VI DOMINGO
DE PASCUA
«Dentro de
poco, el mundo no me verá más, pero ustedes si me verán, porque yo permanezco
vivo y ustedes también vivirán» Juan 14, 19
Este
Domingo la liturgia de la Palabra nos propone continuar con el pasaje del
Evangelio que leíamos el Domingo anterior; la vida la hemos recibido del Padre
que nos ama y que nos llama a estar con Él, y para llegar a su presencia el
único camino es Jesús por eso es necesario seguir sus huellas, lo cual es
solamente posible si permanecemos en la verdad por medio del Espíritu Santo.
(Cfr. Reflexión del Domingo anterior).
Así pues,
la Palabra nos ayudará a profundizar en este permanecer en la verdad,
preparándonos para celebrar las dos grandes solemnidades que se avecinan, la
Ascensión del Señor y Pentecostés, la gran fiesta del Espíritu Santo.
1. «Entonces
Pedro y Juan impusieron las manos sobre ellos, y ellos recibieron el Espíritu
Santo» Hechos de los Apóstoles 5, 17
Uno de los
signos sacramentales más expresivos es el de la imposición de manos, con el
cual se expresa el descenso del Espíritu Santo sobre la persona u el objeto
sobre el que se invoca su presencia. Así por ejemplo, el sacerdote extiende sus
manos sobre el agua bautismal al momento de bendecirla invocando sobre ella el
poder del Espíritu, o bien, el Obispo al momento de consagrar el Santo Crisma
sobre el aceite, y por su puesto durante la plegaria eucarística sobre el pan y
el vino que se convertirán en el Cuerpo y Sangre de Cristo; el sacerdote
extiende su mano sobre el penitente al momento de darle la absolución, sobre
los esposos al momento de la bendición nupcial, se imponen las manos sobre la
cabeza de quien será puesto al servicio de la comunidad en el ministerio del
Orden.
Pero para
todo bautizado hay un momento especialmente significativo, el momento de la
Confirmación, en el que por la imposición de las manos se recibe de una forma
muy especial esta fuerza del Espíritu Santo. Este momento se encuentra presente
ya en medio de las primeras comunidades cristianas, así se nos narra en la
primera lectura de este Domingo (Hechos de los Apóstoles 8,5-8,14-17), donde
después de haber sido bautizados por Felipe aquellos samaritanos reciben el
Espíritu Santo por la acción de Pedro y Juan. Sabemos de antemano que la
presencia del Espíritu en los bautizados no es estéril, sino que es una
presencia que debe hacer maravillas. La misma lectura nos muestra como los
samaritanos escuchan atentos las palabras de Felipe porque estas se verifican
con las obras y prodigios que realiza, hay coherencia entre lo que dice y hace,
y esto es lo que provoca la conversión de quienes lo escuchan y que estos hagan
que la ciudad se llene de alegría.
Así, la
presencia del Espíritu en nosotros es un doble compromiso, primeramente a
llenar de alegría a quienes nos rodean, pero también a un testimonio coherente
y constante en nuestras vidas.
2. «Dispuestos
siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes» 1
Pedro 3,15
Una de las
exigencias entonces de la vida cristiana es el testimonio, de hecho
consideramos que el fruto sacramental de la Confirmación es precisamente la
fortaleza que el Cristiano recibe del Espíritu para ser testigo del Señor en
medio de la vida, por medio de sus obras en la sociedad y en el apostolado,
pero también si fuera necesario en medio de la persecución. Por ello la
exhortación de Pedro en la segunda lectura (1 Pedro 3,15-18) es a la de estar
atentos a vivir dando testimonio.
