USTEDES SON LA LUZ DEL MUNDO.
Hace ocho días,
en la fiesta de la presentación del Señor, recordábamos y celebrábamos a
Cristo como esa luz que ilumina la vida del hombre, esa luz que nos permite
ser esa nueva creación que brota de la luz nueva que es Cristo. Hoy el
evangelio de san Mateo, la lectura de Isaías y el salmo 111 siguen con la
temática de la luz, pero ahora aplicada a los creyentes. "Ustedes son la
luz del mundo", les dice Jesús a sus discípulo. Y la luz no se hizo para
esconderse, sino para ponerse en alto, para que ilumine, para que conduzca,
para que oriente y para que enseñe.
El discípulo, el cristiano, por
estar profundamente unido y en relación con Dios, a través de Jesucristo, luz
que ilumina a todo hombre, éste se convierte en portador de esa luz. Pero no es
una luz inmóvil, de adorno. Es una luz activa, que mueve al hombre y éste hace
que se muevan otros hombres. Así como la luz dispersa rayos, el cristiano
manifiesta que va portando esa luz que proviene de Dios. Y ¿Cómo es esa luz que
los cristianos estamos llamados a irradiar? La lectura de Isaías nos lo deja
muy claro: "cuando compartes tu pan, cuando abres tu casa, cuando vistas a
otros, cuando no le das la espalda a tu propio hermano. Cuando hagas esto, tu
luz será como la aurora".
Tres de
las cosas que enumera Isaías en su lectura, son las que los cristianos le
pedimos a Dios cada día primero de mes: casa, vestido y sustento, cosas
fundamentales para poder vivir con dignidad, y eso es lo que pedimos al Señor
cada día primero de mes en estas cosas: vivir con dignidad. Y Dios nos dice
hoy, haz que los otros vivan con dignidad como vives tú, ¿por qué? Porque al hermano, a otro ser humano, no se
le da la espalda. El cristiano irradia una luz siempre activa, siempre en
movimiento. Una luz que también podemos decir es "testimonio". La
vida cristiana es testimoniar, es dejar que nuestros actos sean los que
proclamen nuestra fe.
Somos una
sociedad que tiene miedo a testimoniar. ¿Por qué? Quizá porque nos hemos
equivocado, porque hemos fallado en alguna vez a nuestra propia vocación y a lo
que nos toca hacer. Porque no siempre hemos iluminado, sino que hemos
oscurecido nuestra propia vida, el rostro de la Iglesia, el camino de otros.
Pero eso no puede ser un determinante para ya no ser luz. La gracia y la
misericordia de Dios nos vuele a iluminar para que nosotros volvamos a
iluminar.
Somos cristianos, somos colaboradores de Dios, Dios nos ilumina para
colocarnos en alto y ser signo para otros con nuestros actos. No nos ilumina y
levanta para nosotros mismos en un sentido egoísta, nos engrandece para que
nosotros engrandezcamos a los demás. Somos los brazos de Dios en este momento
de nuestra historia. Una historia que hoy necesita testigos, testigos de un
Dios compasivo, acogedor, misericordioso, sanador y liberador. Acciones que
comprendemos, que vivimos, porque el Señor las ha hecho conmigo. Ahora me pide
que brille para los demás. Que alimente, que vista, que acoja a otros, como Él
lo ha hecho conmigo.
Que este
domingo seas luz que ilumine a quien más lo necesite.
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