V DOMINGO
DE PASCUA
«Yo soy el
camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mi» Juan 14,6
Algo muy
común en nuestras relaciones humanas son las despedidas; nos despedimos
diariamente de los seres con quienes compartimos la vida cuando cambiamos de
actividad, o con cortesía de aquellos a los que no vemos con frecuencia. Pero
hay despedidas que preceden a distanciamientos más prolongados y que por lo
tanto implican algo más profundo, un momento celebrativo que impregne nuestra
memoria de la presencia de quien se aleja de nosotros. En las despedidas
siempre hay consejos, indicaciones, promesas, alientos de esperanza ante un
inminente reencuentro, palabras que grabamos con amor en nuestro corazón: “la
ultima vez que nos vimos me dijiste, me prometiste…”
La escena
que hoy nos presenta la liturgia de la Palabra de este domingo se inserta
precisamente en una despedida: Jesús ante la inminencia de su pasión y muerte
prepara una ultima cena fraterna con sus amigos, y en ella pronuncia una serie
de discursos, las ultimas enseñanzas del maestro, palabras del aliento para
continuar la misión, promesas que preparan un siguiente encuentro. El maestro
prepara el corazón de los discípulos para que en el escandalo de la cruz no
olviden quien es Él, el amigo les deja el testamento de su amor, un proyecto de
vida que los lleve al reencuentro. Dejémonos pues iluminar por las palabras del
Señor.
1. «Señor, si no sabemos a dónde vas ¿Cómo
podremos conocer el camino?» Juan 14,5
Esta
expresión de Tomás parece desconcertante, nadie emprende un viaje sin saber el
destino, sin trazar la ruta y preparar los insumos; Tomás hacia mucho que
caminaba con Jesús predicando el Reino de justicia, paz y reconciliación, ¿Cómo
era posible que no conociera el destino de viaje?¿acaso Jesús no se los había
dicho?
El destino
de viaje es la Vida, sí, la Vida en toda su plenitud, aquello a lo que llamamos
la santidad, aquella plenitud que solo se encuentra en el Padre y que nos ha
traído Jesús con su presencia y su palabra, es más, Jesús mismo se define a sí
mismo «Yo soy la Vida» (Juan 14,6).
Nuestro
destino siempre será el Padre, y solamente Él debe ser nuestro objetivo. En el
viaje podremos encontrar cientos de distractores humanos: los placeres, los
bienes materiales, los afectos desordenados; y otros que parecieran más
religiosos: las devociones populares, las tradiciones, nuestras imágenes de
Dios, nuestros criterios morales; nada de esto es malo, al contrario, son cosas
muy buenas siempre y cuando nos ayuden a alcanzar nuestro fin: estar con Dios.
Aquella
parábola tan hermosa del Padre misericordioso podría bien iluminarnos: aquel
hijo que se ha alejado de su padre recapacita y decide ponerse en camino, no va
en busca de otro trabajo o un país con más oportunidades, no se detiene por el
camino distraído por lo que encuentra a su paso, simplemente anhela estar en
casa de su padre, y cuando alcanza el destino se ve envuelto en el abrazo
misericordioso, revestido de dones e introducido al gran banquete (Cfr. Lucas 15,
11-32). Saber bien el objetivo de nuestra vida nos garantiza alcanzarlo.
Ahora bien,
sería bueno preguntarnos: ¿realmente se hacia donde va mi vida cristiana? ¿en
verdad Dios es el objetivo de mi vida?
2. «Para ir a dónde voy ustedes ya conocen el
camino» Juan 14,4
La
respuesta de Jesús a Tomás es clara, si alguien sabe cómo llegar al Padre es
Jesús, y quien quiera alcanzar ese objetivo tendrá que recorrer su mismo
camino, seguir sus huellas. El pueblo de Israel había encontrado a Dios en
distintas ocasiones a lo largo de la historia, Él mismo se les había revelado
como el Dios del encuentro y había caminado con ellos; sin embargo al
establecerse en la tierra prometida olvidaron esto y fueron ideando que para
llegar a Dios era necesario cumplir una serie de prescripciones rituales,
ofrecer sacrificios, recitar determinadas oraciones. El Dios del camino pasó a
ser el dios del ritual.
Sin embargo
Dios encarnado en Jesús decide salir al camino para encontrarse con su hijos,
para hablarles, sanar sus enfermedades, perdonar sus pecados, invitarlos a la
mesa y llevarlos de nuevo a la casa paterna donde la entrada es gratuita y no
son necesarios todos esos rituales para ser aceptados por Dios, basta querer
recibir el don precioso de su amor. Eso mismo es lo que Jesús enseñó a sus
discípulos y les pidió transmitirlo a los demás, y para ello no les dejo un
instructivo o un manual pedagógico, un libro de normas y reglas, simplemente se
trata de seguir sus huellas, porque Él mismo ha dicho de sí «Yo soy el camino […]
Nadie va al Padre si no es por mi» (Juan 14,6).
