La
epifanía del Señor
«Hemos venido a adorar al Señor» Mateo 2,-12.
Casi por
concluir el tiempo de navidad la liturgia nos invita a contemplar el misterio
del Verbo hecho carne desde una perspectiva diferente, la de la apertura de Dios
y su salvación a todos los pueblos de la tierra. La fiesta que celebramos este
día ya desde su hombre nos abre al misterio del Dios que rompe las barreras raciales
y culturales, pues la palabra EPIFANÍA viene a significar precisamente
«Manifestación», y habrá que dejar en claro desde el principio que Dios no solo
se manifiesta a los que creemos en Él, sino que ante todo quiere manifestarse a
todos los hombres de todos los pueblos, y que nosotros somos responsables de
contribuir a que esa manifestación sea posible y eficaz. Para entender esto
tendremos que fijarnos en tres actitudes que se nos presentan en el relato
evangelio de este día: curiosidad, prestancia y prudencia; motivados por el
ejemplo de los sabios de oriente vayamos al encuentro del Hijo de Dios para
tributarle nuestra adoración.
1. «Vimos surgir su estrella»
Primeramente,
habrá que entender que aquellos que llamamos “Reyes Magos” en realidad eran
astrónomos, personas con gran sabiduría que se dedicaban a observar el cielo
para comprender el funcionamiento del cosmos y de alguna manera interpretar sus
ciclos y acontecimientos para poder ofrecer a su pueblo algunas pautas para
avanzar en el difícil camino de la vida.
Ciertamente
eran herederos de largas tradiciones precedentes, de conocimientos adquiridos
por siglos, cuidadosamente estudiados y comprobados, obtenidos de ejercer la
nata curiosidad del ser humano por comprender su entorno. Está curiosidad
humana es un don de Dios concedido a todos los hombres, un camino por el cual
somos capaces de encontrarlo; está capacidad fue la que hizo que las diversas
culturas a lo largo de los siglos crearán su propia visión de Dios y en torno a
Él crearan su propio sistema de creencias, las cuales, los fueron preparando
para acoger el evangelio de la salvación, al Dios revelado en su esplendor en
la persona de Jesús.
Sin duda,
fueron las largas horas de observación de los cielos lo que permitió a aquellos
sabios descubrir en el cielo una estrella nueva y diferente a las demás cuya
presencia interpretaron como el nacimiento de un rey, nuevo y diferente a los
demás reyes de la tierra, un rey cuya vida sería resplandeciente y cuyo legado
sería permanente como la nueva estrella.
A
nosotros nos hace falta mucho ser curiosos como los sabios de oriente, aprender
a observar e interpretar los acontecimientos de nuestro alrededor para
descubrir en primer lugar el paso y la presencia de Dios en nuestra vida, su
actuar amoroso para con cada uno; pero esa misma actitud tendría que llevarnos
a descubrir en nuestros hermanos la presencia de ese Dios que se esconde en la
fragilidad de nuestra carne humana. Y más aún, a descubrir en sus problemas y
necesidades cotidianas una oportunidad de manifestar la presencia de Dios con
nuestra presencia solidaria.
2. «¿Dónde está el rey de los judíos que
acaba de nacer?»
Está
pregunta nace de la curiosidad de los sabios, pero frente a ella hay una doble
actitud; para los magos la pregunta les resulta en prestancia pues se ponen en
camino para buscar al rey anunciado por la estrella, prestancia que se
transforma en alegría, mientras que para Herodes y el pueblo de Jerusalén se
convierte en confusión y sobresalto, pues ellos no se han percatado del
nacimiento de dicho rey.
Es de
notar además que la estrella se manifiesta a lo lejos, en las tierras de
paganos, los cuales son saber el lugar preciso se ponen en marcha para
emprender un viaje sin rumbo ni duración, lleno de peligros e incomodidades,
pero con la prestancia de quién se siente llamado a una tarea urgente; por otro
lado podemos notar que aunque en Jerusalén se sabe bien el lugar preciso del
nacimiento del rey nadie hace nada por dejar sus comodidades para emprender un
viaje de unos cuantos kilómetros y horas para encontrarlo, y más aún, Herodes
sintiendo la natural curiosidad humana no sé permite la actitud de la
prestancia, sino que envía a los sabios a averiguar solicitando regresen a
ofrecerle un informe de su viaje.
