Desde la Modernidad la libertad se
convirtió en el valor más invocado, más apreciado, el más absoluto y el más
irrenunciable. En la actualidad, la libertad del hombre se presenta como una
dimensión o un elemento nuclear en la constitución de lo “mínimamente humano”.
Dicho constitutivo, sin embargo, ha sido el centro de muchos prejuicios y
(mal)interpretaciones entre creyentes y no-creyentes. Algunos de estos últimos
llegaron a sostener –equivocadamente, podemos decir ahora– que la libertad
humana y la soberanía divina estaban en una pugna eternamente irreconciliable. Esto
echa de ver que se trata de un tema espinoso y una cuestión eternamente
disputada.[1]
Tan nuclear es esta dimensión de
libertad del hombre que se ve como el centro clave para entender el significado
de ser persona,[2] pues
aun cuando se esté ante una supresión de la libertad física o corporal, se
tiene la capacidad de mantener la “libertad interior”. De esta última tenemos
como ejemplo a Viktor Frankl y su estancia “en búsqueda de sentido” en los
campos de concentración.[3]
Pero el simple reconocer la libertad
humana como elemento constitutivo de lo mínimamente humano no zanja la
problemática planteada por la modernidad a la teología: la supuesta pugna entre
soberanía divina y libertad humana. Para argumentar que no existe tal pugna,
será necesario recurrir a la antropología teológica y su cuestión sobre la
relación entre la gracia y la libertad, pues su correcto estudio nos tiene que
llevar a «superar las estrecheces de una idea de competencia que en todo caso
tendrán que pagarse ya sea volviendo ambigua la personalidad del hombre que
responde a causa de la soberanía de Dios, ya sea convirtiendo a Dios en simple
espectador de la decisión y acción humanas en favor de la personalidad y
libertad del hombre».[4]
De lo anterior se puede ir deduciendo
que soberanía de Dios y libertad humana no están en competencia. Al contrario,
la primera, expresada como “gracia en el hombre”, posibilita, potencia y
plenifica a la segunda en el Amor. Para argumentar mejor dicha relación, se tomará como
base el pensamiento de José Ignacio Gonzáles Faus, para quien el problema de la
relación entre Gracia de Dios y la libertad humana es de un orden metafísico
más que antropológico.[5]
«La gracia no es primero “algo” sobre lo que luego
hay que preguntar cómo se armoniza con la libertad. La Gracia es la liberación
de la libertad. Y no puede ser pensada al margen de esta definición… el
problema [“de auxiliis”] no es en realidad antropológico, sino ontológico.
Su verdadera cuestión no es cómo se relacionan Amor y libertad, sino más bien
es otra: si es metafísicamente posible que exista un Dios que sea creador de
libertades, o si la noción misma de libertad no es de por sí contraria a la
idea de un Dios-Creador, o si es que la razón no puede pensar la libertad. Este
es un problema filosófico muy serio y, probablemente, sin respuesta adecuada…
la libertad no se muestra razonando, sino viviendo».[6]
Para el teólogo español es necesario
evitar todo “antropomorfismo” y todo lenguaje “entitativo” al hablar de Dios
cuando el tema en cuestión es el de Gracia-libertad humana. Esto ha de ser así
porque tanto una como otra son conceptos “gratuitos” que implican un lenguaje agradecido, de respuesta y de amor, antes que lógico, académico, erudito y científico:
«… la Gracia no es un concepto “necesario”, sino gratuito:
solo dice lo que Dios ha querido hacer, más allá (o más acá) de su
poder. Sin pedir para hacerlo una autorización metafísica de la razón humana… [y]
si el hombre cree en el Dios de Jesús, deberá aceptar la libertad humana: no
solo porque la experiencia de los hombres parece imponer esa aceptación, sino
por todo lo que en ese concepto se contiene de misterio, de dignidad y de
responsabilidad… [Y por eso] la libertad humana [es también] un concepto que
tampoco es necesario, sino gratuito: es un don incomprensible».[7]
González Faus, recordando que la
voluntad de Dios respecto de los hombres es «el deseo de llevar a cabo esa
aventura (loca y divina) de divinizar a los hombres por la libertad»,[8]
asevera que «toda Gracia que no sea concebida como una liberación de la
libertad habrá que quedar fuera».[9]
En este sentido, la Gracia no se da para “guardar la Ley”, sino que se da para
amar, porque el cristiano ya no está bajo la exigencia mortífera de la Ley,
sino bajo la exigencia liberadora y vivificadora del amor:
«Y si la verdad del hombre está en el amor, si la
Gracia se da para amar, y si el hombre solo es hombre cuando es libre, entonces
debemos acabar comprendiendo que Gracia y libertad “coinciden”, en lugar de
repelerse… La Gracia es posibilitación, realización y potenciación de la
libertad. Y la libertad es esa condición misteriosa (y, en el caso del hombre,
misteriosa por sobrehumana y por deshumaniza- da a la vez) que no puede
ser interiormente movida por nada, pero que, sin embargo, sí puede ser movida
desde dentro por el Amor de Dios, realizándose así como libertad. Que “vosotros
fuisteis llamados a la libertad” significa -para las fuentes cristianas-
“ponerse unos al servicio de los otros por el amor (agápē)” (Gal 5,13-14)».[10]
Nuestro teólogo concluye que todo lo
anterior es confirmado por la experiencia humana de aquellos hombres que
creyeron experimentar profundamente la acción de Dios en ellos como reconquista
de su libertad, y no una pérdida. En ultima instancia, la Gracia consiste en
amar libremente, así, el amor y la libertad son identificados. En palabras de Próspero
de Aquitania: «“libertatem non abolet sed adolet”. La Gracia no sustrae,
sino que suscita la libertad. Lo que hace no es abolirla, sino abrirla; no está
para borrar, sino para brotar la libertad».[11]
Con lo dicho hasta aquí se puede afirmar que no existe tal pugna entre soberanía divina (expresada en el hombre como Gracia) y libertad humana. Por el contrario, la primera libera, posibilita, potencia y plenifica a la segunda en el Amor.
Reflexión dedicada a mis padres, David Ruiz y Angélica Armenta, quienes me han mostrado en la unión de su amor que la libertad humana y la gracia de Dios se funden en el amor conyugal y familiar, con ocasión de su 31º aniversario matrimonial.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!
No olvides suscribirte a este blog o a nuestro grupo de WhatsApp y visitarnos en Youtube, Facebook y Spotify
[1] Cf. Iván Ruiz
Armenta, Humanismo cristiano como afirmación plena del hombre.
Relectura antropológica en clave de diálogo con algunos humanismos no creyentes
(Tesina para obtener la licenciatura en teología Dogmática), UPM, México
2021, 140-141.
[2] Cf. Hilada Ana María Patiño
Domínguez, Persona y humanismo. Algunas reflexiones para la educación
en el siglo XXI, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México 2020 (4ª.
Reimpresión), 53-54
[3] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido,
Herder, Barcelona 2004, 90-92.
[4] Otto Hermann Pesch,
«Gracia», en Peter Eicher (dir.), Diccionario
de conceptos teológicos I: Amor-Liturgia, Herder, Barcelona 1989, 468.
[5] Las ideas de José Ignacio González
Faus citadas en estas líneas pueden profundizarse en su libro Plenitud humana.
Reflexiones sobre la bondad, Sal Terrae, Maliaño 2022,
278-298.
[6] Ibid., 283.
[7] Ibid., 291.
[8] Ibid., 293
[9] Ibid., 294
[10] Ibid., 295.
[11] Ibid., 297.
No hay comentarios:
Publicar un comentario