Si queremos
llegar al Padre indiscutiblemente debemos seguir el ejemplo de Jesús en toda su
vida: compasión, misericordia, amor, fraternidad, perdón, oración…, y por mucho
que nos cueste tendremos que subir a la cruz y morir como él; sí, la cruz
también forma parte de la vida de Jesús y por tanto de la vida de todo
cristiano que es invitado a tomar la cruz y seguirlo (Cfr. Mateo 6,24), pues
sin la cruz, que es la única escalera para llegar al cielo, no es posible la
resurrección ni la vida. Desafortunadamente muchas veces tememos a la cruz y la
rechazamos, no actuamos como Jesús por temor a morir crucificados como Él, pero
quien no acepta la cruz en su vida, no la abraza, ha fracasado como cristiano.
Si realmente aceptamos vivir como Jesús, seguir su camino, tendremos la certeza
de alcanzar la plenitud de la vida.
3. «Si no me dan fe a mí, créanlo por las
obras» Juan 14,11
El
testimonio de Jesús sobre el Padre se hizo con palabras y con obras, Jesús nos
enseñó quien es Dios y como actúa para con nosotros a través de sus obras, por
eso ellas son el mejor testimonio de Jesús.
Si nosotros
seguimos el ejemplo de Jesús tendremos que dar testimonio con nuestras obras,
ellas hablarán de que realmente somos cristianos y que nuestro testimonio se
funda en la verdad.
Actualmente
muchas voces dicen tener la verdad, los medios de comunicación nos bombardean
con información que se nos presenta como verídica pero que difícilmente es
comprobable: empresarios y políticos intentan ganar nuestro voto de confianza
con promesas inalcanzables, discursos atrayentes, slogans, dadivas, que se
disuelven muchas veces cuando se descubren la falsedad de sus intenciones;
ideologías pretenden envolvernos en sus discursos y postulados garantizándonos
alcanzar la plenitud de la vida de forma fácil, a costa de vender la propia
conciencia. Y ante tanta falsedad Jesús se define a sí mismo «Yo soy la verdad»
(Juan 14,6) una verdad que nos garantiza la auténtica libertad (Cfr. Juan 8,32)
porque no somete y se funda en los actos.
Si las
obras de Jesús tienen ese sello de autenticidad es porque están llevadas a cabo
por el impulso del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que recibió el día de su
bautismo en el Jordán (Cfr. Marcos, 313-17), que lo impulsó al discernimiento
en el desierto y lo sostuvo en las tentaciones (Cfr. Mateo 4,1-11), que lo
ungió para ser mensajero de buenas nuevas y liberador de los oprimidos (Cfr.
Lucas 4,14-22), y que le hizo llenarse de gozo ante las obras maravillas
realizadas por la predicación del Evangelio (Cfr. Lucas 10,21-24) y que
infundió en sus discípulos el día de la resurrección para que fueran mensajeros
de paz y misericordia (Cfr. Juan 20,22-24).
Nosotros
hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo, hemos sido ungidos por su
fuerza; solo Él nos impulsa a seguir a Jesús quien nos garantiza ser el camino
para llegar al Padre. Solo la presencia del Espíritu nos garantiza tener la
capacidad de ponernos al servicio de nuestros hermanos, como aquellos elegidos
por los apóstoles según nos relata la primera lectura (Cfr. Hechos de los
apóstoles 6,1-7), y ser consagrados para vivir como profetas, sacerdotes y
reyes (Cfr. 1Pedro 2, 4-9). Solo el Espíritu nos garantiza vivir como Jesús.
4. «Para que proclamen las obras maravillosas
de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» 1 Pedro 2,9
Seguir a
Jesús que es camino, verdad y vida tiene una hermosa consecuencia, no solo nos
lleva al encuentro con el Padre, sino que hace que otros puedan animarse a
seguirlo también.
Una vida
iluminada por el señor resucitado es el mejor testimonio evangelizador, nos urge en la Iglesia cambiar el paradigma
de vivir solamente evangelizando con palabras y apostar más por testimonios
veraces de obras que llevan a la vida bajo el impulso del Espíritu y que son el
discurso más elocuente sobre Dios. Jesús y su ejemplo de vida son el único
camino que nos garantiza encontrar la verdadera vida, seguirlo bajo el impulso
del Espíritu es la única forma de llegar al Padre.
El resto de
la reflexión depende de ti.
Bendecida
semana.
Fraternalmente:
Daniel de la Divina Misericordia C.P
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