Está
doble actitud no es casualidad, es puesta en el evangelio para que nos
contemplemos en ella. La vida es un viaje al cual Dios nos invita a
aventurarnos para encontrarlo, y ante ese viaje nosotros podemos ponernos en
camino como los sabios, venciendo nuestros miedos y asumiendo el riesgo, o nos quedamos
estáticos como Herodes y Jerusalén, aferrados a nuestros prejuicios y
comodidades.
Más aún,
es una invitación a cómo Iglesia a reflexionar en las formas en que buscamos a
Dios, pues muchas veces nos quedamos apegados a nuestros métodos y no nos
abrimos a la posibilidad de descubrirlo en nuevos lugares, de nuevas formas, de
nuevas realidades que nos alejen de nuestras seguridades. Desde hace dos mil
años Dios nos invita a buscarlo en las periferias, en dejar nuestra Jerusalén
para ir a buscarlo a Belén. Salir implica un riesgo, pero abrirse a la
experiencia de la novedad siempre acrecienta y engrandece, pues los sabios
sabían el tiempo y los sacerdotes de Jerusalén el lugar del nacimiento de
Jesús, ¡Que distinta hubiera sido la historia si compartiendo sus conocimientos
juntos hubiesen ido a su encuentro! ¡Que distinta sería la historia de la
humanidad si la humanidad en conjunto, las diferentes culturas y su experiencia
de Dios, fuéramos al encuentro del único Señor de la vida!
3. «Advertidos durante el sueño de que no
volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.»
Los
sabios no se dejan engañar, así como han sabido observar e interpretar los
cielos así mismo han sabido interpretar la actitud de Herodes: el sobresalto y
la confusión unidas a su indiferencia solo indican que no quiere saber del rey
para adorarlo, sino para eliminarlo porque amenaza su poder, y de paso, quizá para
eliminar a los sabios para así evitar que den a conocer la llegada del nuevo
rey.
Ellos han
sabido actuar con prudencia, no se han dejado llevar por la emoción de
encontrar a Jesús ni por el miedo de la respuesta de Herodes, por el contrario,
se han dejado llevar por las advertencias de Dios.
Está
actitud de prudencia también la debiéramos asumir los cristianos, pues muchos
son los peligros que nos acechan, muchas las voces que intentan desviarnos del
camino y muchos los intereses que pretendan perdernos.
Prudencia
necesitaron los sabios para seguir la estrella y no quedarse estáticos
observando el cielo; prudencia necesitaron los sabios para trazar la ruta de
viaje y no aferrarse a sus seguridades; prudencia necesitaron los magos para
acercarse a Jerusalén y sus sacerdotes para preguntar por el rey y no para solo
seguir sus intuiciones; prudencia necesitaron los sabios para no dejarse
deslumbrar por el poder y las riquezas de Herodes y Jerusalén y salir en
búsqueda de Belén y su pequeño Rey pobre y humilde; prudencia necesitaron los
sabios para volver a su tierra y compartir su experiencia y no dejarse
aprisionar por Herodes.
¡De
cuántas cosas necesitamos tener prudencia para encontrar a Dios! Principalmente
de nuestras imágenes falsas que nos hacemos de Él.
La
navidad concluye, pero la presencia del Dios hecho niño no puede ni debe difuminarse
entre nosotros. El relato evangelio no nos dice que paso con la estrella
¿Permaneció o desapareció? Sin duda es una invitación a que cada uno asuma ese
lugar en las Epifanías personales de cada hermano que no conoce a Dios, para
guiarlos hasta la presencia de Dios; pero para ello necesitamos primero
dejarnos iluminar por su presencia, dejarnos impregnar de su manifestación.
En este
día tan especial para nuestro pueblo, el tradicional día de reyes, dónde
recordamos los sueños e ilusiones de los más pequeños por recibir un obsequio, pidámosle
también nosotros que nos concedan su curiosidad para buscar a Dios, su
prestancia para no desfallecer en la búsqueda y su prudencia para no dejarnos
engañar en el camino, para que como ellos, acogidos en la casita de Nazareth por
María y José, podamos ponernos de rodillas y adorar al Señor.
El resto
de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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