26 febrero 2020

Tiempo de cuaresma, tiempo de reservar un lugar a Dios


En esta inicio de cuaresma me parece oportuno reflexionar en el amor de Dios a sus creaturas, los seres humanos. Y es que no encuentro otra razón más profunda y tan fuerte que el amor que Dios nos tiene para que él mismo  enviara a su único Hijo a hacerse uno más de nosotros con la finalidad de recordarnos la dignidad plena que tenemos. Si perdemos de vista esto, me temo que perderemos también el sentido de toda la cuaresma y, más grave aún, el sentido del triduo Pascual.

            Este Hijo único de Dios nos pide que el Templo esté vacío, como cuando lo pidió aquella ocasión con los vendedores en Jerusalén. Dicho Templo es nuestra persona misma, para que Él habite en nosotros. Y así solo podamos pensar en Él y en lo que quiere de nosotros. Necesitamos vaciarnos de todo egoísmo.

            En este inicio de cuaresma propongámonos no poner a Dios como pretexto para llegar a nuestros fines tan mundanos. A eso lo llamaría “aprovecharse de la imagen de Dios”. No debemos actuar en nombre de Dios para obtener un bien solamente propio y egoísta. Hay que intentar ser justos y dar a cada cosa su tiempo y espacio: dar a Dios lo que es de Dios. Si nosotros nos vaciamos a nosotros mismos de todo egoísmo sólo para que Dios habite en nosotros, será seguro que Dios y nosotros seremos uno mismo. Porque recordemos que estamos hechos a imagen y semejanza suya.

            San Francisco de Asís decía: Grandes cosas hemos prometido, aún mayores se nos prometieron; guardemos estas y suspiremos por aquellas. El deleite es breve la pena perpetua, el padecimiento corto, la gloria infinita. Animémonos hermanos a dejar todos nuestros egoísmos y rencores, todos nuestros miedos e ilusiones vanas. En pocas palabras, dejemos todo lo que nos aleja de ser unos verdaderos SERES HUMANOS.

            Tal vez con esto podamos entender aquellas palabras que el evangelista Mateo pone en la boca de Jesús: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. La pobreza de espíritu podemos entenderla como esa pobreza propia de todo sentimiento negativo en nosotros para que podamos ser bienaventurados en proporcionar a Dios un lugar en nuestro Templo, es decir en nuestra misma persona.

            Necesitamos salir de ese papel que le toca jugar a Marta en el evangelio de Lucas, un papel en el que solo importa estar de un lado para otro y olvidar por completo la presencia del mismo Jesús en su hogar. Mejor tomemos el papel de María que tuvo la capacidad de hacer a un lado sus preocupaciones para pasar un momento con el Salvador. Con esto no digo que hay que dejar por completo de lado las tareas que nos competen a cada uno. Más bien digo que hay que saber darle su tiempo y espacio a cada hecho de nuestra vida.

            En resumidas cuentas me parece que lo único que nos pide Dios en este tiempo de conversión llamado cuaresma es que le reservemos un espacio en nosotros mismos, el cual generará una vida nueva que nunca se acabará.

Paz y Bien!!!

Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta

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