenía, es un eco de lo que escuchamos en la primera lectura tomada del profeta Isaías (Isaías: 25, 6-10). No es una comida ordinaria, es un auténtico banquete que rebosa abundancia; la preparación de este banquete refleja que el anfitrión siente gran aprecio por sus invitados, no escatima nada, lo entrega todo con generosidad. Por otra parte, encontramos a los invitados, que son el pueblo elegido, constituyen completamente la antítesis de la postura del anfitrión, pues no son capaces de dar un poco de su tiempo y presencia para enriquecer el banquete, su individualismo e indiferencia los lleva a alejarse, y un aparente odio los lleva incluso a cometer homicidio. Entre estos personajes aparece un tercer grupo, el de los servidores, que representan a los profetas, salen a invitar a acudir al banquete, resaltando la generosidad del anfitrión, y terminan siendo víctimas de los invitados.

La historia debería parecernos muy familiar, pues se parece mucho a la parábola de los violadores que escuchamos la semana anterior.

Aquí nos debemos detener en un detalle, el banquete que es presentado con gran detalle pierde su importancia cuando los invitados no acuden a Él, pareciera que el banquete y sus elementos (la comida, la música, los adornos) pierden valor si no hay quien los disfrute, pues Jesús quiere mostrarnos una vez más que lo realmente importante son las personas, no la estructura, y que si la estructura tiene importancia siempre y cuando esté al servicio de las personas.

Es una denuncia muy clara de la situación social, política y religiosa de su tiempo, Jesús sabe que a diferencia del Templo, el imperio y las clases sociales, para quienes sus normas, ritos, negocios e intereses son lo más importante, el Reino de Padre prioriza a las personas.

Esta crítica está puesta en miras a advertir a la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, de que el riesgo es latente y debe estar prevenida, para que su propia estructura no sofoque el mensaje del Evangelio; también es una advertencia clara para nosotros, para que nuestras propias estructuras vitales y nuestros paradigmas de pensamiento no nos aparten de los demás.

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2. «Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.»

Las personas son lo más importante para Dios, ellas son el centro de su Reino, las personas cada una en su individualidad única e irrepetible; pero esta individualidad no puede ser individualismo, Dios pretende que el Reino no sea un espacio donde cada uno viva solo, aislado, sumido en sus propios pensamientos e intereses, quiere una comunidad, dónde la pluralidad se una, respetando lo que nos hace único, pero unidos por el amor que Dios nos tiene.

En realidad, el fracaso de la primera convocatoria a los invitados está en que no quisieron ser comunidad más allá de la estructura, el Pueblo escogido no quiso renunciar a sus paradigmas para abrirse al sentir de Dios, cómo pueblo prefirieron asumirse como únicos y por ello apartarse de los demás pueblos, nada más contrario al querer de Dios. Isaías ya lo había profetizado, el banquete de Dios es para todos los pueblos, ninguno queda excluido, todos son invitados, con tal de que estén dispuestos a superar las barreras que los separan.

La nueva convocatoria del Rey es abierta, en el banquete todos son bienvenidos; los nuevos mensajeros son ahora los discípulos de Jesús, quienes salen a los caminos a convocar a ricos y pobres, santos y pecadores, superando una vez más la polarización.

El resultado es maravilloso, el banquete se llena, ya no es una estructura vacía, hermosa, pero fría, es una sala familiar donde puede reinar la alegría, la fraternidad, el amor y la paz, una fiesta donde el dolor, el duelo, la muerte y el llanto están desterrados, dónde ya no se espera, sino que se experimenta la salvación de Dios en toda su plenitud.

3. «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?»

El relato no nos muestra que el Rey diera algunas condiciones para entrar al banquete, solo envía a sus mensajeros a invitar a todos, ¿de dónde entonces que se sorprenda por la falta de traje de fiesta en aquel hombre? La expresión parece absurda, pero hay que comprender que lo mínimo que se espera de alguien que va a una fiesta es ir con la actitud adecuada, nadie va con actitud de funeral o traje de duelo, eso es lo absurdo, lo que es incoherente.

El traje que Dios espera de nosotros es precisamente una actitud coherente en nuestra vida cotidiana con los valores del Reino, no se puede esperar que el Reino de Dios se instaure en nuestra realidad si nosotros no lo encarnamos en nuestras vidas, no se puede esperar que el Reino que es paz se instaure si vivimos haciendo la guerra, no se puede esperar que el Reino que es justicia se instaure si nosotros seguimos practicando la explotación y la corrupción, no se puede esperar que el Reino que es amor se instaure si nosotros vivimos sumidos en el odio y el rencor. ¿Cómo podremos vivir una eternidad con quien tenemos diferencias si no las arreglamos desde ahora?

A los cristianos nos gusta pensar que el Reino de Dios se vivirá en la eternidad, lejos de esta realidad terrena tan llena de dificultades, pero la realidad es que el Reino de Dios comienza a vivirse en el aquí y ahora; centrándonos en el tema de la inclusión, podemos imaginarnos que el Reino de los cielos será una fiesta eterna, donde todos los hijos nos sentaremos a la mesa con el Padre, un banquete donde todos estamos invitados y no podremos excluir a nadie, por el contrario, estamos llamados a procurar nuestra presencia y procurar traer a muchos invitados; no entraremos al banquete solos, entraremos en compañía de todos los que amamos, de los que traigamos al encuentro del Señor, pero también estarán aquellos con quienes no congeniamos, con quienes tenemos enemistad, y que, sin embargo, son nuestros hermanos, los que nos dañan, los que hacen el mal, que también son hijos de Dios y con quienes tenemos el compromiso de llevarlos al bien.

4. «Muchos son los llamados y pocos los elegidos»

Para concluir tendremos que pensar seriamente en nuestra postura: ¿pertenecemos al primer grupo de invitados, los que rechazan abiertamente la invitación de Dios? ¿Pertenecemos al grupo de los invitados que acuden a su llamado con actitud y traje de fiesta? ¿O somos de los que están en la fiesta sin el traje adecuado?

Hemos sido llamados por Dios a la santidad, convocados a participar de su mesa, hemos sido escogidos como sus hijos, pero nosotros tenemos la oportunidad de sentirnos elegidos, especiales y desde ahí actuar congruentemente. Santa Teresa de Jesús, a quien hoy recordamos de manera especial con alegría, decía a sus religiosas: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”, para enseñarles que la vocación no está peleada con la alegría, todo lo contrario, quien se sabe escogido en el amor de Dios, desborda de gozo por estar cerca de Él. Dios nos invita a su banquete, nosotros podemos elegir ir o no ir, pero si decidimos ir, debemos demostrar con nuestra actitud que estamos alegres y dispuestos a participar de él.

El resto de la reflexión depende de ti.

Bendecida semana,

Daniel de la Divina misericordia C.P.


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