La situación pandémica que hemos vivido en México desde hace unos meses nos interpela, como hombres y mujeres de fe, a hacer una "re-valoración" o actualización de la vivencia de la Eucaristía. Para hacer esto, es necesario que veamos estos momentos en que contadas personas pueden asistir a Misa y otros se tienen que "adaptar" a sumarse a ella a través de las redes sociales, como signos de los tiempos en los que es necesario escuchar la voz de Dios -Esto para nada significa que Dios "quiera tenernos en esta situación"; nada hay de eso-.
Hay una expresión de la Constitución Dogmática Lumen Gentium que desde que la oí por primera vez llamó mucho mi atención: la Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida cristiana (cf. n. 11). Después, al paso del tiempo, me fui dando cuenta que es una expresión conciliar, como otras tantas, que ha quedado "devaluada" en la práctica. Y es que se vive no pocas veces como un simple "acto tradicional" o un "simple rito" que no se sabe saborear. Aunado a esto, nos encontramos con otras tantas comprensiones de la Eucaristía como algo ajeno totalmente a lo que acontece en nuestro mundo, en nuestro aquí y nuestro ahora.
Esta situación nos urge no sólo "repensar" el sentido y significado de la Eucaristía, sino también hacer una correcta transmisión de estos contenidos que culminen en una fructífera y adecuada actualización de la vivencia Eucarística. Ejemplo fundamental para esta tarea son los santos Padres y su espiritualidad, pues en ellos encontramos no sólo el fundamento de esta fuente y cumbre, sino también ejemplos de cómo vivir y hacer entendible y creíble este gran misterio. No olvidemos que ellos fueron los primeros en dialogar con la cultura que los rodeaba, lo que daría como resultado los primeros esbozos de la Teología.
Los Padres de la Iglesia nos pueden ayudar a profundizar en este tema desde su
espiritualidad, que, por obvias razones, es Cristocéntrica. De su ejemplo podemos tomar cinco características para actualizar la vivencia de nuestra Eucaristía. Ahora desde las condiciones actuales, pero esperando que pronto podamos hacerlo en nuestros templos parroquiales y capillas.
Primero, poner énfasis en que en la Eucaristía está «la
presencia real de Cristo en las especies consagradas». Esto es algo que quizá
"sabemos", pero que en la práctica parece que no "sentimos" ni "creemos". La
Eucaristía es lo más sagrado que tenemos, por tanto, debe ser tratada como tal.
Volver a vivir en plenitud la presencia real de Jesús el Cristo en la
Eucaristía nos llevará, como primer y fundamental paso, a saborear más el
encuentro que tenemos con él a la hora de comulgar. Ahora con tantas "transmisiones en vivo" de la Eucaristía, debemos acercarnos a ella con toda la dignidad que se merece y no como "un video más". Se trata de disponernos completamente para "asistir a misa" desde esta modalidad coyuntural.
Segundo, en la Eucaristía hay una identificación con Cristo. El
contacto eucarístico provoca una transformación en la persona alimentada con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador. No podemos comulgar -ahora de manera espiritual- y seguir siendo los mismos. Esto es lo que nos
recuerdan los Padres. No tiene mucho sentido comulgar y no buscar una
identificación con Aquel que pasó por este mundo haciendo el bien y velando por
todos los oprimidos (cf. Hch 10, 38).
Tercero, en la espiritualidad de los Padres hay una clara
conciencia que en la Eucaristía se encuentra presente el Misterio de la Pascua
(pasión-muerte-resurrección). Es aquí donde más salta a mi mente y corazón la
expresión de la Constitución Lumen Gentium: la Eucaristía
es la fuente y culmen de la Iglesia (cf. n. 11). Vivir la Eucaristía debería
representar para nosotros tener en la mente y el corazón toda la vida en amor
de Jesús, el Cristo, y que llevó a su máxima expresión en la muerte en cruz (cf.
Jn 13,1), y que tiene su culmen en la resurrección. Ser participes de la Eucaristía
debe ser, pues, el recuerdo de toda la vida de aquel a quien confesamos el Hijo
de Dios que nos motive para vivir siempre como resucitados desde ahora.
Cuarto, la eucaristía no puede ser entendida en otra
dimensión que no sea la comunitaria. Quizá este sea el más palpable hoy en día con
la situación mundial que atraviesa la humanidad a causa del COVID-19. Las
celebraciones Eucarísticas en "privado" adolecen de la participación
comunitaria y, con ello, se vive -al menos de manera personal puedo decirlo- en un ambiente
nostálgico a causa de la "necesaria separación corporal" de los miembros del
cuerpo místico de Cristo (LG 7). Esperemos que cuando la contingencia sanitaria
pase, esta dimensión comunitaria cobre impulso y se viva con mayor eficacia.
Por último, la Eucaristía debe ser y estar comprometida con la realidad
social de la comunidad. Para los Padres era incongruente comulgar y ser indiferente,
al mismo tiempo, con el prójimo. Ejemplos que testifican esto son las colectas
que hacían destinadas para los más pobres; es una de las prácticas más antiguas
que encuentra un espacio común y propio dentro de la celebración Eucarística.
Necesitamos también encontrar expresiones concretas que reflejen un compromiso
real a favor de ayudar a los más necesitados de nuestras propias comunidades.
En conclusión, tomar el ejemplo y espiritualidad de los Padres en la vivencia Eucarística, representaría volver a las fuentes para reavivar no sólo los "ritos cúlticos", sino toda nuestra vida cristiana. La Eucaristía, vista desde la óptica de los Padres, nos interpela a no quedarnos encerrados en el rito, sino que nos invita a ir más allá: descubrir realmente a Jesús el Cristo en las especies sagradas de la Eucaristía, para identificarnos con él mismo, recordar su pascua como resumen de toda su vida, desde la encarnación hasta la ascensión. Esto se tiene que hacer desde una una dimensión comunitaria que nos impida olvidarnos de los más necesitados y pobres de nuestras comunidades locales. Esto nos permitiría, como Iglesia y miembros de Cristo, estar en el mundo sin ser del mundo, pero con una preocupación evangélica y Eucarística por los que están más necesitados en el mundo (cf. Jn 17, 9).
Confiados en que Dios escucha nuestros ruegos, esperemos con paciencia y amor el día ansiado de reabrir nuestras iglesias y congregarnos en torno al altar para hacer vida la Eucaristía.
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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