24 marzo 2021

La creación originaria y la creación final: dos momentos de un mismo proceso | Por: Iván Ruiz Armenta

 

La fe cristiana nos invita a ver la historia de la salvación como un todo conjunto. El eje transversal que la cruza es el «acontecimiento Jesucristo». El cuarto evangelista entendió esto muy bien. Su relato inicia afirmando que desde el principio de la creación el Verbo estaba con Dios y era Dios; todo se hizo por él y sin él nada se hizo (cf. Jn 1, 1-5). Por su parte Pablo, hablando del Cristo resucitado, afirma que Dios eligió a los suyos antes de la misma fundación del mundo para vivir ante él. El proyecto que Dios se había propuesto de antemano se verá realizado en la plenitud de los tiempos cuando todo tenga a Cristo por cabeza (Ef 1, 4-10).

Nos encontramos, pues, ante una «creación originaria» y una «creación final». La primera hace referencia a la creación que nos narra el Génesis; la segunda a la que se verá realizada en plenitud en la parusía del Señor. Según el primer libro de nuestras Escrituras, todo lo que Dios creó lo hizo «bueno» (Gn 1, 4.10.12.18.21.25.31). Y si fue el Verbo quien hizo/dijo la creación buena en sí misma, no es posible sostener que cuando el mismo Verbo encarnado y resucitado sea cabeza de todas las cosas, la creación se presente como “mala”. Todo lo contrario, lo que en el origen fue bueno, en el final será pleno.

Además de todo esto, que la creación narrada en el Génesis sea «originaria» y «buena» significa que ella es, a su vez, la fuente que inicia, motiva y da lugar a más cosas buenas por el sólo hecho de ser obra de Dios. Esto nos invita a pensar en un «proceso bueno continuo», es decir, que lo que nació siendo bueno, a pesar de que puede corromperse por el pecado, ha de terminar siendo bueno. La misma encarnación y resurrección corroboran esto. Con la primera, el Verbo de Dios asumió la carnalidad humana con todo lo que eso significa; con la segunda, se restituyó toda la bondad a lo que se había ya corrompido por el pecado y se veía, en no pocos casos y contextos, como algo sólo negativo que alejaba de Dios.

No se trata de dos creaciones, sino de una, la cual verá su “final” en la plenitud de los tiempos. Mientras tanto, estamos llamados a continuar con la tarea originaria de la creación primera, es decir, a cultivar la tierra en la bondad. Ese fue el mandato de Dios dado a los primeros seres humanos (Gn 1, 28). En el fondo, esta es la idea soteriológica fundamental de la fe cristiana: todo puede ser salvado.[1]

¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta

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[1] Cf. A. Gesché, L’homme. Dieu pour penser II, CERF, Paris 1993, 43-44.

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