El Espíritu
concede a su Iglesia dones y carismas para ir construyendo la comunidad, y
estos siempre que se reciben deben ponerse al servicio de ella, no pueden
guardarse avaramente. Por ello el cristiano, que se sabe habitado por Espíritu
no puede considerarse como alguien incapacitado para la misión, pues esto iría
en contra del mismo Espíritu, por el contrario, debe saberse desbordado de
gracias que lo capacitan para ponerse al servicio de los hermanos. Ese servicio
atento, la capacidad de transformar el poder del Espíritu en obras es el mejor
testimonio para los no creyentes como señala Pedro en su carta y como nos narra
la primera lectura. Si queremos evangelizar a los no creyentes no requerimos de
grandes misiones, simplemente de actuar coherentemente con nuestra fe; si
queremos recuperar la unidad de la Iglesia no necesitamos de grandes campañas
apologéticas, sino simplemente recordar que nuestras obras hablan más que
nuestras palabras; para ser auténticos cristianos simplemente es necesario
dejar actuar al Espíritu en nosotros y por medio de nosotros.
Pero, vivir
de acuerdo con Cristo tiene como consecuencia también la persecución por parte
de aquellos que se oponen al mensaje del Evangelio. Esto también lo tiene muy
claro Pedro, por ello exhorta a los creyentes a mantenerse en el testimonio de
Cristo en medio de la persecución, pus «mejor es padecer haciendo el bien, que
padecer haciendo el mal» (1 Pedro 3,17). Y el mejor ejemplo es Cristo sin duda,
quien en su Pasión no respondió al mal con el mal sino con bondad. Este don de
perseverar proviene del mismo Espíritu Santo, y es el mismo don que llevó a los
mártires a soportar los más grandes tormentos para dar testimonio del Señor
resucitado.
3. «Porque
habita entre ustedes y estará en ustedes» Juan 14,17
Volvamos
ahora al Evangelio. Jesús sabe bien que está a punto de culminar su misión, y
que en adelante el Reino de Dios se extenderá por medio de la acción de sus
discípulos, ya no será Jesús quien de forma sensible haga presente a Dios,
serán ahora los discípulos quienes tendrán que hacer palpable su presencia en
el mundo. Para los discípulos esto representó un desafío, pues tuvieron que
aprender a reconocer la nueva presencia del Señor en medio de la comunidad y en
medio de los acontecimientos, para dar una respuesta adecuada. Sin duda sigue
siendo un gran desafío, pues para nosotros resulta también ampliamente complejo
reconocerlo en medio de un mundo que cada vez más lo oculta tras falsas voces,
seguridades y valores.
El mundo no
puede ver a Cristo porque no lo conoce, pero nosotros si lo conocemos, y
nuestras obras buenas deben hacer visible a Cristo para que el mundo pueda
conocerlo. Sin embargo, para los discípulos la garantía de reconocer la
presencia del Señor está en la certeza de que su Espíritu habita entre
nosotros, ese Espíritu que nos hace permanecer en el amor de Dios y nos da lo
necesario para dar testimonio de Él, siempre que nos comportemos como
auténticos cristianos tendremos garantía de que es el Espíritu quien actúa en
nosotros y eso dará como fruto alegría para el mundo.
Estamos por
concluir las fiestas pascuales, y este domingo nos está preparando primeramente
para la solemnidad de la Ascensión del Señor, donde Cristo deja de ser visible
para el mundo, pero que por el mandato misionero que reciben los apóstoles,
seguirá haciéndose presente por medio de ellos; también se nos prepara para
Pentecostés, pues el don del Espíritu es el punto de arranque para la misión de
la Iglesia, por medio de la cual se renueva la faz de la tierra. Estamos pues
en el punto donde la pascua deja de ser flor para transformarse en fruto,
pidamos pues que la fuerza del Espíritu nos dé la capacidad de ser auténticos
testigos coherentes de Jesús resucitado.
El resto de
la reflexión depende de ti.
Bendecida
semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
No olvides suscribirte a este blog o a nuestro grupo de WhatsApp y visitarnos en Youtube, Facebook y Spotify
No hay comentarios:
Publicar un comentario