12 febrero 2020

Maternidad divina de María. Una forma peculiar de relacionarse con la trinidad

https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Finfovaticana.com%2F2015%2F01%2F01%2Fsolemnidad-de-santa-maria-madre-de-dios%2F&psig=AOvVaw1nLE9Hr5a9PysGzfSTTp9B&ust=1581312936506000&source=images&cd=vfe&ved=0CAIQjRxqFwoTCODal_jfw-cCFQAAAAAdAAAAABAD

La maternidad divina de María es un dogma mariano que con mucha frecuencia suele malentenderse. Gran cantidad de creyentes al escuchar que María es madre de Dios no tenemos bien claro cómo entender esta afirmación, e interpretamos, quizá de manera inconsciente, que es «madre de Dios-Padre-Trino», cosa totalmente equívoca. María no engendró ni dio a luz a la Trinidad; sin embargo, el hecho de ser la Madre de Dios la lleva a guardar una relación especial con la Trinidad. Dicha relación nos arroja luces a nosotros para andar el camino de hijos de Dios. Pero para que esto sea posible es menester entender este dogma desde su significado genuino.

Para esta tarea podemos valernos de dos datos: el dato bíblico y la reflexión sistemática de los mismos. En el Nuevo Testamento se valoran mucho más otras características de María tales como ser mujer de fe, perfecta discípula, madre y guía de la comunidad, antes que el hecho de ser madre biológica de Jesús. Sólo hasta que Jesús es reconocido como el Hijo de Dios, es que se preguntan por su origen biológico, lo que lleva a preguntarse cómo nació y así comenzar a realzar la figura de María, su Madre.

Fue sólo hasta después de esto que la reflexión sistemática hizo posible que en la Iglesia naciera el dogma de la Theotokos en el concilio de Éfeso (431). Para entonces ya se valoraba más en la Iglesia la figura de María como madre, pero el título de Madre de Dios se debió no a un «mérito» mariológico aislado, sino a una verdad de fe cristológica central: en Jesús, el hijo de María, están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina, es decir, que es verdadero Dios y verdadero hombre.

Sólo si partimos de que Jesús es verdadero Dios, a la vez que verdadero hombre, es posible afirmar que María es madre de Dios. Quizá habría que precisar más en las reflexiones que María es madre del Verbo encarnado, y no Madre de Dios Padre o de Dios Espíritu Santo. Sabiendo distinguir esto, la reflexión puede ser más fructífera. Sin embargo, también hay que tener claro que, como Dios-comunidad se ofrece a nosotros y se comunica con nosotros por medio de Jesús y de su Espíritu, la maternidad divina de María toca también a cada una de las Personas divinas: en relación con Dios Padre, María es una hija predilecta; con relación a Dios Hijo, es madre, educadora, discípula y compañera; y María es una persona llena del Espíritu Santo.

Si esta relación la empatamos con lo que el Concilio Vaticano II dice, a saber, que María es «prototipo de la Iglesia» (LG 63), podemos sentirnos impulsados a seguir su ejemplo y mantener una relación similar a la suya con la Trinidad: nosotros también somos, mediante el sacramento del bautismo, hijos de Dios en el Hijo, y no hay motivo por el cuál no sentirnos también hijos predilectos; el mismo bautismo nos hace la invitación a cumplir la función de madres, educadores, discípulos y compañeros de todo los miembros del gran cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia;  por último, la vida sacramental nos lleva a tener la plenitud y asistencia del Espíritu Santo que todo lo vivifica y lo hace nuevo.

La relación con la Trinidad a la que nos invita María desde su misión como Madre de Dios es muy clara: nos pide que seamos y nos comportemos como hijos predilectos, hermanos siempre atentos a las necesidades de los otros, y personas dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. Siguiendo este ejemplo, la Iglesia será el reflejo del reino de Dios.

Paz y Bien
Fraternalmente 
Iván Ruiz Armenta

No hay comentarios:

Publicar un comentario